El creador de Fuerzabruta dejó atrás su participación en los festejos del Bicentenario y se concentra en su actual proyecto, que se ve, a la vez, en Londres, Nueva York y Buenos Aires.
Es la cabeza de Fuerzabruta, aunque no quiere ser su rostro. Diqui James es el creador de una teatralidad, asociada a la experimentación y las rupturas artísticas en tiempos del regreso de la democracia. Allá lejos en el tiempo, fue en Córdoba donde él y un grupo de estudiantes de teatro se cruzaron con los catalanes de La fura dels baus. Así nació primero La organización negra, luego pasó a ser De la guarda, y desde 2002 son Fuerzabruta. Wayra, la última propuesta que Fuerzabruta arrancó en 2011, desde marzo volvió al Centro Cultural Recoleta, de jueves a domingos. Antes, el grupo estuvo –por segundo año– en el Festival Rock de Cosquín. Paralelamente, la compañía se multiplica en otros puntos del mundo.
—¿Cómo evoluciona cada espectáculo aquí y en otros países?
—Nuestro lugar de prueba es siempre Buenos Aires. Una vez que estrenamos, lo mismo que hacen los músicos, que en cada recital presentan nuevos temas, buscamos pulirlo en este escenario. Es algo que no podríamos realizar en otros ámbitos. Por ejemplo, en Nueva York estamos estables, pero la producción no es nuestra, por lo cual no todas las decisiones nos pertenecen. Tenemos tres o cuatro compañías. En este momento hay una en Estados Unidos, otra aquí y la tercera en Londres.
—¿Hicieron temporada en Londres?
—Esta fue nuestra tercera temporada en The Roundhouse. Estuvimos con De la guarda en 2006 cuando decidieron cerrarlo por reformas. Siete años después llamaron a Fuerzabruta para la rei-nauguración. Es un espacio creado en 1847 para arreglar locomotoras, que en la década del 60 se transformó en centro cultural. Allí se estrenaron espectáculos de Peter Brook y estuvieron grupos como el The Living Theatre. En los 70 fue sede de todo el punk.
—Se habló de tres heridos en el show: ¿cómo fue el accidente?
—Nadie fue al hospital. Uno se torció el tobillo porque alguien lo empujó; una chica se mordió el labio, y el tercero se rompió los anteojos y se lastimó un poco. Se soltó una escenografía, se activó la medida de seguridad, por lo cual empezó a bajar lentamente sobre el público y decidimos parar el show. La gente creyó que era a propósito, pero les pedimos que salieran. Esto sucedió un viernes y a la semana siguiente (un martes) volvimos. No pasó nada que no debiera pasar. El teatro nos pidió retornar al día siguiente, que era sábado, pero fue una decisión nuestra postergarlo. Nos revisaron todos, desde la municipalidad hasta el propio teatro. Confirmaron de forma unánime que era un show muy seguro. Nos dimos cuenta que estábamos haciendo las cosas bien, por eso los reportes fue-ron positivos.
—¿Pueden ir niños?
—Sí, aunque lo ideal es que no sean menores de ocho años. Siempre les avisamos que hay dos disparos, casi al inicio, porque se pueden asustar. Además la música está muy fuerte, como en cualquier recital o en las actuales películas en el cine. Creo que deberían usar tapones en los oídos. Me encanta que vengan distintos públicos, de diferentes edades. Creo que en la Argentina necesitamos eventos que puedan ser compartidos entre todos, como pasa con el carnaval en Brasil.
—¿No te preocupa que a partir de los festejos por el Bicentenario se vincule a Fuerzabruta con el kirchnerismo?
—Hicimos lo del Bicentenario en 2010 y abrimos Tecnópolis en 2011. Después no hicimos más nada para el gobierno nacional. Pero en los medios sale que Fuerzabruta está en todos los actos y no es así. Escriben y nos citan como que si siguiéramos estando. Si no estás en el tema y lo leés, podés asociarnos con los K. Creo que tiene que ver con la falta de rigor periodístico, pese a que sacamos gacetillas y lo comunicamos. Ya me canso de desmentirlo. Tengo la certeza de que el que venga al Recoleta se encontrará con la verdad. No me molesta lo político, sino lo artístico. Pueden decir que soy kirchnerista o ahora macrista, porque estoy en el Gobierno de la Ciudad. Creo que los Estados deben apoyar la cultura y hacer propuestas gratis para el público, lo haga quien lo haga. Pero hay personas a las que les molesta que se gaste plata en estos temas; no es mi caso. Socialmente nos hace bien estar en una plaza, con toda la familia viendo espectáculos. Los espacios públicos deben tener música, teatro y todo tipo de manifestación cultural.
—¿Tenés una ideología?
—Sí, claro, y voto a quien quiero. Imagino que, si hubiese una dictadura, no me vería haciendo un evento. Pero no me quiero poner esa bandera, porque no sé cuan valiente sería. Me dedico a hacer espectáculos. Si mañana gana el Dr. Binner, también haría el espectáculo. Siento agresividad en el tema y no comparto esto.
—¿Te imaginabas hace veinte años estar sentado frente a la Presidenta o con el ministro de Cultura de tu ciudad?
—No. Pero me parece absolutamente natural que suceda con cualquier artista y, sobre todo, en el ámbito de total li-bertad con el que lo hacemos. Nos sentimos respetados, nadie nos pidió cambiar nada. Nos sentamos a charlar para devolverle a la gente lo que se merece, ya que usamos el espacio público. Me gusta ir donde podamos discutir cómo abaratar los precios de las entradas. Si voy a Chicago, no tengo esa posibilidad. Por eso es importante que aquí podamos conversar y pedir entradas más accesibles.