Su cine de arte será recordado en el futuro, y su compromiso admirado por las nuevas generaciones. Aseguraba que su género favorito era la comedia, desde donde se ocupaba de los asuntos serios de la vida. Una gran pérdida para el mundo. Sin reemplazo.
Ha muerto Ettore Scola, quizás uno de los retratistas más agudos de la Italia contemporánea. Sin embargo, el venerado cineasta, que había cumplido 84 años en mayo del año pasado, decía últimamente a todo aquel que lo escuchara que se sentía defraudado como italiano: “Para hacer una película es necesario amar la ciudad o el país donde transcurre, y yo ya no siento amor por Italia. No la odio, pero sí debo reconocer que me invade la tristeza cuando pienso en este país”. Pesimista declarado –“El pesimismo es más progresista que el optimismo porque encierra más fe en el futuro. El optimismo es cosa de beatos”, aseguraba–, se dedicó en sus últimos años a producir ilustraciones y a leer poesía grecolatina, desencantado con la política de su país, que lo preocupó desde joven, cuando se sumó al PC italiano. En 2013 filmó su último largometraje, Qué extraño llamarse Federico, dedicado a su amigo Fellini, con quien colaboró en más de una oportunidad como guionista. “Fellini era un personaje muy especial. Después de mucho insistirle, en el 74 logré que hiciera de sí mismo en mi película Una mujer y tres hombres, pero me puso una condición: que no lo filmara desde atrás para evitar que se notara demasiado su calva”. En una entrevista que concedió a El Cultural, suplemento del popular diario español El Mundo, para promocionar el estreno de su último largometraje, Scola criticó con dureza a Silvio Berlusconi y sostuvo que este presente en su país es peor que el de la época del fascismo. “Detesto a los nazis y al fascismo, pero en aquellos años existía su reverso, la libertad. Ahora tenemos libertad y no veo reverso. Es un problema generalizado de valores, por llamarlo de alguna manera. Berlusconi ha sido la culminación de una situación cada vez más degradada en la que lo único que importa es el dinero, las mujeres y el éxito. Existe un sentimiento de egoísmo, de pensar sólo en el propio beneficio que lo ha invadido todo. Es triste”, señaló el director de películas del renombre de No habíamos amado tanto (1974), Feos, sucios y malos (1981) y El baile (1983).
—¿Qué es lo que más le interesa como cineasta?
—Me gusta el cine que habla del hombre y sus problemas. Las buenas películas no escriben la biografía del director, escriben la del público. El cine de Buñuel no habla de él, sino de mí. Por eso lo adoro.
—¿Hay una manera de hacer películas “a la italiana”?
—Sí, nació con el neorrealismo, que fue una respuesta al cine del fascismo. A partir de ese amor por la realidad surgieron todos los géneros, del melodrama a la comedia. Mi género favorito fue siempre la comedia, siempre me interesó abordar desde la diversión los asuntos serios de la vida.
—¿Queda algo de influencia del neorrealismo en el cine actual?
—La detecto en el cine independiente de Estados Unidos, que es el mejor del mundo. Si uno ve ciertas películas norteamericanas, puede saber mucho de ese país.
—¿Cree realmente que el cine puede colaborar en el objetivo de un mundo mejor?
—No creo que las películas sirvan para construir un mundo mejor ni que lo transformen, pero sí estoy seguro de que deben servir para que los espectadores puedan comprenderlo. Un buen film debería cultivar el espíritu crítico de la persona que lo ha visto.