Aunque mucha gente conserve todavía la idea del orden asociado al uniforme, la frase de Raúl Alfonsín, en Semana Santa de 1987, tiene hoy una connotación bien diferente. Podemos descifrar su dimensión en sentido profundo y recordar el precio de la libertad presente.
El coraje de Alfonsín, reconocido por propios y extraños, impidió una masacre y encaminó al país hacia un horizonte que, con marchas y contramarchas, afianzó el nunca más y permitió que, treinta años después, Néstor Kirchner pudiera descolgar el cuadro de Videla, sin ninguna asonada verde oliva. Poca memoria para tan escaso tiempo, pero Argentina es así de efímera, salvo cuando la dirigencia política tiene la inteligencia para catalizar una oportunidad en un marco de crisis.
Era previsible, muchos que habían dejado el traje en la percha lo miraron con esperanza aquel día. Volvieron a relojearlo el 24 de marzo de 2004, cuando un escueto “proceda”, de Kirchner a Biondini, dejó definitivamente atrás los sueños del terrorismo de Estado. Ya era tarde. Los palcos repletos de sotanas y civiles, aplaudiendo la dictadura en plaza Ramírez es ahora una pesadilla de la que despertamos y la colimba, sólo un recuerdo de café.
Ni siquiera durante el gobierno que entregó la riqueza del país a las corporaciones y que sitió a aquella democracia incipiente, pudo volver atrás. Ya el pueblo no se lo permitiría, aunque creyó en los cantos de sirena del menemismo y sus socios provinciales y locales. Todos ricos, menos el pueblo creyente. La distancia hoy de aquella asonada militar, hay que decirlo, con cierta expectativa civil, permite ver las cosas un poco más claras. Las deudas del sistema no mellan la confianza en su potencial político, pese a que la política enfrenta el desafío de acercar pueblo y gobierno.
La memoria es esta especie de espejo incómodo, la piedra en el zapato comunitario. Cuando no haya sobrevivientes de aquella noche terrible, pueda que quienes cuenten los hechos hagan que la verdad florezca. Porque, finalmente, la diferencia es el orden caótico de la vida. Y, cuando el otro pueda desterrar la miseria singular, habremos comenzado a empujar la Patria hacia la Nación y asegurado la República.
La coyuntura sanitaria encuentra al país, en este aniversario del golpe de Estado, ante una nueva movilización, paradójicamente, encerrado en sus casas. Algunos lugares con mayor suerte que otros, se preparan para afrontar la urgencia de lo que viene confiando en la política. Concepción del Uruguay atesora el trabajo de mucha gente en torno a su sistema de salud y eso es un logro de los uruguayenses, con el aval estatal, obviamente. Su unidad de terapia intensiva en un hospital público, es una prueba de la simbiosis entre pueblo y gobierno, para asegurar la vida, como hace cuarenta y cuatro años.