El amor nubla la vista y enceguece la razón de algunos hinchas de Boca. Entre ellos, el amigo Caparra.
El amor nubla la vista y enceguece la razón. En casos excepcionales, incluso empuja a la conciencia a vivir percepciones idílicas y viajes por el cirroestrato, sin despegar los pies del suelo. En esas nubes imaginarias, se encuentran algunos hinchas de Boca que sublimados por el aura monárquica-divina del Virrey no mantienen fluido contacto con la realidad. Entre ellos se encuentra el amigo Caparra, “talentoso escritor, intelectual del carajo, cool hasta las bolas, excéntrico, dueño de un refinamiento europeo tirando a parisino” y genio creador de la receta mágica “El mostro Felí” para el éxito del seleccionado argentino.
Las burbujas del champagne, descorchadas tras el triunfo en el Monumental, derramaron el vaso de la razón de Caparra que ya estaba a tope por el amor platónico que le profesa a Bianchi. El amor está muy próximo del ideal que defendía Platón: comienza con la mera apreciación de la belleza física de la “sonrisa casi cachadora”, continúa en la belleza espiritual de “la jovialidad del jobardo jodón”, y alcanza su punto cúlmine en la apasionada y bella “manera de encarar el mundo del maestro Bianchi”. El punto a develarse para alcanzar el súmmum es que en el “amor platónico”, según el filósofo griego, el objeto amado debía mantenerse siempre igual a sí mismo, incorruptible con el paso del tiempo, algo “difícil de alcanzar” para un ser vivo pero no imposible para una leyenda.
Hasta el momento, no hay inconvenientes en cuanto al amor profesado pero, al fin de cuentas, es al hablar del juego cuando a la excelsa pluma de Caparra se le queman los papeles, tanto en la victoria en el Superclásico como en la comparación entre el equipo de Bianchi y el de Falcioni. A la victoria la ironizó con una táctica basada en “entregarle a River la pelota, el espacio, la iniciativa para mostrarle que no sabe cómo armar una jugada, cómo hacer un gol, cómo ganar un partido”, cuando en realidad esta táctica es común en Bianchi y que, en el Superclásico, River sí fue capaz de generar muchas opciones, aunque ciertamente no supo aprovecharlas.
En relación al juego, al Boca de Bianchi y al de Falcioni, los ubicó en esquinas opuestas y como argumentos esgrimió:
– “No se puede comparar un mediocampo formado por Ledesma, Gago, Sánchez Miño y Riquelme con el de Falcioni que amontonaba a Riverito, Somoza, Erviti y a veces, cuando el mundo lo apretaba demasiado, Román pero sin ganas”. Omitiendo mencionar que el “Riquelme de Falcioni” hasta el momento fue una mejor versión que el “Riquelme de Bianchi”, que Sánchez Miño logró notoriedad y continuidad con Falcioni de entrenador, que no contaba con Gago y que Rivero y Ledesma se disputaban el lugar.
– “Que la clave del equipo de Falcioni era que jugaba sin cinco. Tenía, es cierto, ahí un señor que metía pata –amarilla por partido– e importunaba a los que le pasaban cerca; no tenía a nadie que pidiera la pelota para sacarla jugada, igualito a Sánchez Miño y Gago”. Sin asumir que Bianchi a Fernando Gago lo desestimó para traer en su lugar al “exquisito” Ribair Rodríguez (y finalmente recién fue contratado seis meses después por insistencia de la dirigencia) y a Sánchez Miño nunca lo utilizó en esa posición (una de las pocas veces que jugó como volante central fue en su debut en Primera con Tito Pompei como DT).
– “Bianchi piensa que para ganar hay que dominar el juego, Falcioni cree que alcanza con aguantarlo. Por supuesto, se puede dominar de maneras distintas; aguantar se puede de una sola”. Obviando que esta afirmación es muy subjetiva y poco consistente, vale recordar que históricamente los equipos de Bianchi se caracterizaron por armarse de atrás hacia adelante, conformando una defensa sólida, y era frecuente escuchar que “cuando te hacía un gol era muy difícil empatarle”. ¿O usted, estimado lector, no recuerda el laureado equipo versión 2003 que habitualmente jugaba con cuatro volantes (Cagna, Battaglia, Cascini y Donnet o Villareal) y apenas dos delanteros?
El domingo, ante Rosario Central, Boca dio una muestra más de su presente Gago-dependiente, con un Riquelme que arranca bien y se va pinchando en el transcurso del partido, con los problemas defensivos de siempre, con la entrega del balón y del terreno al ponerse en ventaja para usufructuar el contragolpe, y con la decisión firme de abroquelarse en el fondo al acercarse el final del juego (el cambio de Bravo -volante defensivo- por Martínez -delantero- es una muestra de ello). Lo importante es que se alejó de la punta: empató, iba ganando, pudo aumentarlo de contra pero al final terminó penando, y mereció perderlo. Aún así, esta versión xeneize es mejor que la del semestre pasado, pero lejos está de la que imaginó la gente con la llegada de Bianchi.
Indudablemente el amor nubla la vista y enceguece la razón pero, pese al sentimiento exacerbado y a los desvaríos tácticos, continúa siendo una honra para el periodismo deportivo argentino contar con la prosa eminente de un “tipo talentoso que ve cosas que los terrenales no advertimos ni en cámara lenta pero a veces, amparados en esa capacidad, se permite aberraciones y sanatas”, un periodista capaz de etiquetar como “ínclito de refunfuño enfurruñado” a Falcioni sin abochornarse, un defensor del voto calificado en cuestiones políticas al cual si le hubieran aplicado el mismo criterio en materia futbolística no daría competencia, un prestigioso escritor que ama el fútbol llamado Martín Caparrós y al cual semanalmente disfrutamos leer.