“No llores porque terminó,
sonríe porque sucedió “.
Gabriel García Márquez .
En esta lluviosa mañana de sábado, sin embargo, admito que me cuesta sonreír más que otras veces, pero lo intento.
Insisto y me sobrepongo porque sé que Betty Ratto nos legó un tesoro de recuerdos que nos acompañarán hasta el fin : la pluma cucharita , los mapas calcados con prolijidad , los tinteros incómodos pero inolvidables, su gracejo chisporroteando en los recreos compartidos , sus salidas picantes para celebrar cada comentario , sus acotaciones agudas que desencadenaban carcajadas , sus críticas sabrosas , los bombones que endulzaban las tertulias , su Renoleta increíble , su emoción al recordar la familia , sus datos sobre un tiempo que ya es historia , tan ricos y entregados generosamente siempre.
Fuimos compañeras en el Sagrado Corazón y pasamos años en ese delicioso ambiente escolar, compartiendo momentos de gozo y de trabajo. Preparamos actos escolares únicos, en los que su creatividad encontraba cauce pleno. Recuerdo aquella carroza de la Fiesta de la Primavera, que armamos en lo que fuera la cuadra de la panadería Ratto y el bullicio de las maestras que, afanosas, trabajábamos para que todo luciera perfecto.
Fue Teresa la que nos reunió desde 2010, a raíz de mi libro “Tostadas dulces con mermelada de durazno y manteca”. Desde entonces, creo que estuvimos juntos en cada una de nuestras conversaciones, los cinco: Zubiaur, Cecilia Grierson, Teresa Ratto, Betty y yo .No hubo momento en que no los nombráramos, en que descubriéramos algún detalle, algún rasgo novedoso, algún dato que nos procurara felicidad y nos encendiera el alma.
Lo mismo hacía con los estudiantes y los profesores y hasta la Vicegobernadora de la provincia, que iban a visitarla y a investigar sobre esa sorprendente joven
que fue su tía, la primera médica entrerriana. Abría su sala y se entregaba a la dicha de revivir las proezas de toda esa generación de mujeres que abrió rumbos en la historia argentina. Y por supuesto, destacaba algo que fue decisivo en nuestro sistema educativo: la equidad de género, generada por Zubiaur en el Colegio del Uruguay. Betty insistía , siempre, en señalar que Teresa se recibió de Bachiller, título imprescindible para acceder a la Universidad. Como latiguillo orgulloso y distintivo, recordaba que Zubiaur la llamaba en sus cartas: “Mi querida Bachiller”.
Viajamos por y para rendir homenajes a Teresa y la acompañé en sus idas y venidas: cuando la Asociación de Ex Alumnos la convocó para la Sala del Museo del Colegio del Uruguay, o cuando fuimos a la Asociación Entrerriana General Urquiza para presentar la obra y a la Casa Gris de Paraná en la quedó el retrato de Teresa entre las Mujeres destacadas de la provincia. Se emocionó frente a la mole del Hospital de la Baxada del Paraná que recuerda a la muchachita fervorosa que marchó a Buenos Aires y volvió convertida en médica. Sus últimos años le pertenecieron a Teresa, se dedicó fervorosamente a exaltar su vida y su obra.
Estuvimos juntas cuando Héctor Ferrari y su grupo representaron una historia en las celebraciones del Colegio del Uruguay, en la que intervino, honrada por participar. La última vez que salimos fue para ver las Historias de la ciudad que presentó el mismo grupo, precisamente.
La pandemia nos enclaustró a cada una en su “cabaña”. La visité una tarde para acercarle por zoom a Inés Ghiggi, que ha montado una obra sobre la primera médica entrerriana y se conmovió y se sintió plena con ese diálogo encantador.
No pudimos despedirnos, no la vi ni la acompañé en su último viaje. Yo sigo acá, en este extraño e incomprensible mundo, mientras ella estará en otra dimensión, junto a los Ratto , a don Octavino, a sus hermanos y tíos , a los que amó tanto y a los que recordó y honró , siempre .
Acabo de asomarme a la puerta a mirar la casa en la que vivió Cecilia Grierson y ahí llegó el momento de despedirme, con una sonrisa y un suspiro, por tantos años entrañables.
Se fue la Betty del Puerto Viejo. Llueve en este sábado de noviembre y hay una ausencia en la calle que lleva su nombre. Sin embargo en el corazón, el latido se parece a una sonrisa, la misma que nos pidió el Gabo de Colombia.
Laura Erpen