Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
… después de la lucha entre la vida y la muerte. En las celebraciones de la Semana Santa hemos evocado y rememorado acontecimientos históricos acerca de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. En ellos hemos visto la lucha entre la traición y la amistad, la mentira y la verdad, el rencor y el amor… Una tensión que también experimentamos de diversa manera en nuestra vida. Por eso podemos decir «la Pasión sucede hoy», «la Pascua acontece aquí y ahora». La Resurrección del Señor marca no sólo su tiempo histórico y a sus discípulos, sino que con Él nos alegramos también nosotros porque nos ofrece renovar la vida con la fuerza de su resurrección. Cuando emprendemos algo nuevo solemos tener una mirada de esperanza. Sobre todo si ese acontecimiento está signado por la búsqueda y no por el fracaso. Pero también reconocemos que a veces hacemos cosas que nos hacen sufrir o lastiman a otros, y mucho. Y nos viene una especie de fantasía: «si pudiera volver el tiempo atrás tal cosa la haría distinto»; pero no es posible.
Lo hecho ya quedó. Sin embargo, Jesús resucitado nos dice algo sorprendente, inaudito (que significa nunca escuchado): «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap. 21, 5). Hay una novedad enérgica y vigorosa en la Pascua. Varios relatos del Evangelio nos orientan en esa dirección. Las mujeres van a la tumba para ungir el cadáver de Jesús, Pedro y Juan corren al sepulcro y creen al ver las vendas y la mortaja, los discípulos de Emaús lo reconocen al partir el pan… La Pascua de Cristo, su Resurrección, irrumpe en la historia humana como algo insospechado, inesperado. No figura entre las planificaciones humanas. A todos nos invita a dejar el lugar de la muerte y optar por la vida nueva. Por eso San Pablo nos enseña: «El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente» (II Cor 5, 17) y esta vida nueva se da en nosotros por medio del Bautismo, que nos hace hijos de Dios y Templos del Espíritu Santo. Por eso en las celebraciones de la Vigilia Pascual renovamos los compromisos bautismales.
Un mundo nuevo es posible y ya está en marcha. El profeta Isaías lo había anunciado unos cuantos siglos antes: «No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa» (Is 43, 18-19). Es como si nos dijera que tenemos que saber escudriñar en la trama de la historia para que esa novedad no nos pase inadvertida. San Pablo fue un Apóstol incansable predicando acerca de Cristo Resucitado. Él percibía que la misma vida de Jesús lo alentaba en la misión y la entrega. «Y no vivo yo, es Cristo que vive en mí» (Gal 2, 20). Es cierto que muchas veces estamos metidos en situaciones que nos angustian y hacen sufrir mucho. Unos cuantos pueden decir que están atravesando aún el Viernes Santo de la Pasión y les cuesta llegar a la luz Pascual. Me ayudó mucho a rezar sobre esto un escrito del Papa Francisco acerca de la «alegría del evangelio»: «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección.
Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia» (EG 276). En estos días volví a escuchar un poema de un cantautor nuestro que dice algo muy bello, y que podemos aplicar a este domingo: «Este es un nuevo día/ para empezar de nuevo/ para buscar el ángel/ que aparece en los sueños/ Para cantar, para reír,/ para volver a ser feliz./ En este nuevo día/ yo dejaré el espejo/ y trataré de ser/ por fin un hombre bueno». (Facundo Cabral) A los discípulos no les fue sencillo dar el paso a la fe en la Resurrección. Les resultaba más evidente la piedra sobre la tumba. El salto a la fe lo dieron al encontrarse con Cristo Vivo en la comunidad, en la eucaristía, en los pobres, en la misión. El camino hoy sigue siendo el mismo. ¡Felices Pascuas!