El debate entre el Gobierno y los docentes padece la crueldad de una paradoja que, no por antigua deja de cobrar actualidad cada inicio de clases. Debiera destacarse en primer lugar que los trabajadores de la educación gozan del amparo de un estatuto docente, donde se consagran todos los derechos que el ejercicio de esa profesión
hace necesarios. Es un instrumento, pero también un terreno de disputa política donde nadie quiere meterse. Lo saben los dirigentes y también los gobernantes, porque ese lugar común determina también una serie de intereses comunes, en el marco de una discusión que siempre se resuelve con plata. De otros. Un día Eduardo Macri, entonces ministro de Economía de Jorge Busti, mandó confeccionar un informe que apuntaba directo al régimen de licencias establecido para los docentes y se enteró que casi un tercio del presupuesto asignado a sueldos se lo llevaba un 25 por ciento de la plantilla que no daba clases porque estaba de licencia.
Fue tal el interés de Macri en el asunto, que depuró la cifra hasta determinar casi exactamente cuántos eran los trabajadores que, con la anuencia de los médicos que les daban los certificados, se presentaban al inicio del ciclo lectivo, pedían licencia y volvían a fin de año para no perder la titularidad. Grande fue la sorpresa del Ministro, entonces niño mimado de EPEER, cuando se enteró algunos nombres de una lista que le acercaron sus colaboradores. Había ex legisladores radicales, pero también peronistas; funcionarios y ex funcionarios de ambos partidos; becas de todo tipo para jóvenes que trabajaban en política con la fachada docente y que comenzarán a jubilarse pronto, sin haber estado un día al frente de un aula. No crea el lector, optimista crónico, que eso no ocurre hoy día. La docencia está llena de punteros políticos en muchos cargos, algunos de los cuales honran su trabajo, es cierto, pero constituyen la excepción que confirma la regla. El régimen de licencias establecido en el estatuto docente, con ánimo de beneficiar a quienes enferman en el transcurso de su tarea, es bastardeado por la política, encargada de controles que nunca se hacen. De esta manera, se llega a la sinrazón de mantener varios docentes trabajando, para suplir una falta que el propio sistema se encarga de pervertir.
Lo saben los sindicalistas y también los funcionarios que discuten con ellos salarios deshonrosos, que coinciden en el origen del mal, pero que resulta antipático poner en tela de juicio. Muchos de los docentes que hacen abuso del régimen de licencias, perjudicando a sus propios compañeros, son también afiliados de alguno de los gremios docentes y, a veces, también integrantes de grupos políticos que los utilizan para tareas de militancia. Que el Gobierno quiera tocar ahora el presentismo es un problema serio para quienes nunca van a clases, o aquellos que tienen un cargo en más de un establecimiento en el mismo horario, por lo que llegan siempre tarde o, directamente, eligen ir una vez a cada lado y pasan un artículo equis con la anuencia de médicos o funcionarios del Hospital, donde ahora se autorizan las licencias. No resulta del todo creíble que quien pretende fijar la vista en la ausencia de los docentes a los claustros, mantenga una estructura de punteros políticos en el sector, promocionando también amigos en tareas de maestranza.
El reino de la lentejuela
El intendente de Gualeguaychú, Juan José Bahillo aprovechó el cierre del Carnaval del País y la presencia de muchos medios nacionales, para lanzar su candidatura en forma oficial. En la noche del lunes, en la última jornada del carnaval, desfilaba la comparsa ganadora por el corsódromo cuando el locutor oficial casi enloquece de euforia destacando la presencia de Bahillo a quien presentó como «el próximo gobernador de la Provincia de Entre Ríos», mientras el mandatario, sin sonrojarse, saludaba al numeroso público presente. Se veía venir la proclamación, dicen desde la ciudad del sur entrerriano, ya que era un secreto a voces que estaba todo preparado, más aún cuando la carroza paró para que el presidente municipal se subiera, mientras el locutor iniciaba una arenga que casi lo deja sin voz. Bahillo no dudó un instante en subirse y entre medio de plumas, lentejuelas, estandartes y caderas y colas, que no paraban de agitarse, saludaba enérgicamente.