El gol diferencia a ganadores de perdedores. River sufre lo que tan bien hacía su entrenador.
“Sem goleador no se faz gol”, frase común en Brasil, que no necesita traducción al castellano para ser entendida y compartida. El gol es la sutil diferencia entre quien gana y quien pierde, y es justamente el goleador, el individuo capaz de acercar a su equipo a la victoria. Carlos Morete, delantero goleador y campeón argentino con River, Boca, Independiente y Argentinos Juniors, justificaba su devoción diciendo “El gol es lo más hermoso, no hay nada más lindo. Si, ya sé que una jugada puede ser excepcional, también un caño, pero el gol es triunfo, es dinero, es lo que hace vibrar a los aficionados, dirigentes, técnicos y jugadores”.
La evolución del fútbol fue llevando a que los equipos cada vez se defendieran más y que se hiciera más difícil convertir un gol. La virtud de ser un “jugador con gol” (dícese de aquel futbolista capaz de superar la media de goles de su posición) es muy apreciada al momento de elegir y no casualmente al que sabe como meter la pelota adentro del arco se le paga más que al que no. Este es uno de los motivos (no el único) que lleva a que en Argentina abunden los delanteros de renombre y falten defensores de igual nivel. Es cuestión de asistir a una prueba de divisiones inferiores, en cualquier club del país, para comprobar cómo el porcentaje de candidatos potenciales para ocupar los puestos de ataque se ha ido incrementando con el transcurso de los años.
Si bien es cierto que los atacantes tiene más posibilidades de convertir goles, hay delanteros que no son goleadores y goleadores que no son delanteros. A tal punto llega disparidad en cuanto al gol que hay defensores con más de cien goles (Passarella y Bauza) y otros de larga trayectoria en la primera división del fútbol argentino que nunca gritaron uno propio, Villaverde (Independiente) y Arzubialde (GyE de Jujuy) son algunos ejemplos.
“Creamos varias situaciones, pero si no las definís, no alcanza. Si hubiéramos convertido rápido, el partido se hubiera abierto. Hay que darles tranquilidad a los jugadores y trabajar mucho en la definición porque si no convertís, se hace difícil ganar” , ha sido una de las frases más recurrentes de las conferencias de prensa de Ramón Díaz en lo que va del semestre. El “seco” presente del equipo no es ajeno a su realidad futbolística y la “anemia” de goles tiene motivos en las determinaciones adoptadas por el entrenador y por la dirigencia a comienzos del torneo: el problema del equipo, como dirían los brasileños, es que no cuenta con un “goleador experiente”.
River es la institución con más goles en la historia del fútbol argentino (más de 5800 goles en el profesionalismo). Su registro actual de 0,66 gol/partido (8 goles en 12 juegos) es un dato llamativo y preocupante. La sequía resulta aún más alarmante si se toma en consideración que de los ocho goles, sólo tres fueron convertidos por delanteros: Gutiérrez, Andrada y Simeone. Mercado -2-, Lanzini -2- y Carbonero, hicieron los restantes cinco.
Empujado por su inconformismo natural, por los flojos resultados y por la necesidad -convocatorias o ausencias-, Ramón Díaz en lo que va del torneo cambió de esquema de ataque y de jugadores en casi todas las fechas: jugó con un delantero y un enganche, un delantero y dos enganches, dos delanteros y sin enganche, y con dos delanteros y un enganche. Hasta el momento, los cambios de esquema y las rotaciones no pudieron resolver un problema que tiene su base en un componente estructural.
A comienzos de año, el plantel profesional de River contaba con un goleador de enorme trayectoria que se acercaba al final de su carrera (David Trezeguet), un goleador de gran recorrido en el fútbol local (Carlos Luna), un juvenil que venía de Europa pero con poco rodaje (Juan M. Iturbe), un juvenil del club que prometía más de lo que había cumplido (Rogelio Funes Mori) y un delantero extranjero al cual se lo conocía poco pero que se había destapado contra Boca (Rodrigo Mora). Esto sin contar a los juveniles Vila, Andrada y Simeone, que esperaban su lugar en la reserva.
A mitad de año, River se deshizo de todos: echó a Trezeguet, vendió a Funes Mori y a Luna, dejó ir a Mora y no pudo renovarle el vínculo a Iturbe. Para compensar las pérdidas, Ramón decidió promover juveniles, se encegueció en contratar a Teófilo Gutiérrez y a Jonathan Fabbro como sustitutos, ante la tardanza aceptó el retorno del ninguneado Mora y, ya con el presente de sequía consumado, pidió la incorporación del conocido pero “discontinuado” Menseguez.
El gol es la diferencia entre ganadores y perdedores. Un equipo puede hacer méritos individuales o colectivos para llevarse la victoria, puede tener más oportunidades por virtudes propias o errores ajenos pero todo, indefectiblemente todo, estará supeditado a que logre su propósito de hacer que la pelota traspase la línea de meta. River está sufriendo esta carencia y su entrenador Ramón Díaz, uno de los máximos goleadores del club en su época de jugador, no ha dejado de lamentarse. A él, para colmo, se le aplica el viejo refrán: “En casa de herrero, cuchillo de palo”.