Hubo más de 130 mil personas, en la primera edición del Lollapalooza en la Argentina y muy buenos espectáculos. Claro que había que tener energía, para tolerar físicamente la exigencia de un festival que requirió entre seis y ocho horas, y también dinero. Eso determinó un corte social de público muy nítido. Una magra hamburguesa costaba en el enorme Hipódromo de San Isidro 50 pesos; una gaseosa, 30; el estacionamiento, 200 pesos; y usar el Lollabus, 100 pesos más. En lo artístico, el festival ofreció una programación variada con artistas que viven un gran momento. Es el caso de los canadienses Arcade Fire, explosivos y encantadores, y los Vampire Weekend, que en escena exhibieron su poderoso carisma. Los de Brooklyn reactualizan el espíritu afrobeat de Talking Heads con melodías inspiradísimas y arreglos que reúnen sencillez y eficacia. Pixies, otro de los números fuertes, dio un show enérgico y marcado por la habitual parquedad de su líder, Frank Black. La ausencia de Kim Deal, reemplazada por la bajista argentina Paz Lechantin, no es una carga menor para la banda de Boston, con temas nuevos (editados y EPs), un cover muy logrado de Head On, de The Jesus & Mary Chain. La neocelandesa Lorde confirmó que merece la atención que le ha prestado la prensa en los últimos meses. Su voz potente y llena de matices funciona a la perfección con una instrumentación austera y muy actual. El británico Johnny Marr eligió saldar cualquier deuda pendiente con los fans de The Smiths incorporando a su lista de temas unos cuantos hits de la banda que lo hizo famoso (notable la seca relectura de How Soon Is Now?). No es lo mismo sin Morrissey, pero Marr cantó con soltura y autoridad, y regaló un cover de The Crickets que muchos conocen por la versión de The Clash, I Fought the Law. El cierre estuvo a cargo de un poderoso show del grupo más convocante, Red Hot Chili Peppers, cuya aparición a principios de los 90 coincidió con la creación de este festival de música alternativa ideado por Perry Farrell (presente en San Isidro) que hoy se ha transformado en una enorme y aceitada maquinaria comercial con una enorme publicidad de sushi en el escenario en pleno desarrollo del concierto del número central de la noche.