Elisa Forti tiene 80 años y completó los cien kilómetros de la carrera que une Argentina con Chile. Fue la más mimada de la competencia.
Claudio Gómez
Hace seis horas que el brasileño Ernani Souza cruzó el arco inflable del triunfo. Lo recibieron con aplausos, medalla y fotos, muchas fotos, como se recibe a un ganador. El Cruce de Columbia, esa aventura por los Andes patagónicos que une la Argentina con Chile, lo ganó Brasil. Souza, por supuesto, es un corredor “de èlite”. En este microclima de running que se armó en Bariloche, a los profesionales los llaman así. Corrió cien kilómetros por laderas de montañas, bosques y lagos. Fueron tres etapas, entre el 5 y el 7 de febrero, que cumplió en 9 horas y media. Todo muy serio, todo muy de èlite. Pero ya pasaron seis horas de esa llegada victoriosa. El ganador tal vez ya esté en su hotel, bañado e hidratado, tratando de aflojar los músculos. Ahora, este rincón de Puerto Blest, a metros del Nahuel Huapi, es pura emoción. Llegó Elisa. Terminó Elisa. Lo logró Elisa.
Elisa Forti tiene 80 años y es la tercera vez que se anima a esta carrera por los Andes. Pero esta vez le agregó otro componente emotivo: corrió junto con su nieto Lihuel, de 19. Cuando asoman a unos cien metros de la rampa de llegada, empiezan los primeros aplausos. Son muchos los que se quedaron para esperarla. Elisa camina, mira y sonríe. Tiene el pelo revuelto y la cara embarrada. Está feliz. Los aplausos crecen. Cruza la llegada y se abraza con Lihuel. Ahí está la postal más tierna de la carrera. Elisa, la abuela de piel quebradiza y ojos del color del Nahuel Huapi, lo hizo de nuevo.
“Fue una linda locura”, dice Elisa. Tiene la medalla colgada del cuello y no para de recibir besos y pedidos para sacarse fotos. “Pensé que no llegaba –se sincera–. Haber terminado es un orgullo enorme.” Y agrega: “Ahora quiero descansar para recargar energías porque me gustaría seguir corriendo. Tal vez el año que viene lo intente de nuevo”. Elisa acaba de cerrar una carrera de 100 kilómetros, dividida en tres etapas, con dos campamentos donde pasaron las noches en carpas. Subió hasta la cima del cerro Catedral, a dos mil metros, y bajó por una ladera empinada que complicó hasta a los corredores profesionales. Anduvo por caminos de piedra, por bosques y recorrió tramos con el agua hasta las rodillas. Cruzó la frontera con Chile y volvió. Terminó todo eso hace minutos, feliz y agotada. Y ya piensa en el Cruce de 2016.
Elisa vive en Vicente López, corre hace ocho años y se entrena una hora por día. Sabe, y lo dice, que cada carrera es una competencia con ella misma. Las 26 horas que tardó en recorrer los 100 kilómetros fueron su verdadero desafío. El Cruce de Columbia es una aventura a través de los más bellos paisajes patagónicos. Una experiencia. Y ella, a los 80, quiso degustar de ese plato.
Cuando Elisa llegó al final, uno de los corredores que había terminado la carrera hacía un par de horas, todavía elongaba los músculos. Apoyado en el puesto de uno de los sponsors, la miró pasar y comentó, a nadie y a todos: “¡Y nosotros nos quejamos por los dolores! No tenemos vergüenza”.
(*) desde Bariloche
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil