Polémico, talentoso, carismático: el delantero suma condiciones para ser ídolo en Boca. Retrato de un rebelde con causa.
Primero fue por Whatsapp: un día, dos. Al tercero le pidió hablar por teléfono. Al décimo día de relación virtual no aguantó más. Entonces le pidió a su representante que le inventara un problema judicial en la Argentina. Daniel Osvaldo, que jugaba en la Roma, quería ver a Jimena Barón, la chica que lo había enamorado vía celular y por fotos.
El nuevo nueve de Boca no pisó Tribunales. Pero igual dejó a su equipo un fin de semana de 2012 para besar por primera vez a su actual pareja.
Daniel Osvaldo no habla del trabajo, del esfuerzo y de la unión de todos; este Daniel Osvaldo no es políticamente correcto. Más bien, todo lo contrario: es un futbolista con estilo de estrella de rock, capaz de cautivar a una hinchada que aún no lo había visto debutar en la Bombonera.
El jugador-hincha de Boca es la última pieza de un equipo que necesitaba lo intangible: un ídolo. Ya sin los referentes de la generación dorada, Boca tomó un atajo: trajo a préstamo por un semestre (si es que el equipo llega a las semifinales de la Copa Libertadores) al tipo fachero, marketinero, goleador, tribunero, talentoso. Al hombre que amaba a Riquelme.
Distinto. Daniel Angelici quería un Boca aséptico, sin un vestuario ingobernable. Después de bajar las banderas y los peso pesados, parecía la etapa de la pacificación; de buenos jugadores, pero dóciles.
Es un futbolista con estilo de estrella de rock, capaz de cautivar a una hinchada que aún no lo había visto debutar en la Bombonera.
La llegada de Osvaldo rompió el esquema. Con un contrato “casi equiparable al que se le había ofrecido a Román en su momento”, según señaló Oscar Moscariello, el delantero aterrizó su bagaje sui géneris. Nunca inadvertido, aún no había jugado un minuto en Boca y ya era noticia por los rumores que lo sindicaban como uno de los participantes de una fiesta en la concentración del hotel, tras el triunfo ante Temperley. Jimena Barón, la chica de los tuits, lo defendió en la previa del partido contra Wanderers: “Que nada ni nadie opaque tu día. Concentrate y rompela. Vamos a estar todos ahí, toda la familia. Te amo!”. Osvaldo debutó con un gol, simuló ametrallar a la gente en el festejo y se fue ovacionado. Puro rock and roll.
Daniel, el terrible. Su look bien podría ser el de algún miembro de tribu urbana. Sin embargo, su aspecto nada dice tanto de él como los episodios que lo etiquetan como uno de los chicos malos del fútbol. Su currículum también evidencia cortocircuitos vinculados con su personalidad: en diez años de carrera jugó en once equipos. Un promedio que lo destierra de la rutina. Desde su debut en la B Nacional con Huracán hasta hoy, jugó en las ligas de Italia, España e Inglaterra. Nunca pudo gambetear las polémicas.
En la Roma dicutió con Erik Lamela. El exvolante de River había cometido el pecado de no pasarle la pelota en una jugada. Lo encaró en el vestuario: “Soy mejor que vos; acá no estamos en River y cuando te hablo me respondés”. Lamela le contestó: “Callate la boca, vos no sos Maradona”. Después de las trompadas, Osvaldo fue multado por la Roma y Luis Enrique lo dejó fuera del partido siguiente. Los que le condonaron la sanción fueron los hinchas.
Los amores de tribuna a veces son efímeros. En ese club italiano se peleó con el entrenador Aurelio Andreazzoli por no incluirlo en la nómina de los que jugarían la final de la Copa Italia contra Lazio. También por mal comportamiento lo marginaron de la convocatoria para la jugar la Copa Confederaciones con la Selección italiana. Cuando volvió a la Roma, los hinchas lo repudiaron con banderas e insultos. Osvaldo no es un jugador sumiso: “Los atiendo de a uno”.
El Southampton inglés le miró más la chapa de goleador que sus actitudes. Se sabía que no era un futbolista RR.PP, pero los dirigentes confiaron en su talento y pagaron el fichaje más caro de la historia del club: 18 millones de euros. En doce partidos Osvaldo marcó tres goles, pero su marca indeleble fue otra: “Su conducta no condice con lo esperado de los jugadores”, explicó el club en su sitio web. La Asociación de fútbol inglesa lo había acusado de “conducta violenta” por una pelea con futbolistas del Newcastle.
Su affaire más reciente fue con Mauro Icardi, otro argentino. El delantero del Inter había cometido el mismo error que Lamela: no pasarle la pelota. Esta vez, Osvaldo no esperó que terminara el partido: “La concha de tu madre”, lo increpó con gestos ampulosos. El incidente precipitó su salida del Inter.
La sensación del fútbl argentino es también aquel hombre que en julio de 2011 se dio el gusto de abrazar a Riquelme, luego de convertirle dos goles a Boca en un amistoso. Jugaba en el Espanyol y no quiso gritarlos. Por hincha. Y por rebelde.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.