La cuarentena obligatoria comenzó a regir en Argentina a las 00 horas del viernes 20 de marzo. Casi tres meses más tarde, el país está al borde de otra crisis de salud: el trauma psicológico generalizado que genera el aislamiento. Las agencias de salud y los expertos advierten que se aproxima una ola histórica de problemas de salud mental: depresión, abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático y suicidio.
Cuando las enfermedades atacan, dicen los expertos, proyectan una pandemia de lesiones psicológicas y sociales. Esta “sombra” a menudo es persistente a la pandemia por el virus y continúa atacando por semanas, meses e incluso años. Y recibe poca atención en comparación con la enfermedad, a pesar de que también devasta familias, daña y mata.
El enfoque actual en la transmisión de la infección por COVID-19 en todo el mundo probablemente distraiga la atención pública de las consecuencias psicosociales del brote en los individuos afectados y en la población en general. Los problemas de salud mental emergentes pueden convertirse en problemas de salud duraderos, aislamiento y estigma.
Según una investigación publicada en el Centro Nacional para la Información Biotecnológica de los Estados Unidos (NCBI por sus siglas en ingles), el impacto a largo plazo en la salud mental de COVID-19 puede tardar semanas o meses en ser completamente aparente, y manejar este impacto requiere un esfuerzo concertado no solo de los especialistas de la salud mental, sino del sistema de atención médica en general.
Recientemente, la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a través del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA), presentó el octavo informe de una encuesta denominada “Crisis Coronavirus”. La primera edición fue presentada incluso antes de que se estableciera la cuarentena obligatoria en el país y cuenta con una actualización constante cada diez días. Este último documento refiere a los 70 días de cuarentena en el país y cómo el confinamiento afectó a los ciudadanos argentinos en materia de salud mental, económica y de consideración de gestión política.
Originalmente, en nuestro país, el confinamiento regía hasta el 31 de marzo, luego fue extendido hasta el 12 de abril, posteriormente hasta el 26 de abril, más adelante hasta el 10 de mayo, luego hasta el 24 de mayo, hasta el 7 de junio y ahora se ha dicho que regirá otras tres semanas. Una vez que llegue a esa fecha se cumplirán 100 días.
Las medidas sanitarias se siguen evaluando día a día según el desarrollo de los acontecimientos, con el objetivo de aplanar la curva de contagios por COVID-19 y no sobrecargar el sistema de salud. En ese sentido, sin una vacuna para el virus a la vista y con el problema lejos de solucionarse en gran parte del mundo, por el momento es imposible pronosticar cuándo la vida volverá a la normalidad, aunque el presidente Alberto Fernández confirmó el jueves 4 de junio que la cuarentena seguirá en su “fase 3” en el Área Metropolitana de Buenos Aires, Gran Resistencia, Gran Córdoba y Río Negro, mientras que en el resto del país avanzará a la etapa de distanciamiento.
¿Cuál es la fecha de fin de la cuarentena? El aislamiento social, preventivo y obligatorio se encuentra vigente en los sectores más afectados, donde se destaca la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, con extensión hasta 28 de junio.
Según este informe, los indicadores negativos de salud mental se muestran estables en los niveles altos de intensidad de las últimas 3 mediciones. La incertidumbre, relevada en este estudio a través de tres preguntas diferentes, aparece como el sentimiento omnipresente. Parece dominar este tiempo de aislamiento social y recesión económica. A su cobijo, nacen y se reproducen las emociones negativas de ansiedad, angustia, preocupación y pérdida del sentido de la vida.
«Las cuatro emociones-cogniciones negativas de mayor intensidad son: incertidumbre, preocupación, ansiedad y angustía, similar a nuestras últimas 3 mediciones»
El concepto de incertidumbre refiere a la “falta de certeza”, a la carencia de conocimiento sobre lo que ocurrirá, es la “ceguera del futuro”. Los argentinos estamos inundados de preguntas que no tienen respuesta cierta: “¿Me contagiaré?”, “¿moriré por COVID-10?”, “¿hasta cuándo estaré sin trabajar?”, “¿tendré que cerrar para siempre mi negocio?” y “¿podré recuperarme de esta crisis?”. Estas son algunas de las innumerables preguntas que, a falta de respuestas, van generando inquietud, preocupación y ansiedad.
Pensando esta problemática desde la salud mental, la cuestión clave que deberemos abordar -más temprano que tarde- es la estrategia de contención y mitigación del malestar psicológico que hoy están experimentando la mayoría de los argentinos. La dos preguntas centrales que debemos hacernos son: ¿cuánto tiempo más en estas condiciones de aislamiento social e impedimento de trabajar son tolerables a nivel psicológico? y ¿qué riesgo se asume de que toda la sintomatología de malestar que hoy ha florecido se convierta en crónica y sea difícil de revertir a futuro?
Los datos recogidos en la investigación develaron que las cuatro emociones-cogniciones negativas de mayor intensidad entre los argentinos fueron: incertidumbre, preocupación, ansiedad y angustía, similar a nuestras últimas 3 mediciones. Asimismo, se mantuvo la asociación con clase social; es decir la intensidad para las emociones negativas era más alta a medida que se descendía en los estratos sociales. Los niveles de ansiedad, depresión y pérdida del sentido de la vida fueron más altos entre los más jóvenes y el caso más diferenciado, para las tres variables, se presenta en el segmento de 18 a 29 años.
La percepción de bienestar general también arrojó resultados preocupantes: el 60% de la gente señala “estar algo peor” (43%) o “mucho peor” (17%) que antes de la crisis. Y el 30% manifiesta que su vida cambió negativamente y ve con desesperanza su futuro. El hecho de que, transcurridos 70 días de aislamiento, todos los indicadores de salud mental relevados se hallan consolidado en valores negativos muy altos constituye una señal de alerta para el sistema de salud mental. Resulta paradójico que en este contexto de malestar psicológico generalizado, los profesionales de salud mental no se encuentren dentro de la lista de profesiones consideradas esenciales.
Un importante porcentaje de la población (46%) estima que la pandemia durará todo el 2020 y parte del 2021. En detalle, un 22% cree que la pandemia estará entre nosotros de 7 meses a 1 año, mientras que un 24% estima que durará más de un año.
A su vez, un 45% de la gente cree que la pandemia irá empeorando gradualmente y un 9% estima que devendrá rápidamente en una situación incontrolable. Es decir, 5 de cada 10 poseen una prospectiva negativa en cuanto a una duración prolongada y un empeoramiento de la crisis. Estos indicadores aumentaron respecto a la medición del 11 de mayo.
Respecto al temor al contagio, una gran mayoría (72%) señala que está entre “muy asustada” (28%) y “un poco asustada” (44%) por la posibilidad de contraer el virus. Estos tres factores (la creencia de que la pandemia durará mucho, que irá empeorando y el temor al contagio) configuran una combinación de ideas en el sistema de creencias de la gente que explica la razones del impacto en la salud mental ya referido.
La preocupaciones sobre los efectos que la crisis está teniendo sobre la salud física-mental y sobre la economía, se han vuelto a distanciar. En la medición del 11 de mayo, la preocupaciones por la economía habían aumentado respecto de mediciones anteriores y se situaron en un 42% contra el 58% de preocupación por la salud. En esta medición, la preocupación por la salud volvió a niveles anteriores (68%), seguramente a partir del significativo aumento de casos de contagio y la famosa curva sanitaria en ascenso.
Entre las dos preocupaciones por lo económico, prima la preocupación por la economía del país que alcanza un promedio de 8,3, contra el 6,7 de preocupación por la economía personal/familiar. Es significativa la asociación entre la preocupación por la economía personal/familiar y la clase social: a medida que vamos descendiendo en la pirámide social mayor es la preocupación por su economía.
En cuánto a cuál sería la mejor estrategia de salida de la cuarentena, algo menos que la mitad de la gente (44%) prefiere una salida gradual con algo de flexibilización económica, mientras que un 20% prefiere una flexibilización mucho más profunda y amplia de rubros para poder volver a trabajar.
Las preocupaciones colectivas influyen en los comportamientos diarios, la economía, las estrategias de prevención y la toma de decisiones de los responsables políticos, las organizaciones de salud y los centros médicos, lo que puede debilitar las estrategias de control de COVID-19 y generar más morbilidad y necesidades de salud mental a nivel mundial. “La principal estrategia para contener y para mitigar los efectos que ha tenido y tiene la cuarentena es la consulta psicológica. Para todo aquel que sienta que ya no es el de antes, que comienza a experimentar cuestiones relativamente fáciles de percibir como la ansiedad, el insomnio y la angustia, nuestro consejo es que consulte lo más rápido posible”, advirtió González.