La serie que cambió para siempre la forma de ver ficciones audiovisuales estrenó segunda temporada aún más oscura que la anterior. Jorge Yoma, Alberto Fernández y Paula Bertol cuentan qué es lo que fascina de la política que se muestra en la historia, y qué posee de real.
Mañana: House of Cards. Sin spoilers, por favor (@BarackObama)” El Tweet más famoso del año es el Monte Everest que muestra el fanatismo, político y civil, por la serie construida por David Fincher y cuyo esqueleto político es responsabilidad de Beau Willimon, alguien que fue parte de campañas demócratas por la presidencia y después mutó en termita de la dinámica ejecutiva del poder. Y muestra, además, la forma en que House of Cards (a pesar de ser acusada por el New Yorker de ser el “mejor show tonto que se hace pasar por inteligente de la historia”) está formateando no solo formas del consumo de eso que llamábamos televisión sino la forma en que los políticos se relacionan con la gente. Mejor dicho, la forma en que los políticos se relacionan con la gente en Twitter (se dice que 50% de los políticos en la red social han mencionado a House of Cards en las últimas dos semanas). Y los políticos, justamente, tratan de mostrar un lado más humano, que desactive el maquiavélico andar de Frank Underwood, el mejor traje de maldad que jamás uso Kevin Spacey. Del otro lado, el incremento de las ganancias de Netflix en un 500% durante el 2013, que la recién estrenada segunda temporada fue vista el día de su estreno (todos capítulos disponibles en simultáneo para ser bajados) por el 16% de los usuarios (27 millones, que aumentaron un 30 % desde la presencia de la serie). Y la posibilidad de a través de clicks, visionados, pausas de ver nuevas formas de medir ratings sumada a como Twitter es fundamental en la conexión con el público, deja en claro que una nueva era ha quedado instalada en las formas de nuestra cultura