El actor, que reestrena En el aire, asegura que prefiere interpretar textos de argentinos. Afirma que hoy en la televisión, con la reproducción por otros medios, no resulta relevante el rating.
A partir del miércoles Facundo Arana estará en el teatro Tabarís con su cuarta obra teatral. El unipersonal se titula En el aire, que ya se conoció en Mar del Plata (2013). “Esta obra es un caramelo, como una cajita de música”, inicia el diálogo Arana.
—¿Cómo se inició la historia de “En el aire”?
—En el 2012 tuve la certeza de que necesitaba subirme a un escenario. Lo llamé al empresario Javier Faroni, le conté y me dio varios textos. Le dije que quería un unipersonal, pero que había que escribirlo. Le pedí un dramaturgo, un director y espacio. Me ofreció a Manuel González Gil. Nos reunimos e inmediatamente nos pusimos a trabajar con Sebastián Irigo en lo autoral, Martín Bianchedi en la música, Fito Grasso, en la parte técnica y Alejandro Bogado, en la producción. Fue casi un taller teatral.
—Tu protagonista es un hombre de radio: ¿qué escuchás?
—No tengo rutinas. Una noche escucho radio como mi abuela o como lo hace aún mi papá. Pero me pongo audífonos, para no asustar a María. También cuando estoy en mi camioneta y hago viajes largos. Me conecto tanto con AM como FM.
—¿Tu personaje tiene algo de Alejandro Dolina?
—Me queda muy grande Dolina. Creo que cada espectador lo va a sentir parecido a quien él quiera. Yo me lo hice como un ideal, un animador locutor de trasnoche. Por el horario agregamos el saxo, éste es el mismo instrumento y estuche que usaba en el subte, donde caían monedas. Ahí –lo señala– se respiran recitales en Israel y en todas partes del país. Soy más del oficio que del estudio. No sé leer música, pero cierro los ojos y toco. No me importa cómo se escribe, pero sí como suena. Puedo reproducir, con la segunda escucha: tengo buen oído.
—En el espectáculo: ¿tenés contacto con el público? ¿bajás a la platea?
—En el aire tiene muchos momentos distintos, como la vida. Hay teatro negro, comunicación con el público y largos silencios por parte de los espectadores. Se puede palpar su atención: ¡lo juro! Hay aquí un duende que es Gustavo Yankelevich, quien pasa todos los días a preguntarnos qué necesitamos. (N.d.r.: hoy es el responsable de las dos producciones que se presentarán en el Tabarís).
—¿Soñás con interpretar un autor clásico? Shakespeare, por ejemplo.
—Me gustan muchas cosas, incluso cuando duermo sigo pensando, pero no voy a tomar pastillas. No haría autores extranjeros, quisiera interpretar argentinos. Hacer Shakespeare en castellano es como pretender que hagan en inglés Made in Lanús. ¿Cómo hacer el desarraigo? La única que puede hacer Shakespeare es Cristina Pérez, es una especialista. No me metería con dramaturgos clásicos, habiendo tantos textos nacionales.
—¿Es cierto que tenías un proyecto con Pablo Echarri?
—Estuvimos buscándole la vuelta para hacer televisión. Siempre trabajamos en el inconsciente de la gente como antagonistas y nos gustaba la idea de juntarnos por el placer, sin pensar en el éxito o en el fracaso. Lo haremos, en algún momento.
—Sos un hombre de televisión: ¿qué opinas del éxito de “Las mil y una noches”?
—A los éxitos hay que aplaudirlos. La compraron como una lata barata “por si” y rompió el rating. No hay que buscar explicación. Nuestra Muñeca brava mató en Turquía.
—¿Y la falta de respeto a los espectadores cambiando horarios…?
—Hace varios años que ocurre eso. Al principio parecía una competencia entre Claudio (Villarruel) y Adrián (Suar). No era personal, pero parecía que se divertían con esos cambios. Todo nació con el minuto a minuto. Hoy se aplacó, pero en la actualidad tenés el Twitter, porque todo el tiempo aparece una nueva tecnología.
—¿Qué balance podés hacer hoy de tu último programa: “Noche & día”?
—No mido en éxito o en fracaso sino experiencia. Fue poder volver a Pol-ka, conocer a Eleonora Wexler, Florencia Raggi, reencontrarme con Maxi Ghione y volver a trabajar con Pablo Rago después de muchísimos años de Sueltos (1996). Tuvimos un gran elenco y nos divertíamos muchísimo. Conocí actores nuevos como Gastón Soffri-tti –quien sólo tiene 23 años– y se perfila que no tiene techo. Vi la producción de Sexo con extraños que emprendió.
—¿No te preocupó que a un creador como Campanella no lo respetaran?
—No hay que medir el respeto en esa forma. En el trabajo uno propone y el programador dispone. Campanella conoce mucho sobre ficción y también al país. Tenía un gran elenco: Natalia Oreiro, Joaquín Furriel. Por ahí hacen una repetición y consiguen muchos puntos, como le pasó a Guillermo Francella con Casados con hijos. Ya no fracasás: tenés experiencias. Hoy no es importante que a un programa le vaya mal.
—Dijiste país: ¿hay momentos para un programa o una obra de teatro?
—Si tenés un país muy pendiente de las noticias, tendrás un rating que aumenta o disminuye. El año 2015 fue muy particular, con muchas elecciones y una novela turca que barrió con todo. Es como el mar: te metés con él calmo y de pronto encontrás una corriente en contra. Si cuando todo iba bien no sacaste pecho, cuando te va mal no podés ponerte a llorar. Tuve tiras como Yago, Muñeca brava, Padre coraje, Sos mi vida o Vidas robadas con éxito.
—Con “Vidas robadas” la televisión enfocó un tema social actual.
—Supe que junto con la venta de armas, la droga y la trata de personas son los tres negocios que dejan más dinero en el mundo. Cuando empezó la tira la gente no imaginaba que detrás de una whiskería había gente secuestrada. Hay un inframundo que para otros es su realidad. Ahora todos saben de qué se trata, pero no pasó nada. Creía que al sacarle la máscara se terminaba el negocio, pero no pasó.
—¿Hoy qué tema elegirías para hacer en televisión?
—No sé. Soy un contador de historias, cualquiera es buena siempre y cuando deje algo. Me encanta jugar en la televisión a los policías y ladrones, donde te rompen la cara y los chicos me miran y me hablan por la calle. Lo vivo como algo lúdico. Con Vidas robadas tratamos de contar otra historia, hoy la gente está más atenta.
En su futuro no hay televisión
“No tengo proyectos para el 2016 –confirma Facundo Arana–. Adrián (Suar) me había contado el argumento de Los ricos no piden permiso. Conformó un gran elenco y creo que tiene todo para romperla. Me maravilla el esfuerzo, la historia y la búsqueda. Hoy no tengo contrato con ningún canal. Gracias a Dios no lo necesito. Esta profesión, y menos en este país, nunca la podés encarar pensando en vivir de ella. Ojalá salga la jubilación para los actores, si sale la donaría a la Casa del Teatro. Quisiera que hablen los que saben de cada tema”.
“No me gustan las temporadas teatrales largas –analiza–. Visitando al Sr. Green (2005) fue la maravilla de trabajar con Pepe Soriano y manifestaba una realidad (la homosexualidad). Yo no metía goles, era él quien los hacía de manera perfecta. Codicia (2007) fue hacer teatro con una historia terrible, maravillosamente bien escrita por Mamet, con una muy buena película detrás. Me subí al lado de importantes intérpretes con un gran director y amigo: Marcelo Cosentino. A él se le vencían los derechos, le faltaba ese protagonista y sin leer el libro, pero habiendo visto el film acepté. Quería ver qué me pasaba al interpretar algo que no me gustaba. Me quedé hasta el último día y siempre llegué puntual. Alguna vez comí mondongo”.
“Las pasiones nunca se pierden. Sigo con el alpinismo. –Confirma–. Hacer cumbre es proponerse escalar, ver con quién vas a ir, qué música llevarás y qué camino elegirás. Me hubiera encantado ser cirujano pediatra –recuerda–. A los 34 años me operó el doctor Javier Ureta Sáenz Peña y yo tenía 17. El supo cómo, cuándo y dónde debía abrir para salvarme. Hoy somos amigos y es el padrino de uno de mis hijos. Cuando me recuperé del linfoma le dije que quería ser médico, para salvarles la vida a todos los chicos que se me cruzaran. El me dijo qué pasa si se te muere: hay que tener un temple que no tengo. Me hice actor y mis metas programadas están apenas en la butaca de adelante: es probable. Vivo ilusionado todo el tiempo”.