Jóvenes revolucionarios en un ámbito conservador, todos con dos puntos en común: fueron víctimas del terrorismo de Estado y jugaban al rugby.
Claudio Gómez
Hace apenas un par de años eran 17. Después se sumaron algunos más. Todos de La Plata. Pero la lista no se cerró. Aparecieron otras historias, nuevos nombres para agregar. Y también otros lugares: Rosario, Córdoba, Buenos Aires.
Se habló de treinta, treinta y cinco. Un libro y un puñado de notas hicieron su aporte. Entonces la cantidad de casos empezó a abrumar. Hasta ahora superan los cincuenta, pero pueden ser muchos más. Algunos calculan que podrían llegar a doscientos. Y todos tienen dos puntos en común: fueron víctimas del terrorismo de Estado y jugaban al rugby.
Lo curioso es que los otros deportes padecieron una, dos, a lo sumo cuatro víctimas. Definitivamente, la pelota que más se manchó durante la última dictadura tiene forma ovalada.
Es llamativo, pero durante los 70 hubo un vínculo muy fluido entre rugby y militancia. Mucho, muchísimo más fluido que con otras disciplinas. A pesar de que en esos años era un deporte menos popular que ahora, muchos se la jugaron por causas sociales.
Combinaron ese terreno reducido con la lucha global. Saltaron de ese espacio selecto para ponerle el cuerpo a un compromiso colectivo. Y los arrasaron, como ocurrió en cada ámbito que de una u otra manera luchó por una sociedad menos injusta. No es sencillo encontrar una respuesta que explique por qué el terror se ensañó con los jugadores de rugby. O, en todo caso, no es sencillo encontrar una única respuesta.
Conceptos. Solidaridad. Conjunto. Voluntad. Instinto colectivo. Valentía. Espíritu de cuerpo. Desprecio por el individualismo. Son valores, atributos. Rasgos que definen a un rugbier. Y a un militante. Existen, sin dudas, características comunes. Aquellos que conocen el mundo del rugby desde adentro e intentan explicar la relación entre el deporte y la militancia enumeran esas condiciones.
La Plata Rugby Club es la institución que más víctimas padeció durante la última dictadura: veinte. Raúl Barandiarán fue compañero de cuatro jugadores desaparecidos. Compartió con ellos la Primera del club platense y el sueño de que un mundo más justo era posible. Por eso es un referente cada vez que se habla del vínculo entre rugby y militancia.
Cada vez que le preguntan qué pasó en el club, por qué el horror se ensañó con la institución de Gonnet, Raúl suele ofrecer la misma respuesta: “Eramos solidarios, y todos veníamos de la educación pública”. De los veinte muchachos asesinados o desaparecidos, 18 estudiaban en la Universidad Nacional de La Plata.
Un dirigente de la Unión Argentina de Rugby (UAR) intenta otra explicación: “El rugby genera identidad de grupo, contagio. Es una característica esencial de este deporte. Los amigos del rugby duran toda la vida. El rugby funciona en equipo, dentro y fuera de la cancha. Los jugadores van a todos lados juntos: el mismo bar, el mismo boliche, la misma universidad. Cuando tienen días libres planean salidas juntos. Siempre en grupo. Entonces, cuando se genera alguna actividad particular, ese contagio arrastra al resto. Es probable, entonces, que en los 70 haya pasado eso, que muchos se hayan contagiado del resto por ese espíritu de grupo”.
Contraste. Jugadores de otros clubes les decían a los de La Plata Rugby que nunca iban a salir campeones porque “eran montoneros” y definían al club como una “escuela de guerrilleros”. Había terceros tiempos picantes.
Es más, algunos de los rugbiers que integraban agrupaciones revolucionarias y trabajaban con los sectores más carenciados se cuestionaban eso de practicar un deporte considerado elitista. Era un tema habitual de debate. Los más pragmáticos lo tomaban casi como una estrategia: “¡Mejor, quién va a sospechar de jugadores de rugby!”.
Gonzalo Albarracín, ex jugador y entrenador de La Plata Rugby, vivió desde adentro esos años que se repartían entre el compromiso social y la ovalada: “Durante mucho tiempo pensamos que el rugby estaba considerado un deporte oligarca. Después nos dimos cuenta de que no era así. Nosotros éramos de clase media, de barrio. Jugábamos al mismo deporte que los del CASI o del Newman, pero éramos distintos”.
Rosario. En agosto del año pasado se publicó el libro Maten al rugbier, que detalla las historias de los veinte desaparecidos de La Plata Rugby. Un mes después, una investigación que la periodista Laura Vilche publicó en el diario La Capital reveló que en Rosario existen por lo menos 16 casos más de jugadores de rugby víctimas del terrorismo de Estado.
La lista crece. Y el enigma también. Porque si bien todos los jugadores integraban distintas agrupaciones revolucionarias, que en definitiva fue lo que derivó en sus asesinatos, el análisis no termina de explicar por qué en el mundo del deporte el rugby tiene muchas, muchísimas más víctimas que el resto de las disciplinas. O, en todo caso, por qué los rugbiers se volcaron más a la militancia que los otros deportistas.
Más allá de los interrogantes, lo cierto es que la lista de víctimas sigue abierta, con muchas historias por investigar. Los casos se suman, los apellidos se amontonan. Y la guinda está cada vez más roja.
Un aniversario sin recuerdos. El jueves 24 comenzó el Torneo Nacional de Clubes que organiza la UAR. La ovalada empezó a rodar en las canchas de rugby justo el día que se recordaron los cuarenta años del golpe de Estado. Era la ocasión ideal para homenajear a los jugadores asesinados y desaparecidos. Para que la entidad recordara a susvíctimas. Pero no ocurrió. Ni un minuto de silencio, ni un brazalete negro ni una mínima mención.
El mundo del rugby no suele apostar a la memoria. La mayoría prefiere extender un manto de olvido sobre aquellos episodios. Ni aunque hayan pasado cuarenta años. Pero no todas las instituciones son iguales.
En La Plata Rugby Club hay fotos en las paredes en el buffet del club y una plaqueta con los nombres de los desaparecidos, aunque con una leyenda polémica: “Homenaje a las víctimas de la década del 70”. En Universitario, otro club platense, también pusieron una plaqueta en memoria de sus ocho jugadores asesinados.
(*) Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.