Si ayer a eso de las 19 alguien le hubiera preguntado a cualquier hincha de Newell’s contra qué rival preferiría jugar para dar un nuevo paso en el camino al título, posiblemente la respuesta habría sido Colón. ¿Motivos? Sobran. Primero: el equipo de Santa Fe estaba penúltimo en el campeonato, sólo por delante de un incalificable Racing. Segundo: venía de ocho partidos sin victorias. Tercero: en esos ocho partidos, apenas había conseguido un empate; esto es, un punto de los últimos 24. Cuarto: en esos ocho partidos no había convertido ni un gol, ni uno. Nada.
Por todo eso, y porque su presidente, Germán Lerche, que hasta hace poco ofrecía imagen de impoluto, dejó el club a las apuradas en medio de una crisis que también existía en los escritorios, los que se animaron a ir al Cementerio de los Elefantes clgaron las banderas al revés. No había error: fue la manera que encontraron de protestar. A los jugadores podrían haberles dedicado una que usaron los hinchas de Ferro hace un par de décadas, cuando el equipo no encontraba el rumbo ni por error: “Hagan un gol”, decía aquella.
Con todo ese bagaje a su favor, Newell’s arrancó como siempre: dominante, con manejo cuidado de la pelota, vocación ofensiva y llegadas concretas. Pero Muñoz no es Scocco, al que ahora empiezan a extrañar los campeones, y esas chances terminaron en aire. Igual, parecía que en algún momento, casi por inercia, el gol tenía que caer del lado del puntero. Y fue al revés: un cabezazo de Gabriel Graciani, a los 39 del primer tiempo, puso un insospechado 1-0 para el local. Se cortaban 771 minutos de una racha dolorosa. El tiempo que tarda un avión en llegar de Santa Fe a Madrid, por ejemplo.
Encima, en el arranque de la segunda etapa Prediger acomodó un derechazo contra un palo y ya los hinchas de Colón tenían ganas de llorar de alegría. Los que creían lo que veían, bah.
A los sabaleros que no creyeron que lo que estaba pasando era real les fue mejor: seguro no habrán sufrido cuando Trezeguet clavó, de derecha primero y de zurda después, un doblete que dejó las cosas en empate y por poco no terminó en hazaña.
Cuando el 2-2 fue sentencia, los dos se fueron lamentando por lo mismo, aunque vivan en mundos diferentes.