A más de 20 años de la desaparición de la familia Gill, el misterio sigue sin resolverse y todavía desvela a los habitantes de la provincia de Entre Ríos. La Prensa Federal dialogó con Juan Rossi, comisario inspector de la Policía de Entre Ríos al momento de su desaparición.
Rubén José “Mencho” Gill, de 56 años al momento de su desaparición, y su esposa Margarita Norma Gallegos, de 26, fueron vistos por última vez el domingo 13 de enero de 2002 en Viale, una localidad ubicada a unos 50 kilómetros al este de Paraná, la capital provincial, aunque vivían en la estancia “La Candelaria” del pueblo Crucecitas Séptima, parte de departamento de Nogoyá.
El matrimonio tenía además cuatro hijos, María Ofelia, de 12 años; José Osvaldo, de 9; Sofía Margarita, de 9; y Carlos Daniel, de 4. Según se sabe, habían concurrido en familia a un velorio de un amigo y luego fueron trasladados nuevamente a “La Candelaria”. Sin embargo, nunca más se supo nada de ellos.
Entre los principales sospechosos de la misteriosa desaparición figuraba Alfonso Goette, el dueño de la estancia donde vivían los Gill, y patrón de Rubén y Margarita. Si bien la última vez que se vio con vida a la pareja fue en enero, recién en abril de ese año Goette se comunicó con parientes de la familia para decirles que todavía no habían regresado de los tres meses de vacaciones que les había dado en enero.
La hermana de “Mencho”, Luisa, hizo la denuncia policial en la comisaría de Viale. La causa fue caratulada como “averiguación de paradero” y quedó en manos del juez Jorge Sebastián Gallino, que en 2003 ordenó una inspección general. Así fue como cayeron en la cuenta de que ningún vecino o pariente sabía qué había pasado con los Gill. No contaban con vehículo propio, tampoco tenían mucho contacto con los otros habitantes del pueblo. Además, era llamativo que Margarita, que trabajaba a su vez en una escuela de la zona, había desaparecido sin ir a cobrar su último sueldo.
Juan Rossi, era comisario inspector de la Policía de Entre Ríos al momento de la desaparición de la familia Gil, con él dialogó La Prensa Federal para ahondar en detalles de esa investigación que sigue hoy en día sin resolverse.
“Es una causa que data de 20 años, se trata de la desaparición física de 6 personas, un matrimonio y cuatro niños de entre 4 y 12 años. Esta familia era gente de escasos recursos, vivía en un establecimiento rural llamada Crucecita Séptima, que es un distrito rural de Nogoyá. Está cerca de Viale y Paraná. El hombre era peón en dicho campo, la mujer era ayudante de cocina en una escuela rural precaria a la que concurrían los chicos de la familia. Ahí almorzaban. Se los vio por última vez esa misma fecha en un sepelio de un vecino de la zona. Fueron traídos a su casa por un matrimonio de la zona y desde ahí nunca más nadie supo de ellos”, comienza a modo de resumen que seguramente ha repasado cientos de veces en los últimos 20 años.
“La investigación se inicia al tiempo, pero no inmediatamente, porque nadie se percató de su desaparición. Cuando se inicia el periodo lectivo del 2002, las maestras de la escuela rural concurren al domicilio de los Gil y se encuentran que no hay nadie, y ven sobre la garrafa afuera en el patio, la llave de la escuela con su cinta roja. Esto les llama la atención, porque los chicos deberían de estar en la escuela”, cuenta el investigador.
“Hay llamados telefónicos de familiares del señor Gil que residen en Paraná, preguntando por la familia ya que no lograban comunicarse. En febrero hay una exposición del dueño del establecimiento rural dándole de baja a Gil argumentando que se fue de vacaciones. En esa época, la comunicación era más difícil. En cualquier medida, llamamos a todos los familiares de los Gil y constatamos la desaparición. Todos estaban muy preocupados. Esto cambió la legislación, el Código de Procedimiento”, destacó Rossi.
Hipótesis
“Tras la información conseguida, yo tengo mis hipótesis. Estoy convencido de que esta familia fue víctima de un horrendo crimen. Creo que alguno de ellos escuchó, vio o fue testigo de algo que no debían. Nadie se ha sentado a leer y desmenuzar la causa, hay una cantidad de papel comparada a una habitación entera. Ha cambiado el Juez de Garantías y demás. Se hace difícil y complejo analizar todo lo hecho para arribar a mi conclusión”, asegura Rossi.
Y agrega: “Yo lo resumo en pocas palabras, pero tengo elementos y argumentos como para tratar de demostrar esto. No es cuestión de una versión conspirativa. La causa ni siquiera tiene carátula criminal. No hay imputados ni nada. Usamos absolutamente todos los recursos disponibles y la tecnología de punta que poseíamos en ese momento. Colaboramos hasta policía de Córdoba, Santa Fe, la Bonaerense”.
También recuerda que “En un pozo que se localizó de forma totalmente casual, que se descubrió luego de semanas y fue investigado por Forenses de la provincia. Aquí, cuando se detectó, se percibió el típico olor cadavérico. Para nosotros fue muy llamativo. Ahí podrían haber estado los cuerpos, por eso se sintió el característico olor. Ese para nosotros fue un momento crucial y especial en la causa”.
Guette, el dueño de la finca, fue llamado para ser una declaración testimonial. Hubo inconsistencias en su relato, pero eran normales. Esta persona era muy inteligente y preparado: “Las hipótesis de la gente están en todos lados. Se habló hasta de que el hijo del dueño de la finca era de Gil y hubo un crimen pasional. La gente del campo tiene la capacidad impresionante de deducción, de precisión en los ruidos, sonidos, horarios de sus vecinos”.
Un psicólogo forense aseguró que la familia no tenía motivos psicológicos o religiosos que los llevaran a cortar lazos con sus seres queridos. Dijo además que Rubén era “un hombre alegre, locuaz, sociable, al que nunca se le veía triste”. Y que, según varios testimonios, en los días previos a su desaparición se lo había visto “callado, pensativo y muy preocupado”.
20 años después
La investigación comenzó otra vez, desde foja cero, en 2015. El nuevo juez, Gustavo Acosta, y el fiscal Federico Uriburu, citaron nuevamente a todos los testigos y se realizaron más rastrillajes, pero siempre sin éxito.
“Con el transcurso del tiempo, solicitamos a Antropología de la Nación que nos den una mano y respondieron. Ahora están presenciando excavaciones. Tienen una perspectiva mucho más certera, con tecnología mucho más avanzada. Al ver la excavación pueden darse cuenta si es una fosa común, si hay enterramiento de cadáveres”, destaca Rossi.
“Si bien son científicos, están exclusivamente dedicados al área forense de los crímenes. Todavía siguen reconociendo restos de los excombatientes de Malvinas. El juzgado brindó una recompensa a cualquiera persona que pueda aportar datos fidedignos y comprobables para ayudar a la causa. El dinero es de 9 millones de pesos”.
“Yo Nunca perdí ni perderé la esperanza de que esto se resuelva. Le he dicho hasta el cansancio a la madre de la mujer de Gil, que vive aquí en Nogoyá, que es mi sueño resolver esto, como para darle los restos y que le de su sepultura correspondiente”, finalizó el comisario.
La muerte del sospechoso
En 2016, el dueño de la estancia murió en un accidente automovilístico, a los 78 años. Durante la investigación, Goette había dado a entender que la familia pudo haberse ido a Santa Fe a visitar parientes, o haber emigrado en busca de trabajo en el nordeste, según consignó el mismo medio. Además, reveló que la familia había dejado todas sus pertenencias en la casa, incluso dinero y documentos.
No obstante, cuando familiares de Gill visitaron el lugar no pudieron ver esas pertenencias y encontraron “los colchones quemados y sangre mezclada con la tierra”. La hermana de Rubén, por su parte, sostuvo que Goette hizo “quemar los colchones porque estaban manchados con sangre”. Y cuestionó el relato del patrón de la estancia, que dice que le había dado vacaciones a los Gill, ya que nunca antes les había dado más de diez o quince días.