La artista cuestiona las políticas en relación con el teatro, y afirma que en el exterior encuentra la financiación que aquí no y que no se puede elegir a dedo, como sucede.
Hace ya unos cuantos años que Lola Arias vive con un pie en su país, Argentina, y otro en Europa. Sus “proyectos” –así prefiere denominarlos– encuentran afuera mecanismos de financiación que acá parecen vedados. Pareja del escritor-actor Alan Pauls, es muy cuidadosa respecto de su vida privada. En el FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires), que concluye el próximo 20 de octubre, se reestrenó Melancolía y manifestaciones, un trabajo que esta artista, formada en el Escuela Municipal de Arte Dramático, y que estudió también con Ricardo Bartís y Pompeyo Audivert, había mostrado este año con muy buena repercusión en el Centro Cultural San Martín. Habrá nuevas funciones hoy, y hasta el 17 en la Sala Alberdi. “Me la paso viajando por necesidad –dice ella–. Hay una fantasía en torno a los artistas que viajamos: muchos creen que pertenecemos a una especie de jet set. Pero la verdad es que si yo pudiera desarrollar mis proyectos en Buenos Aires, me quedaría acá casi todo el tiempo. Cada vez que inicio un proyecto, no encuentro acá lugar ni plata para llevarlo a cabo. Los subsidios oficiales son miserables. Las políticas de Proteatro y el Instituto Nacional del Teatro deben ser reformuladas, repensadas completamente. La plata que dan no le sirve a nadie. Hay que pasar por una burocracia asesina para que te den cinco mil pesos para una obra con veinte artistas. Las condiciones en las que trabajan los artistas en Argentina son inhumanas”, asegura.
—Aun así, Buenos Aires es una de las ciudades que más teatro producen en el mundo.
—Sí, pero tenés que vivir de otra cosa y hacer tus proyectos con dos mangos, sin pagarle a nadie y en teatros que tienen condiciones técnicas desastrosas. O bien tener tu propio estudio, dar clases y producir tus obras ahí mismo. Es decir, privatizarte. Yo elijo dar la pelea en otro terreno. A los artistas les corresponden espacios en las instituciones públicas, por eso quiero trabajar en el Teatro San Martín. El Estado debe darnos el espacio.
—Pero justamente porque hay mucha producción teatral, no hay capacidad para absorberla por completo.
—Obviamente, debe haber una curaduría de un comité de artistas que cambie todos los años. Y que ese comité vote democráticamente qué proyectos van a las siete salas oficiales. No tiene sentido que haya alguien eligiendo a dedo, como se hace hoy. Hay que blanquear cómo se gasta el dinero del Estado. El Teatro San Martín tiene una planta de 900 empleados y no tiene dinero para producir obras, es un despropósito. Yo iba a estrenar Melancolía y manifestaciones ahí, estaba todo arreglado, había plata de coproductores extranjeros, un elenco consolidado, y unos días antes me dijeron que no podíamos estrenar por falta de presupuesto. No es serio… Y la solución que encontraron es que productores privados pongan dinero para montar obras en el San Martín y hagan negocios con eso. Es una debacle total. Si yo trabajara todo el tiempo acá, no me podría pagar las cuentas. No es que no me podría pagar una casa con pileta, simplemente no podría vivir dignamente de lo que hago.
—En “Melancolía y manifestaciones” está involucrada tu madre. ¿Fue difícil llevarlo adelante?
—Efectivamente, nació como un diario de la enfermedad de mi madre escrito desde mi punto de vista. Ese diario estaba dividido en pequeños capítulos.
Su última puesta en Alemania
Lola Arias tiene listo un proyecto, desarrollado en Bremen, inspirado en la famosa obra de Bertolt Brecht La ópera de los tres centavos y protagonizado por tres mendigos, tres músicos callejeros búlgaros, una ex prostituta y dos actores que viven en esa ciudad alemana. “Investigué cuáles son las estrategias teatrales que la gente que vive en la calle usa para obtener dinero”, cuenta Arias sobre este trabajo, estrenado en el Theater Bremen en septiembre último, The Art of Making Money. El modus operandi de esta artista argentina de 37 años es muy particular, que empezó en la trilogía integrada por El amor es un francontirador, Sueño con revolver y Striptease, estrenada en 2007. “Había un bebé en Striptease, usé un bebé en escena. Y fue una experiencia muy reveladora en términos de la verdad.” Después llegó Mi vida después, una obra sobre la dictadura militar argentina que también tiene una versión chilena dirigida por Arias y definida por ella misma como “la historia política de mi generación”.