Hoy, miércoles de la décima quinta semana durante el año, se lee el libro del Éxodo (3,1-6.9-12) donde Dios se aparece a Moisés: «Yo soy el que soy» le dice, y lo instruye acerca de lo que debe hablar con el Faraón; y el evangelio de San Mateo (11,25-27) donde Jesús dice: «Has escondido estas cosas a los sabios, y se las has revelado a la gente sencilla».
Santas Justa y Rufina, vírgenes y mártires Estas dos hermanas nacieron en Sevilla, en el barrio de Triana. Pertenecían a la pequeña comunidad cristiana del lugar, pero la mayoría de los habitantes aún eran paganos. Como eran de familia humilde se dedicaban a vender vasijas. Un día un grupo de mujeres les solicitó su participación en las fiestas de la diosa Venus, pero ellas se negaron y destrozaron la imagen de la deidad pagana. El gobernador, Digeniano, mandó encarcelarlas y someterlas a torturas. Finalmente fueron decapitadas. El martirio de estas santas sucedió en el año 287. Santa Marcelina, virgen Era hermana de San Ambrosio y mayor que él. Fue ella quien educó y encaminó por el camino de la virtud a sus dos hermanos. El día de Epifanía del año 353 recibió el velo de las vírgenes de manos del papa Liberio en la basílica de San Pedro, y dedicó el resto de su vida a la oración y a la penitencia. Murió en Roma en el año 398. San Alejo. Hijo del senador Eufemiano, nació en Roma en el siglo V. A fin de seguir al pie de la letra el consejo evangélico, Alejo dejó todas sus riquezas, su casa, su familia, y se fue al Oriente, a la ciudad de Edesa de Siria, donde vivió como un pordiosero. El pueblo lo llamaba «el hombre de Dios» por su piedad, su humildad, sus penitencias y su paciencia. Nadie conocía su origen y el hecho de ser el hijo único de un poderoso y rico senador romano. Un día se lo encontró muerto debajo de una escalera donde se guarecía, y con un pergamino en la mano en el que revelaba su verdadera identidad y relataba su vida.