“Al éxito no lo hacen ni los premios ni el marketing”

“Al éxito no lo hacen ni los premios ni el marketing” Con Relatos salvajes como precandidata al Oscar y al Goya, y ya premiada en San Sebastián y en Biarritz, su creador dice que fue  vendida a todo el mundo y confiesa que a sus personajes no les puso límites. Y que es una buena señal que genere debate. “Al éxito no lo hacen ni los premios ni el marketing”

Luego de su exitoso paso por los festivales de Cannes, Toronto y San Sebastián (donde fue premiada por el público), Relatos salvajes acaba de capturar cantidad de nominaciones en los Premios Sur –21 en total–, es la elegida para representar a la Argentina en la primera instancia de la competencia por los Oscar (el 15 de enero se conocerán los resultados de la selección de cinco finalistas de películas de habla no inglesa) y también peleará por el Goya destinado al mejor film iberoamericano. Con su planificada estrategia de marketing y la innegable fuerza del boca a boca, la película también está batiendo récords de taquilla en el país: ya la vieron 2.700.201 espectadores –superó al último gran éxito del cine nacional, El secreto de sus ojos, de Campanella– y la tendencia marca que seguirá sumando: el último fin de semana vendió más de 150 mil tickets. Szifrón ya había mostrado su poder de fuego con Los simuladores, un rotundo éxito televisivo. Y con una gran producción, la promoción y la distribución –Kramer & Sigman Films, El Deseo (la productora de Pedro y Agustín Almodóvar), Telefe y Warner Bros. Pictures–, el avance del tercer largometraje de este artista de 39 años que en 2011 ganó el Konex otorgado al “mejor director de televisión de la década” se hizo imparable. Relatos salvajes superó por mucho el resultado comercial de sus otros dos largos –El fondo del mar (100 mil espectadores) y Tiempo de valientes (medio millón)–, con una performance que el propio director no esperaba: “Yo no doy nada por sentado –decía antes del estreno–. El cine es algo muy misterioso, nunca se sabe qué va a pasar con la taquilla, tengo plena conciencia de eso”. Pero hoy los resultados están a la vista. Y el puntapié inicial del boom fue, sin dudas, la presentación en Cannes: “Me sorprendió y me alegró lo que pasó ahí, porque no es una película que hice con ese objetivo. Pero cuando les mostré el primer corte a los productores, a todos les pareció que podíamos presentarla en el festival. Hasta ese momento, ‘Cannes’ era una palabra que, básicamente, me despertaba una sensación de no pertenencia”.

—¿Y te sentiste un bicho raro ahí?
—No. Cuando la anunciaron, a más de uno le pareció extraño. Calculo que porque no me conocían y porque la película tenía humor. Pero, tras las primeras proyecciones, la respuesta fue contundente, tanto de la crítica como de la audiencia. Incluso Thierry Fremaux, el director del festival, nos contó todos los elogios que recibió por programarla. Es un festival mucho menos solemne y esnob de lo que yo imaginaba. Buscan películas hechas con libertad y detectan esa libertad en distintos tipos de producciones. No son gente cerrada.

—En San Sebastián las cosas eran diferentes de movida. Es un festival con un vínculo fuerte con el cine argentino.
—Sí, y teníamos el apoyo de Pedro y Agustín Almodóvar, que son muy prestigiosos en su país. Siempre me preguntaron por la supuesta presión que significa trabajar con gente que uno admira, pero todo lo que me llegó de ellos fue energía, lucidez y apoyo.

—Se ha dicho bastante que la película es un registro crudo de la violencia que anida en la sociedad argentina. ¿Vos la ves así?
—Cuando se intenta sintetizar una película en un comentario breve, uno cae en reduccionismos peligrosos. Esto de “personajes que reaccionan impulsivamente ante las injusticias y tensiones de un sistema que distorsiona nuestro comportamiento natural y los vínculos con los demás”, hasta yo mismo la cuento así, pero después veo la película y siento que es mucho más. Lo que hace, como dispositivo narrativo, es transportar esas imágenes de la cotidianidad, esos conflictos, al reino de la imaginación. Un episodio en un avión, otro en un casamiento, el parador de mala muerte durante una noche de tormenta, ya los escenarios dan cuenta de que hay mucha fantasía. Y las reacciones de los personajes responden a miedos y deseos más bien ancestrales, primitivos. Pienso que se podrían adaptar estos mismos argumentos a cualquier otra época y a cualquier otra civilización. Incluso el episodio que protagoniza Darín, “El hombre contra el sistema”, como concepto, existe desde los inicios de la cultura. Creo que la película representa el placer de animarse a reaccionar en contra de las injusticias.

—También hay una buena dosis de humor. Negro, sin dudas, pero humor al fin. ¿Es algo que te propusiste?
—No como deseo consciente, aunque sé que hay una forma de ver las cosas, un punto de vista que incluye el humor. Pero porque la observación genuina de un mundo tan repleto de insensateces como el nuestro lo provoca. Estamos rodeados de injusticias evidentes, ridículas, y desperdiciamos enormes cantidades de tiempo, incluso nuestras vidas, haciendo cosas que no nos importan. Y el solo hecho de tomar conciencia del enojo que producen estas cuestiones, y sobre todo de forma colectiva, en una sala repleta de gente, genera risa.

—¿De movida pensaste en una película dividida en episodios?
—No. O sea, no es que se me ocurrió el envase vacío o la estructura del proyecto y después la rellené con las distintas historias. Más bien fueron apareciendo los cuentos, uno a uno, y en algún punto descubrí que estaban vinculados a nivel temático, que formaban parte de una misma constelación. Y que, tanto por oposición como por progresión, funcionaban mejor en el contexto de una sola película, de un solo espectáculo.

—Los personajes se enfrentan todo el tiempo con dilemas morales. ¿Creés que en algunos casos los enjuiciaste?
—Pienso que no. Y de hecho, una vez que comprendí los conflictos que estaban en juego dejé que los personajes actuaran y se expresaran por sí mismos. No les puse ningún tipo de límite. Me metí en la piel de cada uno, observé sus reacciones, y las trasladé al papel. Las historias que se tejen, que se entraman, son fruto de esas reacciones, y no de una determinación externa, de un punto de vista ajeno que pretende expresar algo. Incluso el final de cada relato me sorprendió muchísimo a mí mismo. A veces pensaba que una determinada historia iba a terminar bien y aparecía una catástrofe, y en otras en las que me dirigía hacia el abismo surgía una imagen esperanzadora. Y en algunos casos, como en el episodio que protagoniza Leo Sbaraglia, las situaciones se precipitaban tanto que cuando llegué al final y solté el lápiz descubrí que tenía taquicardia. En ningún punto tuve en cuenta el qué dirán. De hecho, pensaba rodar otros proyectos antes; estos cuentos fueron un divertimento, aparecieron por accidente y están atravesados por la libertad y el desprejuicio. Se dio de manera natural esa idea, casi un lugar común, que a veces se tiene del arte: alguien que se inspira, da un par de pinceladas y crea una obra.

—También se dan lecturas en clave política del film, vinculadas con la actualidad argentina. ¿Qué te generan?
—Por un lado, que una pieza de ficción pueda suscitar discusiones sobre la realidad me parece una buena señal. Significa que tiene sustancia. Por el otro, creo que vivimos épocas de mucho ruido y agresión, y no sé cuan capaces somos de modificar un punto de vista por una discusión. La agresión no deja pensar y recrudece cualquier postura. Encima ahora todo es veloz y hay conceptos que no se pueden expresar en 140 caracteres. Hoy cualquier intercambio lúcido de ideas queda distorsionado por tanta información insustancial. O confinado estrictamente al ámbito académico, bien lejos de la mayor parte de la población.

—La película tuvo un poderoso aparato de promoción. ¿Eso te generó presión o tranquilidad?
—Tranquilidad, porque pienso que el mismo proyecto generó la promoción que lo acompaña. En Cannes, sin ningún tipo de marketing –que en ese contexto no mueve la aguja–, fue vendida a todos los territorios del mundo. Los distribuidores la compraron porque les gustó, al punto de que recibimos cuatro o cinco ofertas por país. A mí nadie me conocía, y este elenco no tiene, en Polonia o Japón, la fuerza de cartel que tiene acá. Sin embargo, sus actuaciones trascienden. Por otro lado, K&S y El Deseo no son empresas dirigidas por gerentes de banco. Hugo Sigman, Pedro y Agustín Almodóvar, Monique Esclavissat, de Warner, son personas muy inteligentes, que aman el cine y que, además de dinero, invirtieron su tiempo y sensibilidad en un proyecto del que se sienten orgullosos. Y las notas no se pagan. Los distintos medios, ya sea por la repercusión en Cannes, por el elenco, por el interés en mí como director o por la atracción que les genera la película, nos convocan.

—¿Cómo recibiste la nominación para los Oscar? ¿Qué significa para vos? ¿Y los Goya?
—Que emociona ser votado por tus pares, por directores, productores y técnicos que quizás hasta habían trabajado en otros proyectos que se estrenaron este mismo año pero igual tuvieron la generosidad de elegir a ésta. Es un honor y una alegría. Pero cuando digo que a Relatos salvajes no le pido nada más, lo digo en serio. Lo que ya está pasando con la película es, por lejos, lo más difícil de conseguir. La película está viva y establece un vínculo poderosísimo con la gente; como cineasta, eso es lo mejor que te puede pasar. Ni el marketing ni todos los premios del mundo aseguran que una película sea vista, y sobre todo querida, recomendada, por tantos espectadores. Los premios son importantes para los realizadores dentro de la esfera del ego, y también, por supuesto, contribuyen a la difusión de su trabajo. Pero como espectador te acordás de las películas que te gustaron, no de las que ganaron premios. Las huellas en tu memoria las dejan las historias, las actuaciones, la música y las imágenes.

—¿Cómo imaginás tu futuro como cineasta?
—No todavía. Tenía varias alternativas y ahora se abrieron muchísimas puertas más. Decidir el próximo paso es un muy lindo problema al que me estoy empezando a enfrentar. Recibí muchas propuestas y guiones de estudios y productoras americanas que ni siquiera tuve tiempo de leer o evaluar, y tengo proyectos ya escritos que antes eran muy complejos de financiar y ahora no. Y estoy empezando a escribir cosas nuevas.

—¿Como sentís tu experiencia en el exterior?
—Directores, actores, productores, muchas personas fundamentales de la industria del cine, con cuyas películas crecí, vinieron a ver Relatos salvajes y me expresaron cuánto les había gustado.

 

“Tengo el corte final”

Con un gran elenco –Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Darío Grandinetti, Erica Rivas, Julieta Zylberberg, Oscar Martínez, Osmar Núñez, María Onetto, Rita Cortese, Nancy Dupláa–, Relatos salvajes ha sido señalada como una fuerte apuesta del cine industrial argentino. Y el rendimiento comercial ha ratificado esa idea: hasta ahora el film recaudó 113 millones de pesos, un número impactante. Su director, Damián Szifrón, piensa sin embargo que “acá se suelen usar demasiadas categorías vacías”. Para él, “el término ‘industrial’ se usa a menudo de forma despectiva, como quien sugiere que es algo ‘no artístico’. Pero yo hago las películas que quiero, tengo el corte final, convoco a los actores, al músico, al director de fotografía y al equipo técnico que más me gustan y admiro. Trabajo con productores que respeto y de los que me importa su opinión. Paso mucho tiempo escribiendo, pero a la hora de rodar prefiero hacerlo en dos meses antes que en seis años. Entonces, en este caso, ¿dónde está la industria distorsionando la visión del director? No hay tal cosa. Más bien hay una comunión entre un director y productores que respetan su libertad, que apoyan su expresión, y que, en conjunto, imaginan un público importante en las salas, tal como ocurre con las películas que a mí más me gustan”.