Brasil enfrenta grandes problemas de cara a la Copa del Mundo. Qué papel juega Dilma.
Brasil, definitivamente, se consolidó como un país Latinoamericano. Nunca renegó de su circunstancia geopolítica, es cierto, pero y por un instante –no muy lejano– pareció dar un salto de calidad para camuflarse (aunque sea eso) de potencia, como las del Hemisferio Norte. Fue una ilusión tercermundista. En aquel momento, cuando estaba en el aire impulsado por esa pretensión, se candidateó para organizar el Mundial de fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. El planeta entero, arrastrado por el carisma personal del entonces presidente Lula, creyó lo que creímos muchos: que podía. Y Brasil ganó ambos derechos.
Lo que nadie supuso fue que la caída, propia de todo salto desmedido, seria la que fue, la que está siendo, la que promete no parar hasta 2018 si el actual gobierno se perpetúa en el poder y cumple dieciséis años seguidos de populismo asistencialista (sumando Lula + Dilma Rousseff si esta fuese reelecta en octubre próximo). Dicen que cuanto más alto se sube más ruido hace la caída. Los dolores sociales y estructurales que aquejan a Brasil actualmente no son los dolores de crecimiento del que nos hablan los pediatras cuando estamos dando el estirón a la adultez. Nada eso. En este Brasil, aún ‘de pantalones cortos’, son los dolores del inesperado y dramático tumbo…
Contrariamente a lo imaginado cuando, más de seis años atrás, Brasil fue elegido para organizar la vigésima Copa del Mundo de fútbol, el país hoy no está bien y toda la organización del evento que depende del gobierno peor. Hasta 2010 el país creció mucho, como anticipándose al paralizante mandato de la primera mujer en presidirlo, la ex guerrillera Dilma. La sucesora del popular y populista Lula lo congeló enseguida que asumió. Por temor a verse involucrada, posteriormente, en denuncias de corrupción, lo puso en un freezer a siete llaves. Casi ningún proyecto salió del papel. Estacionó el futuro en su escritorio. Creó un embudo fiscalizador que la superó. El Mundial, por ahora, y posiblemente los próximos Juegos Olímpicos cariocas, sufren las consecuencias. Sólo parece caminar lo que no debiese: La FIFA, por ejemplo, consiguió que en un país donde está prohibida la venta de bebidas alcohólicas en los estadios, se libere su venta durante la Copa (un contrasentido total); pero no consigue que se entreguen esos mismos estadios en los plazos estipulados y en el orden proyectado.
La pendiente brasileña es tan detectable como el sol de mediodía. El riesgo país es disminuido permanentemente por las calificadoras internacionales, tanto como aumenta la inflación: la mensual brasilera supera a la anual de la Zona del Euro, 0,5%, que tampoco es cosa buena… Sólo los más pobres, subsidiados con las llamadas ‘bolsa familia’, ‘bolsa universidad’, ‘bolsa trabajo’, ‘bolsa escuela’ y todas las benditas bolsas que la imaginación (auto)-distributiva pudo generar, conservan alguna sonrisa. Estas obvias ‘bolsas voto’ son el pedazo venezolano de Brasil, por no decir que es la porción ‘K’, que el PT –Partido de los Trabajadores– utiliza para mantener su liderazgo de cara a las inminentes elecciones presidenciales (dentro de siete meses). El resto, empresariado y clases alta y ‘media verdadera’, chilla como nunca lo hizo antes y gruñe como no sabía hacerlo.
La FIFA jamás estuvo más angustiada que en esta edición porque por primera vez no se cumplió ningún plazo. “Sudáfrica estaba mejor” ya dijeron los popes del fútbol. Prácticamente todo está atrasado y muchas estructuras fuera del padrón exigido. El test que resulta ser la Copa de las Confederaciones –siempre disputada un año antes en el país anfitrión del Mundial– en 2013, fue todo lo que nadie quería. Ni se esperaba. De un día para el otro, Brasil mostró una cara poco probable de su tranquila personalidad: repetidas manifestaciones, especialmente juveniles, ocuparon las calles de las principales ciudades, reclamando contra la Copa y pidiendo el mismo nivel (llamado ‘padrón FIFA’) para áreas vitales y sensibles siempre mal atendidas, como educación y salud.
Da vergüenza ver cómo se pagó hasta diez veces más cualquier construcción requerida para el Mundial.
Las inusuales ‘paseatas’, no exentas de violencia, pusieron en riesgo esa Copa y amenazan colocar en jaque el mismísimo Mundial. Para colmo, las fuerzas policiales, no acostumbradas con estas manifestaciones, mal las reprimen y, cuando lo hacen, generan más caos que el existente. El gobierno de San Pablo, en consecuencia, decidió comprar carros-bomba, blindados y antidisturbios, para reprimir con chorros de agua. Invirtió más de 100 millones de pesos argentinos en 14 vehículos, sólo que… llegarán tarde, después del Mundial, con suerte reprimirán a los manifestantes de las Olimpíadas de 2016 que no serán en San Pablo. Así casi todo, mostrando que el país quiso dar un ‘paso argentino’: más largo que su propia pierna… Bien los conocemos y que tantos tropezones nos generó.
Claro que las quejas estudiantiles no son infundadas (más allá de que algunas sean maniobras políticas de partidos de oposición con interferencia manipulada de los descontrolados ‘black-blocks’, algo así como los muchachos de ‘Quebracho’ en la Argentina); las protestas populares, que nacieron en Porto Alegre –donde la Selección albiceleste jugará su tercer partido copero– por un aumento en el boleto de ómnibus, tienen fundamento en la alta corrupción que contamina casi todo. Da vergüenza ver cómo se pagó hasta diez veces más cualquier construcción requerida para el Mundial. No se cumplió con ningún presupuesto. Y todo aquello que la FIFA no exigió, diferente de los estadios, tipo aeropuertos se quedó a mitad de camino… Muchas obras, como los transportes monorrieles de Cuiabá, la ciudad Sede matogrosense, proyectados para la Copa, ridículamente se inaugurarán después de la Copa!!! Los economistas locales temen la ‘italianización’ de la política económica brasileña que, sumada a la política bolivariana practica, conformaría el peor escenario posible.
El gobierno federal y el Ministerio de Deportes son los principales cuestionados y, sin dudas, los mayores responsables de esta irregular situación, aunque las gobernaciones e intendencias no son ajenas ni al caos ni a la corrupción. Como el país, además, resbala en un tobogán económico descendente, el exceso de gastos con el Mundial aturde con más agudeza que la habitual. Todo parece peor. Si en la Copa de las Confederaciones no hubo un final más insatisfactorio (y trágico) se debió a que el resultado deportivo funcionó como el agua que apaga el incendio. Brasil ganó esa Copa goleando a España en la Final y le recordó a la gente los momentos felices que el fútbol supo dar años atrás y por décadas. Lo mismo puede suceder en el Mundial de junio/julio. Y quien más aguarda que así ocurra es la presidente Dilma quién, soberbiamente, en vez de retirarse a mejores instancias, será candidata a la reelección.
Si Brasil pierde el Mundial de fútbol –cosa bastante probable, ya que en Semifinales todo indica se las verá con Alemania, el gran candidato– ella, Dilma, puede perder las elecciones. Más aún, la única chance de verla fuera del ‘palacio del planalto’ de Brasilia, es esa, porque la inmediatez electoral reflejará el resultado del Mundial. Si Brasil pierde en la cancha, las denuncias de sobrefacturación, soborno, cohecho e ilícitos varios afloraran como en una ingrata primavera dañando la ya frágil imagen de una mujer sobrevaluada para el cargo que ocupa.
Si Brasil gana… otra vez ‘pan y circo’. Es Latinoamérica.
A dos meses de la inauguración mundialista el noticiario local sólo informa de conflictos sociales, del recrudecimiento de la violencia (Rio de Janeiro asusta), de los traspiés de la economía y, cuando coloca foco en la Copa, sólo habla de atrasos, incumplimientos y sospechas variopintas. Por primera vez Dios no parece ser brasileño: el calor de este verano, que fue record secular, la falta de lluvias que obligó a racionar el agua en muchas zonas, el exceso de lluvias en otras regiones, que las inundó, tampoco ayudaron a que el panorama dejase un poco de lado el inusual pesimismo brasileño que lo hizo prisionero. Por el contrario, lo pintaron más negro aún. Tan es así que muchos brasileños no esconden su deseo de que Brasil pierda el Mundial. Y, créase o no, los más radicales quieren que gane Argentina, porque el ‘golpe’ será más duro, menos disimulable. No ven en la fiesta del título nada positivo sino un falso espejismo: no les falta razón. Algunos creen que Argentina, con Messi a la cabeza, si los vientos soplan a favor, puede ayudarlos a destronar Dilma y el ineficiente PT (su cúpula principal está presa por el escándalo del ‘Mensalão’: colocando esa palabra, en internet aparecerá bastante cosa).
La última encuesta hecha por Qualibest muestra que hasta los niños están poco interesados en la Copa, aún cuando son los menos conscientes y, consecuentemente, los más entusiasmados. Apenas un 12% de esos chicos adquirió alguna promoción vinculada al Mundial; siendo que el 66% no compró ni piensa comprar nada del llamado merchandising mundialista. El negocio FIFA da sus mejores frutos fuera del país, no en Brasil, eso es más que evidente. Sólo el 4% de los entrevistados dice que le gustaría ir a la cancha. Un 17% declaro que la Copa ‘no le interesa nada’, mientras sólo un 10% dijo que ‘se interesaba mucho’. Los púberes, de 13 a 17 años fueron los más aviesos a la realización del Mundial, declarando que ‘la Copa no puede ser prioridad’; mejor informados, el 35% de ellos resaltó que ‘el país no tiene infraestructura ni condiciones para organizar una Copa’. Y un alto número, el 25%, gritó que ‘el Mundial es un desperdicio’.
Hoy, con las redes sociales a todo vapor, o a todo chip –para disimular el viejazo–, es difícil engatusar a alguien: sólo se engaña a quien quiere ser engañado.
Los u$s 11.900 anuales de renta per cápita de 2013 ubican a Brasil solamente en el lugar número 101 en el mapa mundial, inclusive debajo de la empobrecida Argentina (u$s 17.700), aunque es uno de los pocos índices desfavorable en la ‘comparación vecinal’. En el ranking de libertad económica Brasil ocupa la atrasada 114ª posición; en el de facilidades para emprender nuevos negocios, el trastabillante 116º lugar (el tiempo para abrir una empresa en el país es de 107 días, contra medio día en Nueva Zelanda); en el raro ranking de la filantropía Brasil está inscripto en el puesto 91; la evasión fiscal, en relación al PIB es entre 9% y 13%, según las fuentes, sólo mejor que en Rusia; en el famoso ranking PISA de educación, Brasil ocupa la mediana posición 59; la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes es alta, llega a 21 víctimas; el saneamiento básico en áreas rurales no pasa del 85%. Y lo aún más importante es la todavía notable desigualdad social: la diferencia de ingresos entre el 10% más rico de la población y el 10% más pobre, es de 50 veces. Curioso: la evasión fiscal de los más ricos es 25% mayor que la de los más pobres, aunque el gobierno represente al Partido de los Trabajadores.
Sólo en los Tribunales la diferencia se invirtió. Hasta fines del Siglo pasado, los patrones ganaban todos los juicios de sus empleados sin importar de quien era la razón; los blancos ganaban los procesos por ser blancos, sin importar a quien correspondía la razón. Y los ricos y poderosos ganaban sus juicios sobre los pobres sin importar de qué lado estaba la razón. Desde inicios de este Siglo es exactamente lo inverso. Los empleados ganan por ser empleados; las minorías étnicas se imponen por color o diferencia y no por razón; los pobres derrotan a los ricos y poderosos apenas porque estos son ricos y poderosos, aunque siempre aparecerá la excepción que confirme la regla o se parezca al pasado; y la justicia suprema es un reality show televisivo (literal). Así, la justicia injusta, aunque inversa al pasado, continúa funcionando en vísperas del Mundial y a 50 años de la última dictadura, que duró 21.
Muchos brasileños quieren que su selección no gane el Mundial.
Tan preocupados como la FIFA están los patrocinadores de la Copa del Mundo, que no encuentran retorno proporcional a sus elevadas inversiones. La consultora MC15 comenzó en mayo de 2013 un levantamiento sistemático que muestra el ‘awarness’ de las marcas asociadas al campeonato y, realmente los resultados son desmotivadores. Solamente Coca Cola y el banco Itaú, que patrocinan deportes desde hace muchos años, tienen algún eco. El resto parece estar tirando su dinero al vacío. Más aún, muchísimas empresas se niegan a realizar acciones publicitarias y/o de marketing, relacionadas al Mundial, porque temen estar asociándose a un símbolo negativo en la cabeza del nuevo brasilero. El miedo a que el barullo social de las manifestaciones paralelas al torneo supere localmente al deportivo, lo que seguramente sucederá si Brasil queda eliminado, torna prudentes a sus exhibidos ejecutivos por una vez en la vida.
El incierto gobierno de Dilma Rousseff, que no consigue enderezar el rumbo, en vísperas de un evento tan grande como una Copa FIFA, donde más de dos tercios de la población mundial observará al país, provoca ‘factoides’ intentando cambiar esa imagen en el exterior. Pero no le sale bien. Un mes atrás, seis periodistas de los Estados Unidos, Alemania e Inglaterra, traídos y pagos por el Ministerio de Deportes, con ese propósito y con dinero del erario público, fueron asaltados a poco de desembarcar. Gracias a la acción de transeúntes ocasionales no fueron robados o lastimados por jóvenes armados con cuchillos y estiletes. Esto que parece, apenas, una anécdota perdida, no lo es, porque por donde se mire hay otra de estas anécdotas esperando para ser contada. Como las publicidades de las marcas que fabrican camisetas de fútbol, que no encontraron nada mejor para exhibir en sus avisos que formidables colas de mulatas, en bikini, meneándose en playas calientes: el gobierno mandó a retirarlas… “Hay que vender otra imagen”. En el Mundial malquerido, nadie acierta.
(*) Director Perfil Brasil y creador de SoloFútbol.