Luego de la partida de Adriana, el conductor escribió unas sentidas palabras, sensibilizado por los mensajes de pésame que recibió.
Baby Etchecopar despidió a Adriana Paz, su mujer por más de 30 años, con un conmovedor texto que se dio a conocer hoy, en el que reflexiona sobre cómo seguir con su vida.
Adriana, recordemos, falleció el viernes de cáncer de cólon, enfermedad contra la que luchó durante largos años.
Desde el 16 de febrero de 1953 me parieron solo, de hecho mi mellizo murió en el vientre de mamá. Con una familia con muchos blasones y tradiciones pero ningún sentimiento. Empece a buscar mi libertad, mi independencia y me fui convirtiendo en un rebelde reaccionario. Un día me crucé con una hermosa mujer morocha a la que le pasaba lo mismo que a mí. Nos juntamos en una relación lejana; muy lejana a lo que los demás llamaban amor. Primero fue sobrevivir, después vivir y después para sentirnos más vivos -porque considerábamos que habíamos edificado esa red de contención que nosotros nunca habíamos tenido- nos jugamos a nuestros hijos. Y vinieron: uno, dos y tres, sin un pan debajo del brazo pero llenos de amor. Y con la lucha y sin bajar los brazos heredados de papá y mamá en su ADN y como en un barco vikingo anduvimos sin brújula buscando una playa en donde establecer la familia, pero había que remar mucho: no había tiempo para los cumpleaños, las vacaciones, las caricias, los “te amo”; porque todos los gladiadores se quitan la armadura para dormir, pero nosotros dormíamos de guardia con la armadura puesta. Y así, algunos se pusieron grandes y otros más grandes, y a veces también en las mesas navideñas, cuando estaban, sino le tocaba a los suegros -ya que en la quinta había pileta y la pasaban mejor en el viejo living, de la vieja casa, con viejos recuerdos-, comenzaban los reproches: “La verdad papá nunca estuviste”, “La verdad papá que mala onda”, “La verdad mamá que carácter, ¿Por qué no hacen terapia?”. Y en la despedida se subían a los autos que les regalé, con el seguro que les pago y el service que les hago hacer y yo, esperando un “te quiero”, recibo: “¿Me prestás tres lucas?”. De esas que no te voy a devolver más, de esas que los dos sabemos pero ninguno habla para no ofender, y el terror del portazo que rompa la cerradura y que vuelva a pagar el padre, como de costumbre, uno se va para adentro, porque está refrescando, enciende la tele y ve el Caribe con un barco con un tipo de tu edad con tres chicas de la edad de tus hijos. Tomando champaña y bailando hawaiano con unas ojotas bastante parecidas a las que te regalaron hace tres años cuando te fuiste, gracias a Cristina, un fin de semana a Mar de Ajó, la ojota que te llevo el agua, y uno en cambio de pensar: “tiene las mismas ojotas”, en nuestra mente de microbio, se levanta de golpe de la cama y grita: “esas son las mías!!!”, pensando que el dueño del yate las encontró en Bali después de alguna tormenta de Las Toninas y con una caña las rescató y las está usando.
Ahora bien, con esa morocha tan linda que conocí hace 37 años criamos los tres hijos que amo, pero el viernes la morocha se fue y se llevó mi corazón. Mis hijos tienen todos su vida y no sé qué sentido tiene ayudarlos tanto si después te dicen que no les diste nada. A la morocha la voy a llevar toda la vida conmigo, ahora:
1- ¿Me quedo a esperar envejecer y morir? Esperando un “te quiero”.
2- Pintarme el pelo de color caoba intentando sacarme años y pasar el medio mundo por un solos y solas, y enganchar un guacamayo, reseca de cirugías y juntar los 2 fracasos para poder gritar que no estoy solo.
3- Comprarme un traje gris y llevar a mis nietos al tren de la costa para que vean al sudoroso Barney, demostrando que se puede estar peor.
4- Hacerme amigotes de café y pensar que primero está la barra, Boca y Goyeneche, como una forma de saber que alguien va a mover el cajón de la cochería porque para eso están los amigos.
5- Seguir escuchando al lado del oído, como un carburador con la junta soplada, el típico boludo que te dice: “fuerza, vamos… fuerza, hacelo por los pibes”.
6- Comenzar a masturbarme en mi habitación a oscuras por la culpa y pensar que después de la desgracia que me pasó no tengo derecho a disfrutar un instante de mi vida y terminar como Kung Fu, ahorcado del perchero como un boludo, con los ojos blancos como el maestro, pero con el pene en lugar de la flauta, en una práctica escabrosa y papelonera.
7- Ir a la sociedad de fomento a contar mis hazañas radiales a los cuatro borrachos que juegan al truco y a eso de las siete de la tarde -con los broches en el pantalón-, pedalear a la luz de un dinamo deseando encontrar la lata de pate para preparar la cena, mientras me divierto con Los Ingalls.
Tengo 63 y no me queda mucho tiempo, ya les conté lo que fui y soy capaz de hacer
Por esto quiero agradecer de todo corazón y, repito, de todo corazón a todos los amigos médicos, a Swiss Medical, al Grupo Indalo, a la barra de Pepino, a mis amigos, a tantos y tantos que me han dado tanto y tanto. Y les quiero informar que no seré justo yo el Malevo Ferreyra asustado de enfrentar la vida, poniéndome fin para dar lastima y vergüenza, cosa que nunca hice, y si algún día pasan por el medio del océano y me ven flotando, no me quieran sacar; porque tampoco me estoy ahogando, estoy yendo a buscar las ojotas que tiene el tipo que esta con las tres minas en Bali arriba de un velero y que, me parece, que son mías… y las ojotas también.