¿Qué pasará cuando todo esto termine? ¿Cuándo va a terminar? Todos los argentinos, todo el mundo de hecho, se lo pregunta. En River, también: la situación excepcional de emergencia sanitaria por la pandemia preocupa en muchos sentidos además del esencial, que es cuidar la salud (por algo fue el primer club en cerrar sus puertas cuando el fútbol aún se jugaba a puertas cerradas). Y claro, así como el Gobierno tomó medidas de prevención con anticipación para prepararse para la escalada del Covid-19, en Núñez también intentan pensar en cómo será el mundo del fútbol cuando todo esto pase.
Porque, coinciden los especialistas internacionales en salud, en algún momento pasará. Y puntualmente, por supuesto, lo que preocupa es la economía de un club que es el más grande de todos desde lo estructural, el que más empleados tiene, el de más instalaciones y disciplinas deportivas, actividades sociales y culturales, áreas educativas y mucho más. Una institución con un presupuesto anual cercano a los 7.000 millones de pesos, superior al de cualquier municipio medio del país. River es un gigante que también deberá atravesar por una crisis financiera aún más sensible que la que mostraba el escenario local antes de esta epidemia global.
Por estas horas el club se encuentra absolutamente cerrado: sus 1.143 empleados están en sus casas desde el 14 de marzo y el 85% entró en licencia (porque no pueden realizar sus actividades de manera remota), mientras que el otro 15% hace homeoffice. A todos se les respetará el sueldo.
Ahora bien, la dirigencia tiene reuniones virtuales permanentes para determinar los caminos a seguir, pensar el rumbo económico y proyectar el futuro en la incertidumbre. De esas teleconferencias participa la mesa directiva: Rodolfo D’Onofrio, los vices Jorge Brito y Stéfano Di Carlo, el secretario Ignacio Villarroel, el prosecretario Darío Santilli, el tesorero Ignacio Amui y el protesorero Mariano Taratuty. Entre ellos aceptan que River deberá ajustarse a una economía de guerra que posiblemente dure lo que resta del año. Hoy están “sentados arriba de la caja”, cuidando los recursos. Y es que bosquejan una caída de hasta un 50% de los ingresos: la rueda se va a frenar. Eso obviamente tiene un impacto negativo, pero también, creen los más optimistas, otro costado un poco más tratable.
Y es que River no es una excepción en el escenario internacional en el que se encuentran y encontrarán todos los equipos de fútbol del mundo. Un nuevo orden mundial en el que los compromisos entre clubes se van a volver mucho más blandos de lo que ya eran, con pagos indefectiblemente diferidos (reclamos por plazos como los de Belgrano por el pase de Suárez, entienden, quedarán extemporáneos en el contexto global), con quitas de deudas incluidas y renegociaciones salariales y de contratos con los jugadores que por estas horas están tratando en conjunto todos los presidentes de las instituciones con la propia AFA.
River tomó la decisión de cerrar sus puertas a partir del 14 de marzo debido a un caso sospechoso de coronavirus. A partir de ahí, comenzó a dejar de percibir ingresos (Télam).
Y en una coyuntura en la que River se preparaba para tener que vender a varios futbolistas para equilibrar sus finanzas, la crisis hipotética e irónicamente podría desacelerar ese desarme que hace algunas semanas se veía inexorable. Aunque, claro, nadie tiene la bola de cristal para hacer futurología. De hecho hoy no se sabe si la Copa Superliga retomará sin público o si se interrumpirá y no volverá a jugarse, con todo lo que eso implica en términos de dinero para los clubes.
Lo que ya es seguro es que River perderá mucho en ingresos: los dirigentes calculan 20 millones de pesos de venta de tickets que el CARP deja de ganar por cada partido que no juega de local en el torneo doméstico y 80 millones por cada juego de Copa Libertadores (le quedaban un par de compromisos a puertas cerradas de la primera fase, aunque la CD era optimista en que, apelación mediante, el equipo jugara el último de ellos contra la Liga de Quito con público).
De los sponsors también estiman que se cobrará bastante menos: el 60% de ellos son multinacionales que en principio podrían afrontar los compromisos de pagos, pero el restante 40% se trata de empresas más chicas que, intuyen internamente, tendrán complicaciones para cumplir. En el caso de Turkish, el principal auspiciante de la camiseta, la compañía debería poder costear lo firmado en el contrato porque se trata de una aerolínea de bandera con un fuerte respaldo estatal, en un contexto en el que se prevé que una buena parte de las compañías aéreas del mundo vayan a la quiebra hacia mediados de año.
En cuanto a los socios, los dirigentes perciben que la morosidad en el pago de las cuotas ascenderá a un 40%, comprendido en un 30% de personas que pagan en efectivo y un 10% que interrumpan el débito automático de todos los meses. Sí, se vienen tiempos difíciles. Para River también. Mientras se cuida la salud de todos en tiempos de pandemia, en el club empiezan a pensar además en cómo proteger la tesorería. Ajústense los cinturones…
Fuente: Olé.