El boom de Cincuenta sombras de Grey invita a revisar clásicos del cine erótico y sadomasoquista. Amor y perversiones. La historia real de Edouard Stern y Cécile Brossard, que terminó en un asesinato sexual que sacudió a toda Francia en 2005.
Cincuenta sobras de Grey se ha vuelto famosa, primero como la novela que la inglesa E.L. James (seudónimo de Erika Mitchell) lanzó en 2011, y ahora como la película estadounidense que la directora Sam Taylor-Wood estrenó mundialmente hace pocas semanas, con Dakota Johnson y Jamie Dornan en los papeles de Anastasia y Christian Grey. En la Argentina vendió hasta ahora casi un millón de entradas y sigue primera en recaudaciones.
Todas estas personas estaban ansiosas por ver la historia romántica entre un rico empresario que dice, en la traducción al español, “yo no hago el amor; yo cojo… duro”, y una joven universitaria que es seducida y puesta a prueba por él para ingresar en prácticas sadomasoquistas, al tiempo que el millonario ve derrumbarse sus barreras ante el amor. Se ven unas nalgadas, algunas sogas y esposas. Ya frente al efecto del látigo sobre la piel, Anastasia desiste de convertirse en esclava de su amo.
Pero para indagar en los misterios de la sexualidad y el erotismo, y en los límites a los que puede llegar el ser humano buscando satisfacer su deseo, incluyendo el dolor y hasta la muerte, el cine tiene mucho más para aportar. No obstante, en ésta como en otras temáticas conviene saber que la realidad suele superar a la ficción. En 2005, el millonario banquero francés Edouard Stern –cuya riqueza había sido ubicada en el puesto número 38 de los hombres más ricos de Francia– fue encontrado en su casa de Ginebra, Suiza, muerto por heridas de bala, con su cuerpo desnudo, excepto por un ajustado traje de látex.
El crimen se descubrió pronto: la autora había sido su amante Cécile Brossard, una joven actriz. Ambos se habían conocido casualmente y pronto habían iniciado una relación sadomasoquista en la que ella era el ama. Duró cuatro años, hasta que ella, como parte de sus exigencias, le pidió a él un millón de dólares. El se lo dio; ella desapareció; él se lo reprochó acusándola de ladrona; ella lo rechazó y se fue; él le inmovilizó la suma antes transferida y le envió un boleto de avión para que se volvieran a ver, pues no soportaba su ausencia; ella reapareció. En el fragor del reencuentro, él le espetó: “Un millón de dólares es muy caro para una puta”; ella buscó un revólver y le descargó cuatro balazos mortales. En 2009 fue condenada a ocho años de prisión, y en 2010, por diversos argumentos de sus abogados, quedó en libertad y pasó a recolectar fama. Sobre el caso ya hay dos biografías, cuatro novelas y un cortometraje titulado Una historia de amor, de Hélène Fillières.
También basada en una historia real –reconstruida luego de encontrar en 1936 a una mujer que vagaba por las calles de Tokio sosteniendo en su mano un pene y testículos envueltos en papel de diario– es la japonesa El imperio de los sentidos. Tiene una contundencia tal que hasta hoy en Japón sólo se ve en versiones censuradas –sobre todo por la felación de una mujer a un niño pequeño–. La historia de los encuentros sexuales entre Abe, una ex prostituta, e Ichi, el dueño de un hotel, puede ser una de las mejores metáforas extendidas del orgasmo como “pequeña muerte” (como se lo nombra en francés, petite mort). La vinculación placer-muerte toma diversas formas en esta película: la obsesión por el sexo cancela el comer y el beber; durante el coito, hay juegos con la posible asfixia por estrangulamiento y con un cuchillo; esto finalmente sucede, siempre en un contexto de mutuo amor; entonces ella le corta los genitales y hace un ritual con la sangre derramada. Sí. Así.
La década del 70 fue prolífica en filmes centrados en diversas formas del erotismo. Algunos de ellos han dejado escenas emblemáticas en la historia del cine, como aquélla con sodomía que el personaje de Marlon Brando le practica a la jovencísima María Schneider, de 19 años, usando manteca como lubricante, y que ella, años después, declaró que estaba fuera de guión y la traumó de por vida. De esta misma década, Francia dejó clásicos del género como Emmanuelle, con varias secuelas, casi siempre con la actriz Sylvia Kristel. En la de 1975, dirigida por Francis Giacobetti, hay, por ejemplo, primeros planos de masturbación femenina y la erotización de un hombre que mira a una mujer atravesada por agujas de acupuntura colocadas en sus pezones, quien a su vez entra en éxtasis alucinatorio.
Pero si de sadomasoquismo se trata, entonces hay que dirigirse a Historia de O, basada en la novela de Pauline Réage, donde la protagonista ingresa en una mansión de estilo gótico dedicada a satisfacer los gustos de sus habitantes por el sexo y la violencia, lo que incluye un séquito de mujeres de largos vestidos que dejan al descubierto sus pechos y genitales. Allí, la protagonista duerme atada, desayuna latigazos y almuerza, disfrutándolo, siendo penetrada por dos hombres simultáneamente… todo esto ligeramente estetizado, sin llegar a tocar el registro del cine pornográfico.
Frente a esto, lo demás parece juego de niños. Incluso escenas de alto voltaje como las de Nueve semanas y media: striptease, revoleo de medias de red, con cortinitas y voz aguardentosa de Joe Cocker en la era del CD; comida en la boca y un pedazo de hielo rodando por la panza. En cambio, derivado del pensamiento pesimista de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser exhibe abiertamente la sexualidad como un subterfugio para la insatisfacción existencial.
Otro insatisfecho, pese a su irrefrenable ciclo de masturbaciones y contratación de prostitutas, es el adicto sexual protagonista de Shame. Y también de compleja y torturada personalidad es la música que encarna Isabelle Huppert; en La pianista, lo sufrido como hija parece repercutir en su disposición a sufrir en el sexo. En dominación también deriva la relación entre un jefe y su mecanógrafa en La secretaria, aunque los bizarros pedidos del amo –obligarla a permanecer un tiempo indefinido sin mover las manos apoyadas sobre un escritorio– lindan casi con el humor.