Aplausos. Cinco días después de la derrota más dolorosa de todas las posibles, y apenas un segundo más tarde de que el empate contra Godoy Cruz fuese una certeza, desde las cuatro tribunas del estadio surgió el sonido de la aprobación.
Sostenido, para nada de compromiso. Los hinchas de Newell’s reconocían no tanto el esfuerzo –atributo necesario de todo futbolista– sino más bien las maneras con las que su equipo buscó ayer el triunfo hasta que Delfino dijo basta. Las mismas formas que lo llevaron a ser campeón argentino, semifinalista de la Libertadores y actual puntero del torneo.
Esos dos pelotazos en el travesaño –de Tonso y Cáceres– en los últimos cinco minutos le negaron a Newell’s la victoria por la que había trabajado, como antes también Carranza se la había quitado a Trezeguet en un pie a mano. El pecado del líder, en todo caso, fue no haber tomado la diferencia que mereció en el inicio del partido; el gol de Orzán –consecuencia de once toques anteriores– fue poca cosecha para tanta siembra. En ese primer tiempo, Bernardi bastoneaba, los laterales pasaban, Maxi Rodríguez percutía y los volantes pisaban el área en continuado. Pero el gol, ese que a Muñoz no le sobra, escaseaba en general.
Godoy Cruz es un equipo respetable, que intenta construir el juego línea a línea en lugar de buscar el bochazo tentador para la corrida de Castillón o el pivoteo de Obolo. Ayer debió aguantar el aluvión de ataques y, cuando lograr hacer pie en un piso esponjoso de tanta lluvia, buscó el contraataque. Cuando encontró el empate –el rebote en Mateo tras el tiro de Fernández resultó vital– ya el partido era más equilibrado de lo que había sido en el primer tiempo. Pero la paridad, al fin de cuentas, fue un espasmo. No tardó Newell’s en retomar el control del juego, con Guzmán jugando decididamente de líbero y Casco y Cáceres, de extremos. Hasta el final, los ataques se sucedieron profundos, abiertos, suficientes para que el arquero visitante se comprara el cartelito de figura. Pero a veces, tanto juego coral no alcanza. Y hacer méritos puede terminar redundando en un empate que hace picar el cuerpo.
Pero, a contramano de la histeria dominante, ayer el público local se tomó con soda la oportunidad perdida. Respiró hondo. Y regaló aplausos.