Así como los ejércitos de Giáp, Simeone desafía a los millones de los equipos más poderosos. En Argentina, los grandes no pegan una.
Hugo Asch
“En la guerra existen dos elementos, el material y el humano. Los dos son muy importantes pero no es siempre el elemento material lo que decide quién triunfa”.
Võ Nguyên Giáp (1911-2013); de sus declaraciones a AP en 2005 por el 30° aniversario de la caída de Saigón.
El jefe de Gabinete Marcos Peña, con cierto candor, dejó claros los objetivos económicos del Gobierno: “Cuidar a los que más necesitan y darle aire a la clase media, ¿cuál sería para nosotros el interés de beneficiar a los ricos?”. Ahá. Lo mínimo posible que uno tendría que hacer acá es analizar a fondo la duda del funcionario, más allá de parches y make up de emergencia. Por desgracia, me llevaría casi toda la columna. Se los debo.
Fue una semana extraña, con regresos, mil causas, actos masivos y ataques de furia. A ver. La eliminación del Barcelona y su equipo de ensueño de la Champions, víctima de la implacable voluntad schopenhaueriana del Aleti de Diego Simeone; la debacle del incomprensible San Lorenzo de Guede que, con un excelente plantel, no pasó la primera fase de la Copa, y la falsa audacia del Racing de Sava, que le jugó a Boca con tres delanteros y enganche, pero en lugar de intimidar con toda esa potencia ofensiva mandó a Romero y Licha López a marcar y correr rivales: así, dos cartas de triunfo se convirtieron en extranjeros sin papeles en tierra hostil. Asombroso.
Los casos de Guede y el bueno de Sava –que alguna vez jugó en Racing cuando nadie quería hacerlo, sólo por ser hincha– son la consecuencia de un dogmatismo ciego que, en los momentos decisivos, termina traicionándose. Es difícil comprender la queja amarga y circular del técnico de San Lorenzo –“El fútbol ha sido injusto con nosotros, aunque sé que la justicia en el fútbol no existe”–, y más cuando habla sin pudor de un “partido controlado” contra Toluca: durante los primeros 43 minutos su equipo fue Argentina contra Brasil en el Mundial de Italia 90, con el rancho cascoteado, vivos de milagro antes del pleno que embocaron Maradona y Caniggia. El planteo kamikaze de Sava, con mucho gol a favor y en contra, resultó ser una artillería sin balas, un perro que muestra los dientes detrás de la reja, un espejismo. La profunda crisis del Barça –y Messi– es física y mental. Complicado. ¿Lo del Aleti de Simeone? Anima pura, todo corazón.
Quién diría. Nuestro torneo Transición, lejos de ser un picnic para los grandes y sus planteles de luxe, es dominado –¡oh sorpresa!– por la still alive clase media: Lanús, Godoy Cruz, Estudiantes, Central, Huracán, Atlético Tucumán, ¡Arsenal! Lo de River, Boca y el resto de la aristocracia futbolera resultó un papelón.
Pero volvamos a Diego Simeone, que como el célebre general Giáp, fue capaz de torcerles el brazo a las potencias más poderosas, una y otra vez, al mando de un equipo inferior en los papeles, pero ordenado, solidario, con un espíritu indomable.
Todos conocen a Simeone –las dos últimas veces que fui a Madrid, eufóricos taxistas colchoneros me dieron cátedra sobre el fenómeno del Cholismo Ilustrado– pero no tantos recuerdan a Giáp, el genial estratega vietnamita, líder de un ejército limitado pero rebosante de convicción y moral de combate que enfrentó y venció a tres imperios: el invasor Japón (1941-1945), Francia en la primera Guerra de Indochina (1946-1954) y Estados Unidos en la Guerra de Vietnam (1959-1975). Años crueles, de sangre y luto.
Võ Nguyên Giáp fue un autodidacta que, aun en la derrota, le quitaba el sueño al enemigo. Sabían que en la siguiente batalla sería mucho más duro. La periodista italiana Oriana Fallaci lo entrevistó en 1969. Y así lo describió: “Ese nombre breve y seco como una bofetada era una amenaza eternamente suspendida en el aire. A los niños se los asusta susurrándoles que ¡viene el cuco!, a los norteamericanos se los asustaba susurrándoles que ¡viene Giáp!”.
Sus hombres golpeaban, se replegaban, volvían a golpear. Inubicables, jamás se detenían. “Inmovilizarlos era como sacar sangre de una piedra”, reconoció frente a él un grupo de oficiales norteamericanos que lo enfrentaron en el campo de batalla y decidieron visitarlo en Hanoi, ya simples turistas, luego de que en 1995 lo hiciera su enemigo histórico, Robert Mc Namara, secretario de Defensa de Estados Unidos entre 1961 y 1968.
¿Cómo pudo vencer a estructuras bélicas ultrapoderosas con un ejército notoriamente inferior? El propio Giáp lo explica con sencillez. “Tuvimos que usar lo pequeño contra lo grande, un armamento anticuado contra equipos sofisticados. Pero es el factor humano lo que determina la victoria final. Un ejército convencido, disciplinado y bien conducido, puede ser un ejército imbatible”.
Simeone-Giáp, héroe como jugador del doblete, Liga y Copa en 1996, volvió en 2011 para dirigir al “pupas” (así llaman a la queja de los niños cuando se lastiman), sobrenombre impuesto por los crueles “forofos” madridistas para el vecino pobre. Siempre más mágico que lógico, cambió la historia y llevó a este club entrañable a lo más alto.
Cinco años, cinco títulos. Liga Europea y Supercopa de Europa en 2012, Copa del Rey 2013, Liga y Supercopa de España 2014. Más una final de Champions perdida en el último segundo contra el Madrid en Lisboa, luego de eliminar al Barça en cuartos. Algo que repitió hace días, sin despeinarse. La misma historia, con otros jugadores. Notable.
Ahora toca el Bayern de Pep Guardiola en semis. Un desafío que entusiasmará al épico Cholo, cómodo en las difíciles, firme con su idea, su estrategia, la pasión desbordante y un equipo formateado para la entrega. Lo disfrutará, no tengo dudas.
Simeone me da ilusión, como dicen en Madrid. Su Aleti no se achica ante los presupuestos millonarios y se les anima a los más ricos –tan acostumbrados a quedarse con todo– sin el menor complejo.
De igual a igual, aunque vengan degollando.