Películas como Cassandra muestran la posibilidad del cine no sólo de mostrar y denunciar una realidad, sino de hacerla presente. Si en los diarios y noticieros la realidad se agolpa como fichitas intangibles y distantes, el cine tiene la cualidad inmensa de lograr empatía. O el arte lo tiene, en todo caso; y eso hace que su lugar en la sociedad deba ser fervorosa y responsablemente defendido y respaldado. Muchas veces se dice que el arte es un hobby de los que tienen las necesidades cubiertas, de los que pueden darse el lujo de disfrutar de un libro o pagarse la entrada a un teatro. Este es un error que puede salir muy caro, pues se puede perder el arte como lo que es: el espacio privilegiado donde se traduce y se asimila aquello en lo que el ritmo veloz del sistema no deja que nos detengamos. Esto es algo que tantos gobernantes que confunden el arte con el espectáculo deberían recordar. El arte es una herramienta social, y no solamente desde un lugar de denuncia, sino de reflexión de la existencia, del tiempo en el que nos toca vivir. El arte puede hacer accesible un nivel de reflexión (y su consiguiente llamado a la acción, sea esta de la magnitud que sea) que de otra forma quedaría encerrado en claustros u oficinas gubernamentales donde la información queda escondida.
Cassandra es la cuarta película que filmo con Inés de Oliveira Cézar. A esta altura, Inés y yo nos conocemos mucho, y llevamos a un nivel muy potente eso que es una de las mejores oportunidades que tiene el cine: internarse durante intensivos días en una especie de campo de batalla, donde toda la vida cotidiana pasa a segundo plano. Y lo es mucho más cuando la narración está tan vinculada a una determinada realidad. Cassandra transcurre en Chaco, y así como en películas anteriores fuimos a vivir con una comunidad en Traslasierra, o en un predio industrial en Rosario, esta vez la propuesta era más contundente: yo, como periodista a la que le es encargada una crónica sobre El Impenetrable, debía entrevistar a los habitantes del lugar para intentar entender las partes de un sistema político, económico y social que habilita indignidad, exclusión y corrupción. ¿Era ésta una película de ficción o un documental? ¿Y eso convertiría a Inés en una documentalista y a mí en una actriz que debería dejarme teñir por todo lo que veía y escuchaba? ¿Pero no es un director siempre documentalista y un actor de cine siempre una persona que debe dejarse atravesar por lo que ocurre alrededor? La línea difusa fue lo más interesante de todo el proceso, la ficción y la realidad conviviendo poderosamente juntas; porque la investigación está enmarcada en una historia de ficción que intenta contar una relación vincular entre ella y su editor y entre ella y el mundo al que se abisma por primera vez; sentimientos personales en medio del inabarcable sistema de poder. Y ése es uno de los mayores méritos de Inés, no posar su mirada solamente en lo macro sino en sus posibles consecuencias humanas, individuales, particulares. Una semana de rodaje mezclaba escenas íntimas que se iban desarrollando libres a medida que una relación iba apareciendo entre el entrevistado y yo, o ante las consecuencias que tenía en nosotros la visita a una comunidad qom o la participación de todo el equipo en una de las primeras marchas en la que todos los pueblos originarios manifestaron unidos sus reclamos antes las autoridades del gobierno. El rodaje estaba vivo, mutaba, y así también nosotros, invitados gracias al cine a ser testigos de esa realidad que irremediablemente nos implicaba. Llegamos a visitar la casa de un intendente que, como señor feudal, mantenía a los ciudadanos callados a cambio de dinero, y quien nos invitó a mí y a la asistente de dirección a conocer su enorme cama, en la que “llegaron a entrar diez personas”. El asistente de ese mismo intendente les ofreció a todos los hombres del equipo de rodaje la compañía de una “paika” durante las noches en sus tierras.
Cuando Cassandra se proyectó en el Bafici hace dos años, generó varias discusiones en la sala; parecía que la gente quería quedarse para conversar, para debatir, como si el cine hubiera dado lugar a una asamblea espontánea. Estoy agradecida de haber formado parte de esto, de que no sólo los medios puedan poner temas en la agenda y de que los artistas sigan insistiendo en poner el dedo en la llaga de heridas que siguen abiertas. Y que sea posible hacerlo con una película profundamente humana, a través de la mirada de una chica que todavía cree que las cosas merecen cambiar.
*Actriz y periodista.