Domingo 26º (Lc16, 19-31)
Esta parábola del rico y Lázaro, nos presenta crudamente la realidad, antigua y actual, de las diferencias sociales y económicas por un lado, y del destino eterno, al cabo de nuestra vida. Es deprimente la brecha entre ricos y pobres,y según Puebla «esta brecha es cada vez mayor; los pobres aumentan y son cada vez más pobes, y los ricos disminuyen y se hacen cada vez más ricos.» Es una deuda pendiente, y un problema al que la sociedad no se decide a buscarle la solución, a pesar de que nos ufanamos de los «avances» en la igualdad, en la indiscriminación, y en los derechos humanos.
El marxismo-comunismo intentaron una solución, pero con un planeo equivocado, y con soluciones simplistas, obviando la dignidad de la persona humana y su trascendencia… terminó fracasando. Incluso, a raíz de la parábola de hoy, se aventuraron a acusar a la «religión» de alienante, porque el creyente, en vistas a su destino eterno, «la otra vida», descuida y no se preocupa por «esta vida y este mundo en que vive.» Qué fácilmente tergiversamos la Palabra de Dios, cuando no la queremos entender, o queremos acomodarla a nuestra manera de pensar. Lo que Jesús nos propone aquí, no es desentendernos de la realidad del mundo en que vivimos: Dios nos lo dio para que lo cuidemos («cultivemos»), y tendremos que darle cuenta de esta responsabilidad que nos confió.
Preocuparse y cuidar de lo creado y de los bienes materiales, no es lo mismo que «enredarse» en ellos, rebajándose a la idolatría de la riqueza, que termina así por someternos y engañarnos con una falsa y efímera «felicidad».En nuestro mundo se piensa que cuanto más tenemos, se fortalece nuestro dominio sobre los bienes y hasta sobre las personas, qué ilusión… en realidad es la riqueza la que más nos domina, cuanto más tenemos. Por qué tener que esperar el final de la vida, para darnos cuenta de esto?
No sería más fácil considerarlo antes, mientras tenemos tiempo de vida por delante, y disponer de nuestros bienes no solo para satisfacción propia, sino para compartirlos con tantas otras personas, que como Lázaro, viven de migajas y en la indigencia? El compartir nuestros bienes con los necesitados, más que una obra de caridad, es un acto de justicia y responsabilidad humana con nuestros hermanos. El año de la fe nos estimula a hacerla fecunda, mediante las obras de justicia y caridad. «La fe sin las obras, está muerta.»Dios Padre y providente, bendiga a todos.
Parroquia Santa Teresita