Por Hugo Asch | El estilo del DT para correr a Insúa y Montenegro y el milagro que ni siquiera le sirvió para ganarse el afecto del hincha.
Hugo Asch
“Tenía, tal vez, el más insidioso y el peor de los espíritus del egoísmo, el que no solamente cree que nada se mantendrá firme en el camino de su malhumor, sino aquel que cree que nada se mantendrá firme en el camino de su amabilidad”, G.K. Chesterton (1874-1936); de su biografía de Robert Browning (1903).
En Playback, su última novela escrita en 1958, Raymond Chandler desliza uno de sus magistrales diálogos de novela negra entre la bella Betty Mayfield y Philip Marlowe.
–¿Cómo puede ser tan dulce un hombre tan duro? –preguntó, con curiosidad.
–Si no fuese duro, no estaría vivo. Y si no pudiera ser dulce, no merecería estarlo.
Marlowe era así; un detective melancólico, ácido, escéptico, romántico a su pesar, imbatible en el mano a mano con matones y mujeres hermosas. Un personaje fascinante, irresistible.
No es el caso de Jorge Almirón.
Tal vez falle por un campo y en su vida privada sea más Bogart que Woody Allen en Sueños de un seductor, pero viéndolo actuar en público, me permito dudar. Su estilo es otro: gesto pétreo, intimidante, inconmovible frente a los peores agravios. Un biotipo ideal para uno de esos papeles que Hollywood reserva solo para actores latinos, ley no escrita que enfurece a Darín, que ha rechazado más de una buena oferta para entrar a la industria: narcos, killers, asaltantes, pandilleros, contrabandistas, agresores de familias WASP, esas cosas. El lunar a la izquierda de su boca le da un toque personal: si tuviera que hacer un casting, juro que lo llamo.
Almirón llegó a Independiente con todo en contra, salvo por dos detalles. Uno menos sentimental que demagógico: “Soy hincha”, dijo con candor, buscando algo de oxígeno. El otro, un tema de logística que podía fallar, pero no falló: venía de hacer las inferiores en Defensores de Bragarnik –Godoy Cruz, Xolos de Tijuana, Defensa y Justicia, lo usual–, así que no estaría tan solo. Refuerzos de la oficina iban a llegar, seguro. Y llegaron.
Vidas paralelas con el compañero Cocca, otro estereotipo de casting para film americano pero para hacer de bueno: rubión, metrosexual, un Bradley Cooper de cabotaje, sin encanto, pero con la suerte del campeón.
Almirón venía de una campaña digna en Godoy Cruz pero, la verdad, nadie daba un centavo por él. No arrancó bien, pero por suerte llegó el célebre clásico que Cocca “eligió perder” con tal de pelear el título, y zafó. Con un plantel de modestia estremecedora sumó una cantidad de puntos insólita, un milagro que –cosa rara– ni siquiera le sirvió para ganarse el afecto del hincha, siempre tan exitista.
Criticaban sin piedad su estilo lavolpiano –Ricardo La Volpe fue su técnico y maestro en México–, que aquí nunca funcionó. Ni en Boca –en 2006 perdió un título casi ganado con Estudiantes–, ni en Vélez, ni en un último y fugaz paso por Banfield. Línea de tres defensores que en realidad son cinco, salida por abajo, centrales que se abren para dejar al 5 de líbero, verticalidad, planteos a todo o nada que muchos calificaron de suicidas, sobre todo después de algunas goleadas en contra.
Puertas adentro, las cosas tampoco eran idílicas y pronto salieron a la luz ciertos problemas en el manejo del plantel. En especial con sus dos enganches: Insúa y Montenegro, ambos en la etapa otoñal de sus carreras, pero históricos y muy queridos por la gente.
Insúa jugaba poco y ganaba mucho, pese a un recorte salarial que ya había aceptado. Lo separaron del plantel en octubre pasado y, contó, le avisaron “por teléfono”. Una deuda, un cheque depositado antes de tiempo fue la chispa que detonó la bomba. Almirón se limitó a decir que había sido “una decisión de los dirigentes”. Insúa, dolido, fue más locuaz: “Almirón ni me enfrentó, ni me habló, ni explicó nada. Es un tema de respeto, humano y profesional. Ese muchacho se manejó muy mal”.
Con Montenegro, habitual titular pero de tensa relación con el técnico, la historia fue un déjà vu. Terminó entrenando solo, mientras sus compañeros hacían la pretemporada. Esta vez Almirón ensayó una autocrítica algo indulgente: “No es de hombre no hablar antes. Quedé expuesto en no dar la cara y eso no es sano, pero así se dieron las cosas. Me pongo en su lugar y, claro, no es agradable enterarse de esta manera”.
Montenegro supo, por los medios y dos días antes de fin de año, que ya no estaba en los planes del entrenador. Una vez puede pasar; dos veces, ya es un estilo.
Esta semana, nuestro héroe otra vez hizo gala de su cintura política de yeso; su curiosa infalibilidad a la hora de callar lo que debería decir, y decir lo que debería callar.
Con la sutileza de un rinoceronte en una cristalería, antes del partido de ayer contra Belgrano, habló de dos buenos jugadores cordobeses que él había pedido y el club no pudo contratar: Zelarrayán y Rigoni. Y lo hizo, oh no, frente a las cámaras. “Para ellos no será fácil jugar el partido, y tampoco para su técnico. Todos saben que yo los pedí, que los dos querían venir y que en junio, si sigo acá, los volveré a pedir”, dijo, sin filtros ni falsos pudores. El abrazo del oso.
Si algo hay que reconocerle a Almirón es su constancia, su tenacidad, su profunda convicción. Ha tolerado cataratas de insultos, gane, pierda o empate, sin que se le mueva un músculo. Sigue con su idea y, dadas las circunstancias, tan mal no le ha ido. Tiene su mérito.
Pero no hay caso: la gente lo culpa de todos los males, y lo ignora si las cosas salen bien. Luego de presentar nuevas obras en el estadio, y antes del partido, el presidente del club juzgó conveniente ratificarle la confianza: “Este es un equipo en formación y siempre hay impacientes; pero nosotros y la mayoría de los hinchas estamos contentos con Almirón, un muchacho serio, trabajador, humilde y firme en sus ideas”. Lo dijo Hugo Moyano, con la particular elocuencia de los que viven acostumbrados a mandar.
Ah, pero qué alivio. Ahora sí nos quedamos todos tranquilos.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil