La Pulga le contestó a Maradona con goles; entró en el segundo tiempo y le cambió la cara a un seleccionado que no lograba desnivelar ante un rival muy inferior; el martes cierra la fase de grupo ante Bolivia.
Hay jugadores que están llamados a romper moldes. La Argentina lo tiene y, en el estadio Solder Field, lo exhibió en todo su esplendor. El ingreso de Messi sacudió los cimientos y convirtió a un equipo sin luces y maniatado por el rival en una estructura arrolladora, que bajo su órbita construyó una goleada 5-0, resultado que antes de que el rosarino hiciera su presentación en la Copa América Centenario asomaba poco probable. Fueron dos rostros los que enseñó la Argentina, que con el triunfo se clasificó a los cuartos de final. Fue como si las palabras de Maradona, acerca de una falta de liderazgo, hubieran explotado en Messi, que dejó atrás una molestia en la zona lumbar y en una ráfaga hizo lo que pocos son capaces de ejecutar: fútbol y goles.
El gol de Otamendi, el segundo con la selección, no provocó un quiebre en el desarrollo. Una jugada de pelota quieta resultó el peor enemigo de Panamá que, como ante Bolivia, olvidó las marcas y desprotegió a un arquero que no se destaca por ofrecer seguridad en el juego aéreo. La diferencia no entregó la tranquilidad que suele insinuar un golpe de efecto tan rápido para los planes y las estrategias que se tejen. Porque la Argentina se sintió incómoda por la propuesta física que desplegó el rival, que hizo de la fricción y de la acción al límite su argumento para equipar dos fuerzas que tienen valoraciones muy dispares.
La primera pelota que cayó sobre el área de Panamá insinuó lo que vendría más tarde. Los agarrones y el llamado de atención del árbitro salvadoreño Aguilar, celoso en el cobro de faltas y que buscó emplear las tarjetas para que el encuentro no descarrilara. Tanto que a los 22 minutos ya había cinco futbolistas amonestados: dos de la selección y tres panameños, entre ellos los capitanes Mascherano y Baloy. La expulsión de Godoy, que actuó innecesariamente acelerado, como la mayoría de sus compañeros, no dio tregua ni espacio para que el juego fluyera por encima de los roces. Apenas bajaron los decibles, pero el ímpetu siguió siendo el mismo y -en ese terreno- la Argentina experimentó que tenía más para perder que para celebrar.
Tan liviano y deslucido fue lo que ejecutó la selección en el primer tiempo que el gol y un mal rechazo de Baloy se presentaron como las situaciones de riesgo. Contó con posesión, pero sin lastimar, porque en esos 45 minutos quienes más dispusieron del balón fueron Mascherano, Otamendi y Funes Mori; la ausencia de profundidad se reflejó en la escasez de intervenciones de Di María -hizo relucir su buena pegada en el tiro libre del gol- y Banega, los dos baluartes en la elaboración, además de goleadores, en el debut con Chile, en Santa Clara.
Pero la Argentina tiene al mejor futbolista del mundo, el duende que es capaz de desatar cualquier nudo con un par de apariciones. Messi hizo su debut en la Copa América Centenario y, como no podía ser de otra manera, dejó su sello. El crack destrabó el resultado con tres pinceladas en apenas 18 minutos: primero, después de recibir de Higuaín; más tarde, con una ejecución perfecta de un tiro libre y al final, con un enganche que dejó desarticulado a Baloy y sin chance a Penedo. Su compinche Agüero rubricó el 5-0, un resultado contundente desde las cifras, aunque la amplitud no debería marear: las individualidades, con Leo como estandarte, levantaron la bandera y disimularon las falencias colectivas.
(Fuente: LaNación)