Es ayudante de Simeone en el Atlético de Madrid, el equipo sensación de Europa. Obsesivo, dice que con su jefe habla de fútbol hasta en la comida.
“¿El Mono Burgos? ¿Quién es ese?”. José Mourinho lo preguntó con ironía en conferencia de prensa, luego de un cruce de palabras con el ayudante de Diego Simeone durante un clásico madrileño del año pasado. Mono Burgos es GARB, igual que el nombre de su banda. Así le dicen algunos al hombre que se tatuó sus iniciales en los dedos de su mano derecha: Germán Adrián Ramón Burgos. ¿Quién es Mono Burgos? Un ex arquero profesional y defensor central amateur, y rocker del under, y el tipo “más jodón” –se define– de los planteles que integró y el que nunca tuvo miedo y el que jugó dos Mundiales (Francia 98 y Japón-Corea 2002) y el que superó un cáncer de riñón y el que dirigió a Carabanchel, un equipo español que jugaba a cancha vacía y terrenos pelados. Todo eso es Burgos, pero nada de eso explicaría su personalidad si no se hablara de un obsesivo que cultiva el purismo de Simeone. Acercado por DirecTV, charló mano a mano con PERFIL.
El ayudante del entrenador de moda vive en Madrid pero nunca se aleja del fútbol argentino: “Ahora en el teléfono recibís el aviso del gol y ves la imagen. Estás muy conectado. Nosotros en Atlético tenemos un programa que pasa el fútbol del mundo y sigue a jugadores. Yo me fijo todo”.
—¿Qué te fijás del torneo argentino?
—Veo los jugadores que pueden servir para el futuro. Hay chicos que debutan y se la bancan. Esa es la gran diferencia entre el fútbol argentino y el español. En Argentina hay muchos debutantes y muchos que se están por retirar; falta la generación del medio.
—¿Qué otra cosa mirás?
—Acaparo sobre todo varios equipos que están muy bien. A Bayer Munich lo tenés que seguir, también al Mónaco, Paris Saint Germain, Juventus, Roma, Napoli. Aprendés cosas, los sistemas de juego…
—¿Cuál es el plus de los entrenadores argentinos?
—Nuestra historia. Los técnicos argentinos queremos ganar hasta los partidos de cartas. Somos competitivos. Los dirigentes europeos confían en ese estilo.
—¿Cómo les inculcan competitividad a los futbolistas?
—Les planteamos desde que empieza la práctica que acá te podés morir. Y lo tenés que aceptar. Para nosotros los entrenamientos son partidos, deben tener la misma intensidad. Para quedarnos contentos, ellos tienen que dar el 200%.
Burgos tiene dos relojes. En uno calcula la hora, mide los tiempos. El otro es la carcasa de un GPS. El tipo de los detalles lleva en su muñeca derecha las marcas de los jugadores, cuántos kilómetros recorren. Con Cholo –dice– se junta a hablar de fútbol hasta cuando comen en un restaurante. En esos momentos, la comida no importa tanto como que haya de fondo un televisor prendido. El partido puede ser cualquiera.
Sello nacional. El jugador argentino es ese ser adaptable que “rápidamente absorbe la presión”, sentencia Burgos. Y al más alto nivel, se permite trazar paralelos a partir de las selecciones. “Argentina está a la altura de España y Alemania”, compara.
—¿El arco está bien cubierto?
—Se le podría dar una oportunidad a (Wilfredo) Caballero, el arquero del Málaga. Ha demostrado que puede estar en la Selección. Después, nada más. Están bien compensados todos los puestos.
—¿Sergio Romero se destaca del resto o el nivel es parejo?
—El que pone de titular el entrenador es el que más ventaja tiene.
—¿Está bien elegido?
—Sí.
—A Messi lo tuviste de rival. ¿Cómo se lo marca?
—Tenés que rodearlo y llevarlo hacia un sector para que otro le quite la pelota. El primero que va no quita, va al sacrificio; tienen que quitar los otros. La idea es sacarle margen para enfrentar la marca escalonada. El problema es que lo anulás, pero Messi tiene diez compañeros.
Burgos se toma un respiro antes de contestar cada pregunta. Un segundo que le permite masticar la respuesta. En definitiva, sobreviven en él los vicios de arquero, la profesión con tiempo para pensar: “Cuando atajaba, pensaba durante los partidos. Es el puesto en el que tenés menos contacto con la pelota. Entonces todo el tiempo estás pensando quién te puede hacer daño. Y cuando tenés la pelota, cómo iniciar la posibilidad de hacer daño. La transición defensa-ataque depende del arquero”.
—Ya fuiste cabeza de un cuerpo técnico. ¿No te incomoda ahora ser el asistente?
—No, estoy cómodo. Eso depende de la prisa que tengas. Y yo no estoy apurado. Estoy en una fase de aprendizaje.
Burgos se ríe. Como si fuera una obsesión, siempre se ríe.
El ex defensor
A Burgos le gusta decir que era arquero-jugador. Hasta los 15 años era el dueño del arco en una liga marplatense y central en otra. La elección acerca de su futuro la determinó un penal. El defensor aguerrido pateó uno y lo erró. Fue suficiente. A partir de entonces, no quiso jugar más.
En la época del Ferro de Griguol, se mezclaba en los picados. Eso –repasa– le daba ductilidad con los pies para después aplicar un recurso más a su puesto de arquero.
“Naturalicé cómo recibir una pelota, cómo jugarla rápido. No es casualidad que jugara bien con los pies. Estuve bien enseñado”, señala. Burgos apuesta a achicar los márgenes del azar y planifica. Quiere transmitirle ese rigor a los futbolistas.