Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Hace unos meses, ocasionalmente estuve conversando con Walter, un joven de 25 años que estaba preso. No sé cómo fue derivando el diálogo, pero ante un comentario me preguntó: «¿Quién es Pinocho?». Yo me di cuenta de que para él era el apodo de un compañero con la nariz grande, pero no recordaba haber escuchado el hermoso cuento del carpintero y su muñeco. Tampoco el relato de Caperucita roja. Este amigo no terminó la escuela primaria y la está cursando ahora en la unidad penal. Con 25 años está aprendiendo a leer. Sorprendido por sus experiencias nuevas, me dice «qué lindo que te relaten un cuento, una fábula». Los únicos de los que escuchó en su vida los menciona como el «cuento del tío» o los «cuentos chinos». Desde chico conoció el abuso sexual, el hambre, el frío. ¿Vacunas?, algunas. ¿Dentista?, nunca fue. En casa recibió castigo en lugar de estimulación. La vida de algunos se parece a una historia de terror en la cual las hadas están encadenadas, la fantasía fue enviada a destierro y a los payasos les lavaron la cara. No llegaron a conocer lo que entendemos por infancia. Walter nació con todo por desarrollar, como tantos otros niños hace 25 años.
Sin embargo, en los momentos en los cuales otros brotes eran cuidadosa y tiernamente podados para favorecer su crecimiento, a él lo mutilaron. Lamentablemente lo que se logra en los primeros años en nutrición y amor, después ya no se recupera. No obstante las heridas pueden ser sanadas aunque queden cicatrices. En el trato con algunos se nota la agresión e injusticia que han padecido. Atrevámonos a preguntar ¿quién es el sujeto que maltrata? ¿Quién es el responsable de esta flagrante injusticia? Algunas veces escuché respuestas que adormecen o anestesian la razón. «La vida es injusta con ellos», o «les tocó así», como si hubiera una ruleta macabra que distribuye bienes y males. No faltan también quienes le tiran el fardo de la injusticia a Dios. Todas estas respuestas en el fondo conducen a sacarse el problema de encima y encajárselo a otros, sea Dios, el destino, el azar… y asumiendo una actitud fatalista que claudica ante cualquier intento de buscar una salida. Yo prefiero un camino más realista. Dios creó los bienes para todos y algunos acaparan de más, dejando afuera a gran parte de la humanidad. La avaricia es irracional. Ve al hermano en necesidad y le cierra el corazón. Se instala lo que Francisco llama globalización de la indiferencia. En el Catecismo de la Iglesia Católica se enseña que «la justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido». (CEC 1807)
¿Es esto lo que corresponde a cada uno? El Papa en la nueva Exhortación Apostólica «Amoris laetitia» sobre el amor en la familia se pregunta ¿dónde están los hijos? Y desarrolla la tarea educativa hermosa que se puede llevar a cabo en casa: «La familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía, aunque deba reinventar sus métodos y encontrar nuevos recursos. Necesita plantearse a qué quiere exponer a sus hijos. Para ello, no debe dejar de preguntarse quiénes se ocupan de darles diversión y entretenimiento, quiénes entran en sus habitaciones a través de las pantallas, a quiénes los entregan para que los guíen en su tiempo libre. Sólo los momentos que pasamos con ellos, hablando con sencillez y cariño de las cosas importantes, y las posibilidades sanas que creamos para que ellos ocupen su tiempo, permitirán evitar una nociva invasión. Siempre hace falta una vigilancia. El abandono nunca es sano. Los padres deben orientar y prevenir a los niños y adolescentes para que sepan enfrentar situaciones donde pueda haber riesgos, por ejemplo, de agresiones, de abuso o de drogadicción». (AL 260) Sepamos cuidar a los más vulnerables. Que ningún niño quede sin saber qué se siente cuando te leen cuentos con ternura.