Con 10 años, la hija del histórico tenista, da sus primeros pasos. Ventajas y presiones de llevar el apellido.
De tal palo, tal astilla. Es el deseo de Guillermo Vilas para su hija Andanin, quien este año debutó en los torneos de Grado 3 de tenis y es entrenada por su célebre padre.
“¿Si me preocupa que ella sienta presión por llevar el apellido Vilas? No, yo me sentía orgulloso de jugar con el nombre de mi padre”, responde Willy a PERFIL, todavía bajo los efectos de la contundente derrota que su nena de diez años acababa de sufrir en semis del certamen disputado en el club Banade, en Martínez.
“Va a llegar muy lejos, tiene todo. Recién empieza, yo quería que viera cómo es básicamente esto de competir. Situaciones como éstas sirven; cuando yo empecé perdía muchos partidos también, así se crece”, reflexiona Vilas.
Minutos antes, consumada la caída ante Lara Bauerberg por 6-1 y 6-0 en menos de una hora de juego, tuvo lugar una escena particular: Andanin abandona el court por una puerta lateral, acompañada por sus padres y al borde de las lágrimas, los tres a paso raudo para preservarla del contacto con los espectadores. “Ella está muy bien. Ya hablaremos. En este partido se encontró con todos los problemas; vamos a ponerlos sobre la mesa y desarrollar un sistema para que esto no pase de nuevo”, vaticina Vilas.
La nueva obsesión del mejor tenista argentino de todos los tiempos es que sus hijas le sigan los pasos en el deporte. A Andanin, la mayor, la entrena diariamente en River. Lalindao (4) recién comienza con sus primeras clases. Intila (3) tendrá que esperar un poquito más.
“Mové los pies, vamos”. Eso le indica en voz apenas audible Vilas a Andanin. Es feriado del 2 de abril, y unas treinta personas –más de las que habitualmente asisten a este tipo de partidos sub 12– observan cómo Andanin, pese a su movilidad y algunos golpes con buena técnica, es aplastada por su rival, un año mayor. Sentado en el tablón más alto de una pequeña tribunal lateral, Guillermo Vilas sigue el partido casi sin hablar, aunque después de cada punto le hace algún discreto gesto a su niña, que lo busca con la mirada en cada pausa del juego. En cambio la mamá, la tailandesa Pian, no deja de arengar a Andanin en su propio idioma, indescifrable para el resto.
“Va a llegar muy lejos, tiene todo” dice Guillermo Vilas. Andanin tiene solamente 10 años y mucho futuro por delante.
Cuando se encuentra 1-3 abajo en el primer set, la pequeña tenista –1,40 metros, muy delgada– se toma el rostro para no llorar. Pobrecita, dan ganas de abrazar a Andanin y decirle que no importa, que todo va a estar bien. Seguramente Vilas siente lo mismo al costado del court. A sus 61 años, vestido como siempre de impecable negro, por un momento no es el que es, una gloria viviente del tenis, sino un padre como cualquier otro, viendo cómo su hija lo pasa mal en una actividad que debería disfrutar. Ella también juega vestida de negro, gorra incluida, de la misma firma de indumentaria que la que exhibe su progenitor en las gradas.
Un papá omnipresente. Una hora antes del partido, Guillermo llega en una 4×4 blanca, conducida por su representante. El va en el asiento trasero junto a Andanin. Pian, de copiloto. Ya en el club, muchos aprovechan para sacarse una foto con aquel melenudo que libró batallas memorables con Björn Borg y Jimmy Connors, el mismo que ahora supervisa cómo su heredera hace frontón durante 15 minutos. Trata de no demostrarlo, pero se lo ve inquieto, ansioso por ver en acción a Andanin, quien viene de ganar los tres partidos del round-robin. Pero esta vez la historia es muy distinta.
“El sistema de la chica que le ganó es diferente, se ve que entrena muchos peloteos. Y Andanin tenía otros elementos. Es como que van por dos lados, esta chica está jugando bien y tiene buen estado físico, y Andanin lo que ha hecho es técnica, que es distinto”, argumenta a favor de su hija.
Espinas con rosas. Vilas sabe que el camino al éxito requiere mucho sacrificio, pero no hay atajos cuando falta lo básico: el talento. “Si los chicos no aportan, los padres no pueden hacer nada. La familia es todo para jugar, puede haber jugadores con problemas y que salgan bien, pero sólo si se trata de chicos con una base importante”, argumenta. En su momento, su padre, José Roque Vilas, le consiguió en Mar del Plata al mejor profesor posible. ¿Quién entonces mejor que él mismo para entrenar a Andanin?, seguro que piensa.
“Yo a los dos años ya le daba con la paleta. Y después tuve lo máximo, mi papá contrató al gran Felipe Locicero. Cada vez que me llevaban a un lugar, ganaba. Y había torneos muy importantes; me llevaban a Estados Unidos por tres o cuatro meses; siempre tuve un apoyo muy grande en ese sentido, y aparte yo trabajaba mucho para que me siguieran apoyando”.
Con Andanin, él hace lo mismo que por entonces Locicero. “Así es como yo enseño, primero la técnica y después el estado físico, que es lo que hice en mi carrera. Andanin está en la etapa en la que tenés que armar la técnica. Después viene lo físico, las mujeres tienen otros músculos”, afirma el Vilas docente.
¿Cómo se siente que ella siga sus pasos? “Era algo que teníamos arreglado desde hace tiempo. Y después vienen las otras dos…”.
El Vilas coach de sus hijas, evidentemente, llegó para quedarse.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.