P asé por Roma y fui a Cineccità a visitarlo. Estaba filmando Competencia desleal, una película con Castellito, en un decorado gigantesco que reproducía dos cuadras de una avenida, con vías y un tranvía. Estaban por filmar. Me detuve en un lugar seguro, pero me descubrieron. Ettore me llamó, me abrazó, me indicó que me sentara frente al videoass
P asé por Roma y fui a Cineccità a visitarlo. Estaba filmando Competencia desleal, una película con Castellito, en un decorado gigantesco que reproducía dos cuadras de una avenida, con vías y un tranvía. Estaban por filmar. Me detuve en un lugar seguro, pero me descubrieron. Ettore me llamó, me abrazó, me indicó que me sentara frente al videoassist, largó la toma y los asistentes gritaron silencio. En el respaldo de la silla decía “Ettore Scola”. Todavía me tenía del hombro. Sin decir una palabra me sentó en su silla.
Ya no íbamos a hacer Mambo tango. El tampoco, por su propia voluntad. Pese a lo mucho que le interesaba la política en ese momento del siglo: la realidad que estaba allí para ser cambiada, el dilema entre violencia o no violencia, los ideales todavía no contaminados por el pragmatismo.
En los años 50, Alberto Granado era bioquímico, petiso, bueno. Igual que años después, cuando lo conocí, ya de viejo, todavía más chueco. Cuando lo echaron del leprosario de San Francisco, en Córdoba, decidió marcharse. El único que lo siguió fue el “Pelao” Guevara, un pibe que él entrenaba, al rugby, junto a sus hermanos menores. Se fueron en La poderosa, esa moto más tarde legendaria, en un viaje que marcó sus vidas con los mismos ideales, pero distintas maneras de pelear. Esa ilusión iniciada en la posguerra empieza a extinguirse, no de casualidad, con la muerte del Che en el 67, y se apaga definitivamente en el 68.
Quería filmar en el 97, pero no llegamos, era un rodaje caro. Ese año, en Bolivia, comenzaron las excavaciones en una fosa común donde podían estar los restos del Che. Un día me avisaron que lo sacaban esa noche. Volé esa tarde con mi vieja Arri II, mi compinche Orly y Leo Sbaraglia y su compañera Lupe.
Llegamos al aeropuerto de Vallegrande mientras echaban al periodismo. La confusión nos facilitó la entrada. Filmamos. Guardo ese material en 35 mm como un recuerdo más. Como otras cosas que me quedaron para siempre: el privilegio de haber compartido el guión con un autor enorme y de haber sido testigo de la claridad, la coherencia, la inteligencia y la ternura de Ettore Scola.
Mambo tango es una de las mejores películas que nunca filmé.
*Luis Puenzo. Director de cine, ganador del Oscar por La historia oficial, Gringo viejo, La peste, Algunos que vivieron.