El tecladista de la banda, que acaba de lanzar Romantisísmico, asegura que no le interesa la política partidaria y sí la contracultura que implica el rock. A sus 44 años, cree que las drogas y el alcohol son pavadas.
Si quedaban dudas sobre el poder de fuego de Babasónicos, se disiparon esta semana con las primeras cifras de venta de su nuevo álbum, Romantisísmico. En apenas siete días alcanzó la cifra necesaria para transformarse en disco de oro (veinte mil copias, según exige Capif), mientras que La lanza, el primer corte, no para de sonar en radios de todo el país. En diálogo con PERFIL, Diego Tuñón, tecladista de la banda, explica cuáles fueron las premisas sobre las cuales trabajaron en esta oportunidad: “Quisimos hacer el disco más novedoso posible –asegura–. Usamos nuestro estudio como laboratorio y laburamos casi nueve meses, lo cual rindió muchos frutos. Después de 22 años de carrera, es muy difícil no caer en lugares comunes. Pero creo que lo conseguimos. La idea era encontrar dentro del formato de canción sobre el que venimos investigando desde hace rato algo fresco, con ritmo, bailable, eliminando esos acordes pesados que usamos muchas veces. Yo generé corazones artificiales para muchas de las canciones usando viejas cajas de ritmo y muchos loops. Con Aduana de palabras, por ejemplo, teníamos una canción casi perfecta y fuimos transformándola. Grabamos la guitarra para acompañar a la voz, y ya con la voz grabada en un ritmo determinado le superpusimos otros ritmos de batería, otro swing. El disco tiene mucho de ese tipo de búsquedas”.
—Después de dos décadas, ¿a qué público le habla Babasónicos?
—Hoy más que nunca el rock es de todos. Adrián encontró un lenguaje adulto que no descarta a la juventud, que la interpela. La frase “uno de los dos tiene que hacer de ama de casa” (del tema Los burócratas del amor) no es de un niño sino de alguien que está enfrentando la vida adulta. Pero creo que las canciones de rock no tienen edad. Pensamos sobre todo en el compromiso con esa masa viva que es el rock, algo que a mí me envuelve desde que nací, me obsesiona, me vuelve loco. Y ese compromiso se traduce en intentar siempre hacer algo distinto, aun cuando sea probable que estemos fracasando. Creo que a esta altura el rock es tanto de los jóvenes como de los viejos, como lo demuestra el caso de los Rolling Stones, unas eminencias de 70 años que arriba del escenario siguen siendo increíbles. Uno no debe renegar de la edad que tiene. Yo tengo 45 años, me encanta tenerlos y siento una enorme energía dentro de mí.
—¿Cómo trabajan para conjugar ese afán por la experimentación que siempre caracterizó a la banda con las exigencias de la popularidad?
—El mundo cambió mucho desde que empezamos, y nosotros también cambiamos nuestro lugar en el mundo. Nos convertimos en una entidad más allá de las compañías, y ahora nos tratan muy bien en cada lugar donde trabajamos. Nos fuimos muy bien de Universal y estamos felices de estar de nuevo en Sony. Muchos músicos han tenido malas experiencias con las compañías discográficas, pero yo debo decir que a nosotros nunca nos obligaron a hacer nada que no quisiéramos. Tal vez porque nunca nos hayan entendido.
—Ustedes pasan mucho tiempo juntos. ¿Qué secretos tienen para conseguir una convivencia armónica?
—Somos una especie de familia, con todo lo bueno y lo malo de las familias. Para mí, es importante no perder el foco en la calidad de la música. Pero obvio que nos une una gran amistad. Mis compañeros de ruta en Babasónicos me enseñaron lo importante de la nobleza de la amistad. Pasamos muchas cosas juntos en estos 22 años. Desde subir a una prueba de sonido en Guadalajara y que empiecen los tiros por una disputa entre dos marcas de cerveza hasta tener que andar en un auto blindado en Ciudad Juárez. Vivimos muchas situaciones límite. Hablo de México porque es un lugar al que vamos bastante y que tiene ciertos niveles de violencia. Son cosas complicadas que atravesamos juntos.
—Hablabas de marcas de cerveza. El rock hoy vive de los auspicios de grandes marcas y a veces de la plata que destina el Estado para los conciertos gratuitos, que aquí en Argentina han generado más de una polémica. ¿Qué posición tienen al respecto?
—Nunca quedamos enganchados con ninguna forma de política, excepto la contracultural del rock. Y cuando tocamos auspiciados por alguna marca, hemos firmado contratos con límites muy claros. Mientras se respete lo que nosotros consideramos que es la libertad del rock, no hay problema. La gente que termina panfleteando políticamente de una forma u otra lo hace para su propia conveniencia. Ese es un mensaje que no está bueno.
—¿Decís que el rock sigue siendo contracultural?
—El rock forma parte del sistema capitalista, no hay dudas. Pero todavía puede gritar “give peace a chance”. Hay un grito primitivo que persiste, es una contracultura viviente para quien la absorba. Siempre estuvo dentro del sistema, pero generando laberintos lingüísticos y sonoros que sólo le llegan a determinada gente. El rock dice cosas que no se dicen en el trabajo, la escuela o la familia. Sigue enseñándonos que podemos hacer lo que queremos. A mí, por ejemplo, Virus me enseñó que no todo era una mierda, que había cine, libros, cosas en las que invertir el tiempo. Cuando estás en un colectivo y te querés matar, te ponés los auriculares y seguro que hay tres acordes que pueden elevar tu vida.
—Los integrantes de Babasónicos siempre hablaron de las drogas como campo de experimentación. ¿Qué papel tienen hoy en la vida de la banda?
—En este momento de mi vida prefiero ser una especie de ninja del rock. Me gusta estar enfocado, levantarme temprano y tener la cabeza bien despejada para escuchar un disco. Me parece que el rock tiene más que ver con ser un soldado contracultural que con ser un beodo idiota. La noche argentina es infinita y uno tiene deseos de experimentar, ganas de divertirse, flaquezas. Pero después de tanto tiempo en esto me di cuenta de que el único exceso importante en el rock es el de obra. Lo demás son pavadas.
—¿Cuánto tiempo de tu vida ocupa hoy Babasónicos?
—Mucho. Ahora tengo una hija, así que tengo que ocuparme de otra cosa. Si no, sería casi el ciento por ciento.