Por monseñor Jorge Eduardo Lozano
El 25 de diciembre conmemoramos el nacimiento de Jesús. Es como celebrar su cumpleaños. Pero a diferencia de otras fiestas en que somos invitados y llevamos regalos, aquí sucede algo distinto. El regalo es Jesús. Él mismo dijo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3, 16). Él no necesita «nuestras cosas»: nos quiere a nosotros. El «qué darle» es el corazón para recibirlo, los brazos para cobijarle, la voluntad para seguir sus enseñanzas. Un Niño nos es regalado en brazos de María, envuelto en pañales y recostado en el Pesebre, como nos cuenta el Evangelio de San Lucas. «Una alegría para todo el pueblo» (Lc 2, 10). Nadie debe tener miedo ante la ternura que nos visita. Dios asume nuestra debilidad, se hace frágil para sostenernos en nuestro peregrinar cotidiano. Viene a nosotros en una familia pobre, humilde, de trabajo. No por ser el Hijo de Dios tuvo la vida sin sobresaltos. Debieron trasladarse a Belén por el censo que se había convocado.
En el momento del parto no tuvieron lugar mejor que un establo; se vieron empujados a huir a Egipto ante la persecución. En la Sagrada Familia de Nazareth vemos estas dificultades y desasosiegos. Pero también en su hogar está presente la alegría del amor, la fe compartida, el trabajo, los amigos, la fiesta. Dios se hace hombre y eleva la condición humana. Simultáneamente hace resaltar la belleza de la creación. En las representaciones de los pesebres está Jesús en el centro rodeado de María y José, los pastores, los reyes magos (expresando el lugar de toda la humanidad) algunos animales, plantas, montañas, agua…, símbolo de la creación entera que recibe al Redentor. No debemos perder de vista la dimensión Cósmica de la Navidad. Lo expresan los primeros renglones del Evangelio de San Juan: «Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios./ Al principio estaba junto a Dios./ Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe» (Jn 1, 1-3).
«Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.» (Jn 1, 14) En la pequeñez del Niño de Belén no se nos tiene que perder la grandeza del Dios Creador del Universo. En su Encíclica acerca del «cuidado de la casa común» el Papa termina con una hermosa oración: «Hijo de Dios, Jesús,/ por ti fueron creadas todas las cosas./ Te formaste en el seno materno de María,/ te hiciste parte de esta tierra,/ y miraste este mundo con ojos humanos./ Hoy estás vivo en cada criatura/ con tu gloria de resucitado» (…). «Los pobres y la tierra están clamando:/ Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,/ para proteger toda vida,/ para preparar un futuro mejor,/ para que venga tu Reino/ de justicia, de paz, de amor y de hermosura./ Alabado seas./ Amén.» (LS 246) El próximo 1 de enero es la Jornada Mundial de Oración por la Paz. El lema que nos propone Francisco es «Vence la indiferencia y conquista la paz». Recemos por los pueblos que sufren violencia. El miércoles 30 se cumple un nuevo aniversario de la tragedia acontecida en Cromañón. Que nuestro cariño y afecto llegue a tantas familias atravesadas por el dolor. Te deseo una Feliz Navidad, y que empecemos bien el Año Nuevo.