El ítalo-suizo Gianni Infantino saltó de los sorteos de las competencias UEFA al sillón de la FIFA. El nuevo presidente, que odia Maradona.
Hugo Asch
—Ustedes no han comprendido todavía –observó Rambert alzando los brazos.
—¿Qué?
—La peste.
—¡Ah! –dijo Roux.
—No, ustedes no han comprendido que su mecanismo es recomenzar. Albert Camus (1913-1960); de su novela “La peste” (1947).
Sonrisa amplia para lucir aquella remera celeste hecha para la ocasión que le conocimos hace semanas. Maradona disfrutó posar con ella. Two thieves (dos ladrones), decía en mayúsculas, sin anestesia, sobre un original collage que mezclaba los rostros del ex presidente de FIFA Joseph Blatter y Michael Platini, que como mandamás de UEFA repitió su historia como futbolista. Crack, deslumbrante en su juego, llegó a México 86 para pelear el número 1 del mundo y, ¡oh no!; allí se encontró con un Maradona imparable de 26 años que lo dejó sin la cima, con 31 ya cumplidos y una última temporada para desandar. Un Sísifo francés.
Con los años, su rostro y su cintura perdieron toda frescura. Crecieron papada y barriga, y los escritorios de Zurich hicieron lo demás. Hubo cierto trabajito de asesoría que Platini hizo para Blatter desde 1999 hasta 2002, unos dos millones de francos suizos que se perdieron en la sombra y que por esas cosas de la vida recién fueron detectados después del escándalo, lo que produjo la indignada reacción del Comité de Etica de FIFA. ¿Qué?
¿Existe un Comité de Etica? Sí. Parece chiste pero hay uno, y hasta actúa.
El día de las elecciones, Maradona recordó a sus cacos favoritos y, menos infalible que con la pelota en los pies, profetizó: “El príncipe Alí y el jeque Salman tienen grandes posibilidades de ganar. Lo digo y lo reafirmo. Infantino es un traidor. Tenía a su jefe Blatter entre las cuerdas, por no decir entre las rejas, y siguió trabajando como si nada. Y pasó de revolver las pelotitas en los sorteos a candidato. Está todo mal”.
Por cierto, el traidor Gianni Infantino ganó la elección por un campo: 115 contra 88 del jeque Salman bin Ibrahim al-Khalif. Por fin les salió una a los todavía despistados dirigentes de la Conmebol, que al final y no sin suspenso apoyaron al calvo abogado suizo de 45 años apadrinado por Platini, ex secretario de UEFA y casi vecino de Blatter –viven a nueve cuadras–, la gran esperanza europea para retener el poder tras el derrumbe del inhabilitado Michel y la intensa metralla de chequeras árabes.
“¡Vamo’ Uruguay, carajo!”, gritaba eufórica junto al emocionado Gianni la delegación oriental, en pleno Hallenstadion. “Su victoria nos alivia, es una inmensa alegría”, se sinceró Alejandro Balbi, secretario general de la AUF, que a principio de año había apoyado a Jerome Champagne, cuarto cómodo. Brasil amagó votar al parco jeque Salman pero cambió a tiempo y se sumó al batacazo.
Infantino promete aumentar el número de selecciones en los mundiales de 32 a 40, lo que, de mínima, le permitirá a la Conmebol cubrir 5 plazas en lugar de las cuatro actuales y el repechaje. ¿Qué más? Transparencia en la elección de candidaturas para los mundiales, en la licitación de los contratos y en los ingresos de los directivos de FIFA, entre otras cosas. Todo muy políticamente correcto. ¿Si le creo? Bueno, eso ya es otro temita.
Aterrorizada con perder influencia y poder frente a Asia y Africa, la banda de la Conmebol se jugó un pleno y ganó. El suizo políglota –habla inglés, francés, alemán, portugués, italiano y español– será amigable con los intereses de la zona futbolera más rica del planeta y la más débil en términos políticos: cientos de virtuosos dando cátedra en la elite, pero apenas diez manos a la hora de votar. Nada.
Esta vez no cayó de sorpresa el FBI como el año pasado, pero hubo bastante jaleo en la entrada del edificio FIFA, nuevo refugio del insumergible Luis Segura. Los más ruidosos eran unos manifestantes liderados por Sayed Ahmed Alwadaei Bah, activista bahreiní radicado en Londres, dispuestos a hacerle el día difícil al jeque.
“¡Salman dictador!”, cantaban, mientras exhibían imágenes de jóvenes baleados, golpeados o muertos; y relataban cómo, en 2011, más de 150 futbolistas, atletas y dirigentes fueron detenidos y torturados por asistir a una protesta contra el régimen. Alejado de los gritos, un norteamericano vestido de amarillo, gorro bermellón y guantes negros sostenía un cartel insólito: Make FIFA great again! Vote Trump! (¡Haga a la FIFA grande de nuevo! ¡Vote a Trump!). ¿Un solitario republicano fan del millonario del flequillo mostaza? ¿Qué diablos hacía allí? Nada.
“No me gusta el fútbol y mucho menos Trump. Lo mío es un hecho artístico. Una performance para celebrar los cien años del dadaísmo”, declaró el anónimo reivindicador, algo solemne. Efectivamente, en 1916, el rumano Tristán Tzara, junto al escultor francés Jean Arp y al poeta alemán Hugo Ball, reunidos en el célebre cabaret Voltaire de Zurich, crearon un movimiento cultural que buscó romper con toda regla, con todo límite. Un no-arte. Justo allí. Todo tiene que ver con todo.
Nadie entendió al loco dadaísta siglo XXI, pero mucho menos lo que tienen –o no tienen– en la cabeza algunos de los 207 dirigentes de las federaciones presentes en el congreso. Que para testear el voto electrónico debían contestar algo muy obvio, del estilo “de qué color era el caballo blanco de San Martín”. La pregunta era: ¿ganó Argentina la final del Mundial de Brasil 2014? Nueve contestaron ¡que sí! Lo que provocó algunas risitas nerviosas. La siguiente fue peor: ¿es Rusia la sede del próximo Mundial de 2018? Once dijeron: no. Glup.
Tanto lío con la repartija de sobres para que rusos y qataríes se den el gusto de organizar su propio Mundial. ¡Y los mismos que viajan a Zurich para elegir al nuevo presidente de FIFA no saben quién ganó el último, ni dónde se jugará el próximo! Ay, muchachos. Seguimos vivos de milagro.
Si la idea era homenajear a esos viejos, locos, geniales dadaístas de los años 20, no podría haberles salido mejor.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.