En el Día del Nutricionista, preocupa las cifras a las que podría llegar la epidemia de obesidad, que azota al país desde antes que el coronavirus. Varios estudios sugieren que el estrés y la falta de atención influyen en la cantidad de comida que se ingiere
A esta altura de la pandemia por coronavirus ya podría asegurarse que el aumento de peso es una de las consecuencias colaterales que la mayoría de las personas enfrenta a raíz de la cuarentena. Sin embargo, los profesionales se muestran cada vez más reticentes a la idea de seguir una dieta determinada, debido a su efecto contraproducente a largo plazo.
Según una encuesta realizada por la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) seis de cada diez argentinos (56,9%) admitieron haber subido de peso durante la cuarentena. Al estilo de vida sedentario y la actividad física reducida hay que añadirle el comer emocional. Por eso mismo, lo que sugirió la especialista es “realizar un abordaje interdisciplinario”. “Con una disminución calórica y un aumento del gasto energético la mayoría de las veces no es suficiente porque es de difícil sostenimiento -señaló-. El entrenamiento interdisciplinario en el que se fusiona la neuropsicología, psicoterapia y la nutrición, busca que la persona genere un cambio de hábito perdurable en el tiempo”.
“Creo que hay que poner el foco en que alimentarse bien no tiene que decir ‘estar a dieta’, correrse un poco del enfoque de hacer dieta y elegir alimentos correctos para cada uno y en ese caso, el momento que estamos viviendo es una situación que tal vez amerita prestar más atención a qué es lo que ingerimos para nutrirnos correctamente y poder darle a nuestras células los nutrientes necesarios para estar fuertes y tener un sistema inmune que nos acompañe”. Para María Cecilia Ponce (MN 3362), más que pensar en adelgazar o no adelgazar, el contexto invita a “reforzar la alimentación con vitamina C, vitamina D, evitar alimentos que causan inflamación crónica, ya que elegir la mejor alimentación va a hacer que las personas se sientan bien, tengan menos ansiedad y menos inflamación que repercute negativamente en todo el organismo”.
“También tenemos que pensar que estamos en un estado mucho más sedentario que el habitual en el que no hay mucho gasto energético y no nos podemos dar muchos más gustos de los que nos gustaría -continuó Ponce-. Si bien es difícil encontrar ese equilibrio entre gratificarnos y nutrirnos correctamente creo que tenemos que aprovechar esta situación en la que no hay mucha vida social para elegir los alimentos más correctos, para no estar tentados y aportar en lo cotidiano frutas y verduras frescas en las dos comidas, proteínas y grasas de buena calidad, abundante líquido y tratar de evitar los alimentos industrializados, ultra procesados, con azúcares y aditivos que van a generar más ansiedad, que no nos nutren y al mismo tiempo promueven un estado inflamatorio que va a ser negativo para la salud”.
Para ella, “si bien las gratificaciones hoy en día son acotadas porque no se puede estar con la familia, con los amigos, haciendo deporte o los hobbies que promuevan gratificación, se debe evitar compensar eso con recompensas alimenticias”. “Podemos darnos gustos obviamente, tener momentos en los que el placer de la comida sea satisfactorio y sea medido, pero propongo sacarse el concepto ‘dieta’ sino pensar en una alimentación correcta para cada momento y quizá este sea momento de hacer foco en la calidad de alimentos que ingerimos y no restringirse en cantidades”.
“¿Cómo hacer para empezar a comer un plato de pasta en vez de dos?”, se preguntó Vilaro, para quien “en primer lugar, es importante no pensar únicamente en lo que se consume, sino por qué se lo consume”. “Cada individuo tiene una relación particular con la comida y un motivo que dispara su comportamiento alimentario. Encontrar la motivación interna no es sencillo y lleva tiempo, pero interpretar todo lo que rodea al plato es lo que nos permite iniciar un hábito”, indicó.
El mindful eating, o alimentación consciente es una de las prácticas que pueden resultar muy útiles para llevar adelante este proceso. Debido a las rutinas aceleradas previas a la cuarentena, la mayoría de las personas comían de forma automática, sin prestar la suficiente atención o estar verdaderamente presentes en el momento. “Hoy con el confinamiento se replica este mecanismo ya que comemos frente a la tele o computadora, o tenemos la cocina disponible las 24 horas al día y comemos porque ‘estamos cerca’”.
En este sentido, diversos estudios científicos demuestran como la falta de atención influye en la cantidad de comida que se ingiere. Los expertos sugieren comer sentados en un ambiente relajado y atender a los sentidos. Por ejemplo, concentrarse en el sabor, la temperatura o el olor que se percibe de lo que se está comiendo. Según la nutricionista, el tamaño del plato también puede ser un factor influyente. “Si se compara un plato grande y uno mediano, uno va a tener la sensación de que el grande tiene menos comida a pesar de que contengan la misma cantidad”.
Por otra parte, el cuerpo tiene memoria, y este es otro elemento que repercute en la saciedad. Las personas tienen presente la sensación de saciedad que tuvieron en su ingesta anterior. Si uno recuerda que se pudo llenar en otra ocasión únicamente con una porción, no va a tener que cocinar de más por “miedo a quedarse con hambre”. Por eso es importante escuchar y procesar lo que nos dice nuestro cuerpo.
La cuarentena puede ser el momento indicado para crear un hábito saludable. Es una buena oportunidad para que, en vez de convencernos de esperar a que este período finalice para empezar la dieta, comencemos ahora a conectar de otra manera con nuestra alimentación, a ser conscientes de ella y entender por qué comemos cuando no tenemos hambre, y como consecuencia alcanzar el peso ideal.
Por su parte, el médico especialista en nutrición y obesidad Alberto Cormillot (MN 24.518) se refirió al modo en que el aislamiento obligatorio puede impactar sobre las personas que presentan exceso de peso. “Entre las principales alteraciones que presentan las personas con obesidad, se encuentra la alteración de la regulación del apetito y la saciedad. Cuando una persona come de más, hay un disbalance entre lo que demandan los núcleos del cerebro que buscan comida y dan saciedad, y las decisiones. Bajo estrés, la decisión de comer, se afloja y uno no toma las mejores decisiones”, detalló el especialista.
“De la misma forma que muchos que estaban en tratamiento siguieron bajando de peso, muchos otros no. Y no solamente tiene que ver con la situación de estrés, sino también con la falta de movimiento, el aburrimiento, la tensión por no poder estar trabajando, el temor, la incertidumbre, el no ocupar el tiempo apropiadamente”, añadió Cormillot, quien apuntó que en los Estados Unidos se registró en la población un aumento de peso de entre tres y seis kilos durante la cuarentena.
Asimismo -destacó el especialista- “las medidas sanitarias para prevenir contagios masivos y las restricciones impuestas por los decretos del Poder Ejecutivo en relación con la pandemia de COVID-19 tuvieron como efecto no deseado la parálisis de la atención médica programada en general. En particular, respecto de las personas con obesidad -uno de los grupos considerados de riesgo frente a este virus- se confirmó una disminución de más del 90% de las cirugías bariátricas y de un 75% en el seguimiento pre y post operatorio de pacientes que iban a someterse a una cirugía de este tipo o que ya lo hicieron, según una reciente encuesta realizada por la Sociedad Argentina de Cirugía de la Obesidad (SACO)”. Se trata de una situación que, de acuerdo con los especialistas, deja a muchas personas con obesidad severa expuestas a sufrir graves consecuencias ante una eventual infección por virus SARS-CoV-2.