Por Hugo Asch| Un certamen de 30 equipos que ya arrancó y la Copa que se viene. En medio, la gente que no sabe lo que quiere, pero lo quiere ya.
Hugo Asch
“Es como un huevo de serpiente. A través de las delgadas membranas ya se puede divisar con claridad el pequeño reptil.”
De “El huevo de la serpiente” (1977), de Ingmar Bergman (1918-2007).
El siniestro Hans Vergerus (Heinz Bennett) habla con Abel Rosemberg (Keith Carradine) sobre la Alemania de los años 20.
La Argentina es un país paradojal que no da descanso. Agota. Este fin de semana, por fin, comenzó el torneo más extenso y con mayor participación de la historia, justo en el momento en que la sociedad se ha propuesto cerrarse en sí misma y engullir el tiempo a mordiscones, excitada por un esquema binario, simple como guión de Rambo, con malos muy malos y buenos muy buenos. Este campeonato empieza en un país y vaya a saber en qué otro se consagra su campeón. Un año, en Argentina, es una eternidad.
La sociedad, furiosa, exige respuestas inmediatas, soluciones mágicas, castigos ejemplares. Una Justicia que confirme sólo la noticia deseada. La verdad, si es posible hallarla, será funcional al deseo. Diga lo que diga un tribunal, nadie le creerá nada. Se impondrá, una vez más, nuestra visión conspirativa de la vida. El gran deporte nacional.
Construimos, con un entusiasmo digno de mejores causas, un escenario donde sólo hay lugar para las dos caras de una misma moneda. Un mundo partido en dos, maniqueo, donde de un lado están los demócratas, los decentes, los que combaten la corrupción y defienden los sagrados valores de la libertad, y del otro el Mal en estado puro. Los argumentos son casi idénticos de un lado y del otro. Nosotros o ellos, y ya: a ganar, como sea. Y ese “como sea” incluye, como tantas otras veces en nuestra historia, la muerte.
El caso Nisman fue el disparador de un juego muy complejo donde muchos ven blanco o negro, frente a una infinita gama de grises; un rizoma inextricable donde todo tiene que ver con todo, y todo está fatalmente contaminado. Dejemos que actúe la Justicia, dicen. Suena como un dogma de fe en un país de agnósticos.
Al país barrabrava que somos no le preocupan los fallos justos. Lo que exige es que el juez cobre a favor de su equipo. Después, se verá. Pasa en la cancha, pasa en los tribunales. Pasa.
El país barrabrava puede verse, sin pudor alguno, en las redes sociales, hoy convertidas en un campo de batalla donde los combatientes tiran a matar desde la seguridad o el anonimato de sus laptops. Facebook. Es notable el placer con que cada uno bloquea, elimina, expulsa, desaparece –es una palabra fuerte, lo sé, pero esta vez la voy a usar– al otro, al distinto. El debate, si lo hay, dura un suspiro. Lo que sigue es una metralla de insultos obvios –la originalidad no abunda– sin la menor argumentación, sin ideas enriquecedoras. Nada de nada. “Hoy voy a limpiar a algunas lacras malnacidas”, advierte un contacto, y la cofradía de su muro celebra. Uno menos, dos menos, diez menos. ¡Viva la Patria!
En este contexto, ya resulta lógica la resignación popular frente a la norma que prohíbe que el público visitante asista a los estadios. Es imposible, explican. Dos barras enfrentadas resultan inmanejables. Se matarían. Como en Facebook, pero de verdad. Así, el mayor encanto del rito futbolero, el duelo entre hinchadas, los cantitos, eso que de verdad nos hacía diferentes, fue eliminado sin pena ni gloria y reemplazado por la aburrida unanimidad del local. Pero mientras suena la adormecedora melodía en continuado de las banditas de bronces, la guerra entre barras continúa en “modalidad interna”, para quedarse con la parte del león. El negocio. En eso están todos. Los del paravalanchas, y los de traje y auto importado.
Por alguna razón –que nadie explicó con claridad–, en el verano sí se jugó con público de ambos equipos. Algunos creen que es porque a nadie le importan esos partidos. Puede ser. Pero este año, la verdad fue otra. Barrabravas SA acordó una tregua con quienes simulan combatirlos pero en realidad son sus socios. Un verano tranquilo para hacer campaña y negociar las tarifas para el año electoral: aprietes, pintadas, ventas de especias, servicios varios para punteros y polis, abogados, fierros, cambios en su cúpula gerencial, nuevos trapos, transporte. Logística empresarial.
La cosa fue perfecta hasta la muerte del fiscal, que paró todo. Minga de campaña, por ahora. Habrá que ver con qué humor vuelven. A fines de enero, la AFA y Scioli acordaron un (1) partido con visitantes por fecha en Provincia. Aleluya. Ojalá el experimento funcione y no nos cueste demasiado caro, en un sentido o en el otro. Algo es algo.
OK: volvió el fútbol. ¿Qué creo? Que Boca es el candidato natural, por exceso: tiene plantel para dos equipos, pero deberá armar al menos uno, y bueno. No será tan fácil. River, más allá de la minicrisis del 0-5, sigue sólido, brillante, pero con poco recambio: es el otro candidato. Los demás, esa multitud, corren de atrás. Independiente trajo jugadores interesantes, pero tendrá que convivir con un técnico que sólo se hará querer si gana todo y un presidente incómodo para muchos. San Lorenzo, después de tanto milagro, parece dormido, como dispuesto a un año sabático. ¿Racing? Arrancó como en el torneo pasado: errático, inofensivo, predecible, como si el rush final que lo llevó a ser el justo campeón hubiera sido producto de una pócima mágica difícil de sostener en el tiempo. La gran sorpresa fue el 10 de Central, Cervi, un enanito que pinta para crack. Veremos qué van mostrando los demás. Algún tapado aparecerá, por cierto.
Nos espera una semana rara. Días de Carnaval, una marcha de silencio entre tanto grito destemplado, alguna previsible contramarcha oficial y varios partidos por la Copa Libertadores.
De todo un poco, como para repartir tanto amor y tanto odio; pasiones, furia, huidas hacia delante, ciegos o locos; maldito sea, qué karma, qué pena, que país éste, el nuestro, el que supimos conseguir.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.