El teatro Avenida de Concepción del Uruguay estaba ubicado sobre la actual calle Juan Perón 330 (ex Vicente H. Montero), lugar donde hoy funciona el Supermercado Gran Rex. Esta sala que había sido inaugurada el 28 de marzo de 1930, fue pensada para ser un teatro predispuesto para la ejecución musical y teatral, por lo cual se la había dotado de un escenario muy amplio. Para 1933 había concretado su misión convirtiéndose en uno de los principales escenarios culturales, sino el más importante, de toda la ciudad.
Allí actuaron figuras muy importantes desde su apertura y el día que llegó Gardel a la ciudad y actuó allí, selló su historia grande para siempre. La prensa de la época, sin embargo, se mantuvo casi indiferente. El periódico Los Principios, de tirada provincial y cuyas oficinas se ubicaban en 8 de Junio y Ameghino, tituló, un día antes del espectáculo, una nota que nada tenía de vinculación con el show del año que se iba a producir en la ciudad: “Escandalosa sesión en el Concejo Deliberante de Buenos Aires” estaba impreso en la tapa, en la cual relataban, en el cuerpo de la noticia, la pelea entre los concejales Ghio y Beshinnsky, donde dijeron palabras que la prensa capitalina no iba a repetir por “respeto a los lectores”. En la misma página, había otra noticia que curiosamente no parecía ser tan importante, aunque la historia la ubicaría en un lugar preponderante, el abandono de Alemania de la Liga de las Naciones, donde exigían que Alemania pueda tener “pariedad de armamentos con las grandes potencias”.
Fue recién en la página octava que el periódico anunciaba la visita del máximo ídolo de la época a la ciudad. El mensaje era claramente publicitario “Cine Teatro Avenida. Sábado 21. Debut de Carlos Gardel”. No se necesitarían más palabras para describir lo que ocurriría la noche siguiente.
En el apartado de Sociales, relataba el medio “Ha despertado entusiasmo el debut de Gardel” contando que quedaban pocas entradas y que iba a haber además proyección de cine luego del show de la película “No más orquídeas” de Carole Lombard.
Las ventanas se abrieron a la voz del Zorzal
Había pasado ya la medianoche y el viernes se había terminado. Gardel había arribado a la ciudad para actuar al día siguiente y un grupo de jóvenes estudiantes, que idolatraban al cantor, se acercaron hasta las puertas del Hotel París, porque no aguantaban la emoción y la ansiedad de ver a Gardel.
Dentro del lugar estaba la embajada artística, que estaba descansando después de un largo viaje y una gira que se iba a extender hasta el Uruguay. El morocho del Abasto salió del hotel esa madrugada, postergando su tiempo de descanso, para saludar a sus seguidores, todos estudiantes del Colegio Justo José de Urquiza. Descendió a la Plaza Ramírez y se lo vio con una bufanda, que pese a que no hacía casi nada de frío le era indispensable para proteger su garganta.
Uno de los presentes le pide que interprete una canción y sin hacerse esperar mucho comienza a cantar, a capela, una de sus más hermosas canciones “Palomita blanca”, el vals de Aieta y Giménez.
En cuanto Gardel comenzó a entonar los primeros versos, cuenta la historia popular y transcribió la prensa, la madrugada se pobló de emoción y todas las calles que bordeaban la plaza, que por ese entonces tenía una fachada casi colonial, comenzaron a abrirse las ventanas.
Su personalidad era increíble, eso es cierto, pero era su voz la que había logrado penetrar todas las casas del microcentro uruguayense. Todos los vecinos habían abierto sus ventanas para escuchar su el mágico sonido de sus cuerdas vocales.
Todo un pueblo con sus ventanas abiertas en un clima de arte cuasi milagroso. Gardel era irrefutablemente un milagro y su voz, la que mejor cantaba la canción rioplatense.
La noche del show
Al día siguiente de su improvisada interpretación en la Plaza Ramírez, a eso de las 20:30, Regimo Félix, pasa a buscar a su amigo Lorenzo Duten con su bicicleta. “Tito, vamos que hoy actúa Gardel en el Avenida”, le dijo invitándolo a ir al espectáculo. Recorrieron desde ese punto de la ciudad, Yrigoyen 1679, hasta Juan Perón 330, un total de 37 cuadras. Tito tenía 10 años y fue junto a su amigo, de más o menos la misma edad, hasta el teatro ubicado en la zona céntrica. Dejaron sus bicis en la puerta, en la vereda de enfrente, y vieron un teatro colmado, que hoy, 85 años después recuerda como un público mayoritariamente de hombres, que no habían llegado a entrar por la ausencia de capacidad.
Tito no vio llegar a Gardel caminando, pero se sabe que no fue en vehículo, sino que decidió caminar las seis cuadras y media, desde el Hotel París, ubicado frente a la plaza principal, hasta el teatro y que llegó temprano. Había ya algo de público en la puerta y les dijo que, si se comportaban de manera adecuada, él los iba a dejar entrar, e ingresó a su camarín.
Por esos años el teatro tenía uno de los camarines más bellos de la ciudad y era el lugar que elegían los artistas para tocar por su belleza y calidad de sonido. Además de tener palcos con butacas muy lindas.
La calle -hoy llamada- Perón, era una calle angosta y de tierra, donde comenzaban a construirse casas nuevas derrumbando las coloniales, el barrio era el más viejo de la ciudad, el “Puerto Viejo”.
Gardel subió al palco pasadas las nueve de la noche y los primeros lugares estaban ocupados por la alta sociedad uruguayense, quienes ya habían adquirido sus entradas con anticipación. Afuera, una gran cantidad de personas que se habían acercado para escuchar el espectáculo del año.
Gardel salió del camarín con un traje muy oscuro, que había lucido perfecto con el sobre todo negro que utilizó en su caminata hasta el lugar- y un pañuelo blanco por fuera del saco que le colgaba del cuello a la altura del pecho. Estaba adelgazando debido a que en pocos meses iba a estar grabando películas en Estados Unidos, por lo que no era por esos años ni un hombre delgado ni subido de peso, como años antes supo estar. Ya estaba preparándose para liquidar las entradas de los cines con las películas que produciría Paramount y su contextura física era muy relevante.
Los días previos fueron muy calurosos. “Se midieron 33.5º a la sombra el día jueves en Buenos Aires” decía la edición de la fecha de Los Principios. Ese día, el sábado, había estado caluroso en Concepción, pero llegada la noche estaba muy agradable. Había un clima templado, para nada agobiante, era una noche deliciosa sin dudas.
Gardel sube entonces al escenario y se pronuncia “Sé que hay mucha gente afuera que no ha podido entrar. Abran la puerta y que entren todos los que puedan”. Seguramente habiendo acordado esto antes con el administrador del lugar, y quién gestionó su visita, el empresario de 26 años Víctor Tófalo -hijo-.Tito y su amigo, los niños de la bicicleta, estuvieron dentro de “los que puedan”. Siendo pequeños de tamaño pudieron escabullirse entre la gente y ver, de a ratos y entre saltos, el espectáculo. Pese a esta iniciativa de Gardel, hubo un centenar de personas que no pudieron entrar en el teatro.
Concepción del Uruguay era una ciudad pequeña que tenía entre veinte y treinta mil habitantes en el ejido urbano. Contaba con un puerto con muelles de alto nivel, inaugurados en 1919 y que había ampliado su actividad en los años posteriores. Para la década del 30′ se habían forjado industrias regionales muy fuertes y la aduana de la ciudad era una de las más importantes del país por su ubicación estratégica en la exportación de granos.
Por otra parte había una actividad social muy fuerte en torno a los cine Teatros (Texier, Avenida y Rocamora), sus clubes deportivos, clubes sociales, cafés y negocios tradicionales.
Toda la gente que vivía en la zona céntrica estaba esa noche escuchando el espectáculo desde la puerta. En el hall, a treinta metros del escenario, se escuchaba fantástico, tanto la voz del Zorzal como las cuatro guitarras, Barbieri, Riverol, Petorori y Vivas.
Agradeció, antes de interpretar las canciones compuestas por sus guitarristas, la presencia de esos grandes músicos. “Me acompañan los muchachos” dijo. Rindiendo homenaje y admiración a su cuarteto de cuerdas.
Interpretó canciones muy variadas y en el medio conversó con el público, recuerda Tito hoy con 95 años. No era de hacer bromas con el público, pero sí era muy cálido a la hora de conversar con los presentes. Se animó incluso a relatar sus comienzos en la música y su camino que lo llevó allí, a tocar frente a un lugar colmado en un pueblo del interior, interpretando sus grandes éxitos frente a una cantidad importante de matrimonios que ocupaban las primeras filas.
De repente hizo un corte, los presentes, sobre todo los varones, salieron afuera a fumar, cosa que se acostumbraba en las funciones largas. Y Gardel descansó su voz, una de las más prodigiosas del tango. Gardel era un ídolo, pero tenía que descansar.
Pronto volvió al escenario, cantó otra vez y finalmente, luego de tres horas de espectáculo, se despidió del público y abandonó el escenario. La gente de inmediato comenzó a abandonar el teatro, evidenciando la felicidad en su rostro. El Zorzal Criollo era el máximo ídolo de la canción y había pasado por nuestra ciudad. Tito abandonó de inmediato el lugar. Agarró su bicicleta, la cual había dejado sin candado y recostada sobre la pared por más de tres horas sin haber sido robada, cosa que ocurría en esos años, y volvió a su casa. Al día siguiente la gente comentaría lo ocurrido en cada esquina de la ciudad.
Gardel se sienta, tal vez toma algo de vino o caña y sale del teatro. No hay registros de en qué momento deja la ciudad, muchos sostienen que fue esa misma noche, cuando se subió a un pequeño barco y dejó el país. Lo que sí es seguro es que partió desde el puerto de la ciudad. Bajó por la escalera que conectaba el muelle con la embarcación, a pocos metros de donde hoy se encuentra la bajada de botes frente al edificio de la ex aduana y se dirigió hasta Paysandú.
Su visita al Uruguay y su despedida de Argentina
Carlos bajó del bote y se tomó una foto con su amigo “Santiaguito” Estefanell, de quien grabó el tango Caminito de Luna que iba a ser interpretado en su gira trunca en Medellín, y luego de pocas horas partió a Salto.
Allí se hospedó en la casa de un íntimo amigo, Ireneo Leguisamo, donde actuó en dos oportunidades. Volvió a Paysandú, actuó allí otras dos veces en el teatro Florencio Sánchez, el 24 y 25 y luego cantó en Montevideo.
Volvió a Buenos Aires, donde no dio ningún show abierto. Allí grabaría 3 canciones y le harían una despedida en un recordado asado con 180 amigos. El 7 de septiembre, luego de firmar su testamento, inicia un viaje hacia los Estados Unidos y concluye su vida en el fatal accidente de avión en Medellín.
La historia se encargaría de borrar de la memoria popular su actuación en nuestra ciudad. Tal vez, porque era entregar un rótulo gigante a una pequeña ciudad entrerriana y eso no servía a la imagen del Morocho del Abasto o quizás por esas vueltas de la vida y los enfrentamientos entre ciudades y provincias por la apropiación de patrimonios culturales.
Su nombre, recordado hasta nuestros días, viviría por siempre en la historia del Cine Teatro Avenida y de nuestra ciudad. La sala, hoy ocupada por una cadena de supermercados, sería una historia aparte.
Gardel se fue ovacionado luego del show, cantó a capela en una plaza e hizo que se abrieran todas las ventanas. Su voz y su sonrisa, plasmadas esa noche, serían uno de los hitos más importantes en la historia cultural de nuestra ciudad y de nuestro país.Hoy tal vez sea solo Tito, el único que pueda relatar lo vivido esa noche, gracias a que se entrometió entre los cuerpos de los adultos para escuchar por tres horas el milagro de la canción del Plata.
Fuente: Andrés René Rousseaux.
Edición: Jorge Miguel Haidar.
Gentileza: René Crosignani.
Archivo El Telégrafo.