De la conclusión confusa de argentinidad en el exterior al amor por “los mayores coleccionistas de derrotas” del deporte nacional.
Casas Bahía, algo así como una exitosa Frávega brasilera (vende electrodomésticos), es – casi todos los años – el mayor anunciante del vecino país: en 2013 su pauta fue de 15 mil millones de pesos argentinos, mitad de toda la torta publicitaria de nuestro país… Acaba de lanzar su nueva campaña ofreciendo televisores de más de 60 pulgadas ‘para el Mundial’. La oferta, que incluye el pago en diez cuotas mensuales de 399 Reales (1370 pesos), se ve interrumpida por una ruidosa barra de argentinos –todos con sus respectivas camisetas blanquicelestes– que aparece cantando el tradicional ‘ar-gen-ti-na / ar-gen-ti-na’. En ese momento el vendedor informa una condición extra: si Brasil se consagra campeón del mundo, a quien esté en la ‘promo’ y por un solo Real más ($ 3,44), Casas Bahía le entrega un segundo televisor de 51 pulgadas. Los melenudos argentinos, inmediatamente, ‘se venden’ y comienzan a cantar ‘bra-sil / bra-sil’….
Las interpretaciones son varias, desde que Casa Bahía no cree en el triunfo brasilero y, por tanto, apuesta como si fuese un casino, con ‘todas las de ganar’ para la banca, hasta la visión que supone lo opuesto: cree tanto en la victoria ‘canariña’ que, si tiene que entregar todos esos segundos televisores por sólo un Real extra, ganará en imagen porque sus productos se quedarán ‘de por vida’ en los hogares brasileros: nadie se va a deshacer de ‘ese símbolo’ del hexa (recordemos que Brasil es penta campeón, esto es cinco veces y va por su sexto título…). En todas las interpretaciones posibles hay, sin embargo, un hilo conductor que es el de los ‘argentinos vendidos’. ¿Una provocación? No parece. Sin dudas es folklore y suena a mero argumento de ventas. Es para desovar stock de modo divertido porque quienes comprarán esos televisores son los brasileros y no los extranjeros, menos aún los argentinos que después, al nacionalizarlos, para ingresarlos al país, deberán pagar cinco, diez o veinte veces su valor, de acuerdo al humor gubernamental del momento y de su espíritu ‘defensor’ de la industria nacional (ese que desabastece a las farmacias de remedios no fabricados en el país…).
Si toda publicidad, como también dicen de las mentiras, tiene su puntita de verdad y los brasileros creen que, por causa de la desvencijada economía argentina, las barras albicelestes se venden tan fácilmente, estamos fritos. Aunque no lo creo. No obstante, esto podría significar que se pone en juicio la inquebrantable argentinidad, ese don que tanto ayudó a hundirnos. Sí, sí, es contradictorio. Como casi todo. Aquí, en el extremo Sur, el bien y el mal caminan de manos dadas. El problema es que, visto desde afuera, ese sentimiento de hinchas deportivos, se mezcla con los cacerolazos, las huelgas, los reclamos, las reivindicaciones, las peleas eternas, las discusiones sin fin y la división para siempre, y todo junto parece algo positivo. “Ustedes saben defender sus ideas” nos repiten y repiten, por ejemplo, los brasileros. Lo dicen como un bien que los argentinos debiésemos honrar y mantener inmutable. Esos extranjeros, claro, siempre quedan desnudos argumentalmente cuando ven tanto ‘empeño’ argentino por cambiar las cosas con tan malos resultados: siempre las cambiamos para peor.
Otro aviso, aquel previo al Mundial de Sudáfrica, cuando Diego Maradona –muy bien pago por una embotelladora brasilera– se puso la camiseta ‘verdeamarela’ y (aunque fuese en una supuesta pesadilla) cantó el himno de Brasil, comienza a ser recordado, ahora, cuando se ve el de Casas Bahía. Es un recuerdo, por lo menos en lo que tiene que ver con la lealtad, que no nos favorece. Para muchos, simplemente, confirma que el dinero todo lo puede; pero para la mayoría es traición nacional más allá de la plata ‘porque Maradona no precisa del dinero de un anunciante brasileño’ y, nadie encarna más a los argentinos que Dieguito, con lo bueno y lo malo que eso conlleva. Otra vez la argentinidad: Maradona reclama de todo y defiende a todos enfrentando a todos, pero por cuatro o cien ‘morlacos’ hace lo que Pelé nunca hizo ni haría. Se ‘vendió’ a Brasil. Así, el final es, inevitablemente, el no deseado. Esperemos que la hinchada argentina no termine el Mundial cantando ‘bra-sil / brasil’ como en el aviso de Casas Bahía.
Vale destacar que el nexo de esa argentinidad deportiva, que incluye a los embajadores de la ‘patria burra’ descrita en otro texto, no son los dirigentes, ni los técnicos ni los mismísimos jugadores, porque los Menotti y los Bilardo van pasando tanto como los Grondona y hasta los propios Maradona y Messi. El nexo es la hinchada. Lo que queda como herencia de una década para otra y de generación en generación es el hincha. Ese que siempre está y siempre pinta los estadios de celeste y blanco con sus banderas, bombos, vinchas, cánticos, tatuajes y camisetas. Por eso el aviso de los televisores es tan representativo, porque pega donde hay más musculo para aguantar y más carne para herir, la gente. La gente común, claro, ‘la otra es la otra’ y puede ser que esa otra sea la retratada en el aviso de los televisores. Ojalá.
Más allá de esa conclusión confusa de argentinidad que habita en el exterior y nos muestra como ‘guerreros incansables pero desorientados’, la argentinidad siempre pareció solida. Es como el infierno cuyas llamas nunca lo queman sino lo alimentan. Y eso es lo que se pone en duda en el aviso de Casas Bahía, comercial de tv que puede indicar un principio de cambio de nuestra imagen en la concepción de los vecinos y el primer paso, en ese sentido, en el resto del mundo. Los argentinos, afuera, somos ‘choripan, dulce de leche y desentendimiento mancomunado’. ¿Será bueno o malo si nos convertimos apenas en ‘choripan y dulce de leche’? Sospecho que bueno, porque eso de pelearnos por y para nada nos llevó y lleva a… nada.
Eso sí, ¡vendidos nunca! porque “el pueblo unido jamás será vencido”. Aunque, en los tiempos que corren, difícil es saber el mañana. Tanto que no sonaría raro si Casas Bahía pusiera su aviso en Crimea donde los hinchas no necesitan de ofertas para cambiar su aliento, sus canciones, su alma. Los habitantes de Crimea, hasta este marzo estaban afuera del Mundial (Ucrania perdió su última chance ante Francia) y, sin embargo, en julio pueden ser campeones del mundo, pues, ahora son rusos. Parece absurdo, pero no lo es, sólo es política. Política salpicando al deporte. Como diría Hugo Asch, la vida es rara.
Otrosí: En la columna anterior y queriendo aliviar la mochila de la Selección de Fútbol, concretamente la de Sabella, dije que ‘los Pumas’ –Selección argentina de rugby–, son los mayores coleccionistas de derrotas que exhibe el deporte nacional y, aún así, la gente los ama. Hoy digo, los ama pero no los siente como siente a sus futbolistas. Sólo así se puede ‘justificar la injusticia’ que se comete en nuestros estadios, donde en fútbol ser segundos es oprobioso y en rugby ser últimos se conmemora con fiesta si se perdió por poco. Algunos lectores no vieron en ese comentario una defensa a la Selección de fútbol, como era su intención, sino un ataque a los Pumas. Lo aclaro: no tengo nada contra los Pumas. Tampoco nada a favor porque los mido con la misma vara que a los demás deportistas nacionales. Todo bien, son argentinos, usan los colores de nuestra bandera y dejan todo en la cancha, pero si en todos los deportes se aceptara lo que se le acepta a ellos, no ganaríamos un Mundial de nada y nos habríamos acostumbrados al fracaso como al agua fría de Mar del Plata. Aquí no hay opinión, hay realidad estadística, hay lectura histórica, hay números que hablan por uno y debiesen hablar por todos, al menos por todos los que deseamos ver más allá de los colores celeste y blanco, no sólo porque la importancia del deporte está mucho más aquí de French y Berutti, supuestos responsables de esos colores sino porque hasta ellos hoy están en discusión, tanto como su escarapela y nuestros colores: incrédulos ver Daniel Balmaceda en sus ‘Historias Inesperadas’.
Los Pumas jugaron todos los Mundiales que ya se disputaron. Todos. Y nunca fueron campeones como el fútbol y los demás deportes. Siquiera fueron vice. Una sola vez generaron algún orgullo real, en el 2007 en Francia, cuando consiguieron el tercer puesto. Salvo otra oportunidad en la que cayeron en Cuartos de Final, siempre dijeron adiós en la Primera Fase, como una Bolivia del fútbol. Recordemos que son pocos los países que juegan, con alguna tradición, al rugby; no es que los Pumas deben debatirse contra todo el mapa, no, la mayoría no lo practica o lo hace a modo de distracción, poco competitivamente. Excepto Uruguay, que intervino dos veces, jamás cualquier otro país de nuestro subcontinente clasificó para un Mundial y eso explica las ‘épicas’ victorias de los Pumas en los torneos Sudamericanos. Si queremos ser buenos argentinos y mejores deportistas, seamos justos. Carlos Reutemann, uno de los tres grandes pilotos de la F1 que ya nos representó en el mundo, fue execrado en ‘su’ y nuestro querido país, “porque solamente fue subcampeón Mundial” (un mísero punto atrás de Nelson Piquet en 1981). ¡Ojalá lo hubiesen sido los Pumas!
En básquet los argentinos fuimos campeones mundiales y medalla de oro olímpica; en automovilismo alcanza con mencionar a Fangio, quíntuple campeón mundial; el box(eo) nos dio más coronas que nadie, desde Pascual Pérez al ‘Chino’ Maidana, pasando por Monzón, Accavallo, Galíndez y Nicolino apenas para hacer corta la lista masculina –son 33–, porque hasta las chicas trajeron varios cinturones ecuménicos: la ‘Tigresa’ Acuña fue la primera de las seis criollas world champions. La gloria mundial en golf llegó con Roberto De Vicenzo, principalmente, y el olvidado Antonio Cerdá y en tenis, si bien nunca ganamos la Copa Davis o la Fed Cup, Guillermo Vilas, por citar al mejor, conquistó seis Grand Slam y entre las mujeres Gabriela Sabatini también ganó el suyo. Esto sólo para recorrer y comparar al rugby con otros deportes de similar repercusión en la prensa nacional y que generan entusiasmos parecidos en el público (aunque indultos diferentes).
Ah, pero “el rugby es amateur” mal replican algunos. No, los jugadores de los Pumas, salvo rara excepción, juegan y muy bien pagos, en el exterior. Todos los integrantes de la Selección en el último Mundial de Nueva Zelanda fueron considerados profesionales, inclusive los cuatro ‘locales’… Además, el atletismo nos dio oro olímpico con nombres mucho más amateurs que los rugbiers: Juan Carlos Zabala y Delfo Cabrera; en ciclismo el oro lo consiguieron Juan Curuchet y Walter Pérez con tanto sacrificio como el de los ‘ovalados’ de otros tiempos (que sí eran amateurs). El hockey sobre césped, con las Leonas, le ofrendó al país dos títulos del mundo y el hockey sobre patines, con los varones, cuatro campeonatos del mundo. Hasta en las amateurísimas bochas los argentinos fuimos campeones del mundo, con Rubén Basualdo. Nuestro polo fue dos veces oro cuando era deporte olímpico. En Remo, los argentinos Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero también colgaron en su cuello la medalla dorada, sin olvidar el fantástico título mundial del rosarino Alberto Demiddi.
¿Más? En equitación el argentino Carlos A. Moratorio fue el primer campeón mundial de concurso completo (prueba de tres días). Hasta en el súper-amateur taekwondo subimos a lo más alto del podio olímpico, recientemente, con Crismanich. En natación Alberto Zorrilla fue medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Amsterdam, Ana María Schultz lideró el ranking mundial en los 400 metros libre en 1950, Luis Alberto Nicolao dos veces batió el record de los 100m mariposa, Claudio Plit se consagró cuatro veces campeón mundial de aguas abiertas, donde Diego Degano encabezó el ranking mundial en los ochenta, y José Meolans, ya en este Siglo, fue campeón del mundo de los 50m libres. Di Nenno y Stupaczuk son argentinos y campeones mundiales de padel. En pelota a paleta la distancia con el rugby es absurda, son casi cuarenta distintos títulos mundiales que el país exhibe. Y paro por aquí, para no cargar las tintas y porque ya está demostrado lo que la ‘patria burra’ cuestiona a favor del rugby que sólo –en resultados– es poco más que el ignorado hándbol y con suerte semejante a nuestro vóley, que también ya paladeó un tercer puesto en campeonatos del mundo, aunque suma un bronce Olímpico y un quinto lugar en la Liga Mundial.
Pero el rugby no se toca y al fútbol se lo vapulea. El fútbol tiene la obligación de ganar siempre, supongo que porque allá, en los albores del Siglo pasado, le ganaba a casi todos y le quedó ese ‘estigma’. No hay perdón para los futbolistas que a nivel de clubes y selecciones –mayores o juveniles–, lo que sea, en general cumplen con el mandato y ganan, o por lo menos se suben al podio. Cuando el fútbol pierde es crimen. Los Pumas, mientras ensucien de barro la camiseta, serán glorificados más allá del resultado. Insisto con esto, porque no será un fracaso perder en Semifinales o Final en Brasil 2014. Ganar la Primera Ronda es la única obligación que tiene la Selección de Sabella, porque le tocó todo fácil, rivales, viajes y sedes; pero a medida que comience a enfrentar a otros candidatos aparecerán las debilidades defensivas que ni Messi, Agüero y Di María conseguirán disimular. Es muy difícil conseguir el ‘tri’ con el equipo actual. Así, el pedido es uno sólo: juzgar a la Selección de Fútbol con la misma benevolencia con la que se juzga a los Pumas.
Las que subsiguen son estadísticas de la propia UAR. Argentina vs Sudáfrica: jugaron 17 veces… Argentina ganó: 0 (cero, es decir nunca). Sudáfrica ganó en 16 ocasiones. Lo máximo conseguido ante las huestes de Mandela fue un empate. Uno. Y los resultados han sido implacables y bochornosos: 63 a 9 y 73 a 13, entre otros, que traducidos a fútbol seria perder con Brasil 6 a 1 y 7 a 1. Con Nueva Zelanda jugamos 22 veces y la Argentina ganó 0 (otra vez cero); los neozelandeses vencieron 21 partidos; también aquí lo máximo conseguido fue un empate. Uno. Incluyendo una goleada de 93 a 8, que equivaldría en fútbol a perder con Alemania 9 a 1. Australia, la otra potencia, que podría parecerse a Italia en fútbol, es nuestra ‘víctima’, en 21 encuentros los vencimos 4 veces, –¡hurra! – aunque nunca les anotamos más de 27 tantos, mientras ellos ya nos ganaron 53 a 7, por ejemplo. Esos son los Pumas. Que no precisan rendir cuentas como las rinde el fútbol. ¿Por qué? Nadie puede ni sabe explicarlo.
In fine: al par de lectores que saludablemente nunca coincide con mis puntos de vista y siempre me pregunta “a quien le gané”, aprovecho para responderles que yo también soy –me siento– un poco Puma, porque no le gané a nadie. A todos, claro, pero principalmente a esos lectores, les recomiendo los otros columnistas de esta misma página y algunos de otras web, tales los casos de Roberto Perfumo y Diego Latorre, porque con ellos van a aprender mucho como sigo aprendiendo yo. Dicho sea de paso, nadie se pierda el sensacional grito reflexivo de Latorre, titulado ‘¿A quien le gusta el fútbol?’
(*) Director Perfil Brasil y creador de SoloFútbol.