El presente institucional y futbolístico del Millonario obliga a pensar a largo plazo.
El período presidencial de Daniel Passarella no pasará a la historia por sus realizaciones o por una gestión en la que se priorizó el desarrollo social o el éxito deportivo. Días después de su negativa a presentarse nuevamente en las elecciones de diciembre, el plantel que orienta Ramón Díaz cerró su primera parte de la temporada con una suma de frustraciones.
Si no se observan en los números y en las prestaciones a los socios cambios positivos, y si tampoco el fútbol entregó lo suficiente, está claro que el pulgar hacia abajo juzgando a Passarella es inevitable. Quedó de lado la reconciliación entre el presidente y Ramón Díaz, el apuro para renovarle el contrato intentando no se sabe bien qué maniobra para ponerse al socio millonario de su lado y finalmente, el abandono de la carrera política.
Ramón Díaz contagió a todos cuando volvió a su club de toda la vida, pese a que la tarea de Matías Almeyda no había sido mala, ni siquiera mediocre. El Pelado puso el cuerpo y el alma, como siempre hizo, consiguiendo el regreso rápido del calvario llamado Nacional B, aunque le costó más de la cuenta, porque River ascendió en el segundo tiempo del último partido del torneo, que tuvo rivales de fuste y muy competitivos. Está claro que sin el regreso de Leo Ponzio y de David Trezeguet, era probable que el ascenso haya quedado inconcluso.
La nula relación con Almeyda, el fervor de los hinchas y la sobreestimación del plantel que existía, llevaron a Passarella a tomar una decisión que nunca terminó de entenderse. En realidad, el alejamiento de Almeyda fue tan poco imaginado como la compulsiva renovación del contrato del actual entrenador. Almeyda se fue cuando se estaba acabando el Inicial 2012, con un ciclo que en el regreso a Primera, registraba cinco victorias, ocho empates y cuatro derrotas. Las ganas de dar un volantazo pudieron más que el respeto a una conducción humilde, sincera y con algunos defectos por falta de experiencia.
La apuesta no podía –en teoría- ser más exitosa: volvía Ramón Díaz, el más ganador de todos los tiempos. Algunos resultados positivos en el inicio taparon lo que iba a ser un ciclo que no se caracterizaría por una línea de juego definida, una mejoría global para poner a River en un sitio más competitivo, más a tono con su historia. Éste, justamente, fue uno de los problemas que no pudo sortear Díaz con la compañía de su hijo Emiliano: River no tenía un plantel suficiente en calidad y variedad, como para pelear ningún título cercano. Ni local ni internacional. El segundo puesto del torneo Final 2013 no significó demasiado, dada la tremenda superioridad que había ejercido Newell’s, el ganador del torneo. El equipo perdió cuatro partidos, la misma cantidad que con Almeyda…
Fue acertada la incorporación de Vangioni en el lateral izquierdo aunque ni el Chino Luna, ni el regreso del paraguayo Román ni la promocionada llegada del juvenil Iturbe significaron nada llamativo. La aparición del colombiano Álvarez Balanta fue lo mejor en varios meses, dentro de un equipo que mostró buenos momentos en ataque y cierta endeblez defensiva. De todas maneras, la opinión general aceptaba la idea de que el verdadero River de Ramón Díaz se vería en el torneo Inicial, cuando el club pudiera traerle los refuerzos por los que tanto insistía.
Así ocurrió: llegó el enganche Fabbro, muy solicitado y también apareció el colombiano Teo Gutiérrez, un futbolista que tiene tanto talento como indisciplina, tanta calidad como ganas de hacer siempre lo que él quiere y no lo que indica el sentido común en un juego colectivo. Ah, volvió Mora, que había dejado de ser prioridad para Ramón.
El resumen del semestre es sencillo: campaña mediocre en el Inicial, con el lucimiento del arquero Barovero, numerosos problemas en todas las líneas y una alarmante anemia ofensiva. Teo jugando de conductor cuando se le pedía que fuera el goleador que alguna vez supo ser, ausencia total de Fabbro en su rol de enganche y el enojo de muchos hinchas porque a David Trezeguet se lo alejó del club, cuando todavía tenía algo para dar.
Passarella yendo y viniendo con su decisión para las elecciones, Ramón Díaz errando el diagnóstico y confundiendo más a todos con declaraciones fuera de tiempo y lugar, las quejas por los futbolistas amigos de su hijo que llegaron al club, la creencia de tener un equipo mejor al que se veía todas las semanas y podríamos seguir. A favor de River, varios arbitrajes que lo perjudicaron y le impidieron sumar algunos puntos más. Una sucesión de malas decisiones que no lo dejaron llegar más arriba, aunque jamás estuvo cerca de pelear el título.
Claro que quedaba la Copa Sudamericana: eliminó injustamente a San Lorenzo, pasó sin susto a una muy débil formación ecuatoriana (Liga de Loja) y no tuvo chance ante un Lanús superior, que siempre fue más que River. Que Lanús tiene mejor plantel que River era una verdad muy clara, resistida por aquellos que confían en la historia y no en la realidad. Los dos partidos entre ambos se encargaron de demostrarlo.
Ahora, sin nada para jugar, apenas lo que resta del torneo Inicial, el proyecto Passarella con Ramón Díaz como estandarte, está a la deriva. El “que se vayan todos” atronó el Monumental con una multitud que compró un buzón y no se dio cuenta del error hasta anoche. Si Barovero fue la gran y única figura, está claro que la eliminación era el único final posible.
Los hinchas dicen “esto es River”. No alcanza. El pasado es eso. Hoy deberán entender que hay que trabajar a largo plazo, con objetivos y conductores inteligentes, capacitados y sobre todo, sin creerse más de lo que pueden ser. Para ser, hay que trabajar y mucho. Adentro y afuera de la cancha.