Por Gonzalo Bonadeo | Al tenis argentino le hace falta la presencia del tandilense. El crack debe pensar en su juego y no en los comentarios adversos.
Gonzalo Bonadeo
Los torneos de verano son una especie de estafa consentida. Desde el mismísimo momento en el que los hinchas nos convertimos en hinchas de la hinchada, aceptamos de modo tácito que nos metan los pibes de la Cuarta –o a los de la Primera en ojotas y con restos de berberechos bajo las uñas de los pies– mientras nos cobran una entrada más cara que el litro de leche. En góndola.
Es de una lógica rabiosa que nos emboquen con un bodrio carísimo. Nosotros mismos ponemos en un segundo plano la calidad de juego cuando nos vanagloriamos porque una encuesta del Daily Mirror –Alcoyana, hay prensa amarilla fuera de la Argentina– ubica al superclásico en el Top Five de los espectáculos deportivos que hay que ver antes de morir. Encima, capaz que las dos cosas pasen al mismo tiempo.
Lo curioso es que los mismos fanáticos que nos bancamos que lo de adentro sea tan malo como para que sólo sobresalga lo de afuera, no dudamos en legitimar que se lleve a nuestro club a la quiebra con tal de comprar jugadores que, dentro de un par de partidos, putearemos hasta la afonía: un mes después de abrir el paraguas anunciando un déficit descomunal –raro que dirigentes actuales que compartieron y/o financiaron parte de la gestión de Comparada se asombren–, las autoridades de Independiente salen al mercado con la billetera suelta del dueño del Manchester City. Coyunturalmente le toca al Rojo pero, con más o menos prudencia, más allá o más acá de la obscenidad, no hay camiseta que se salve en esto de gastar lo que no se tiene.
Por estos días, con el fútbol no nos va mejor afuera: gracias al escandalete Barcelona-Messi-Luis Enrique estamos descubriendo que, además de un genio del juego, Lionel puede ser un chico bravo. Como Pelé, Maradona, Platini, Cristiano, Cruyff, Román o el Beto Alonso… pero en tiempos de redes sociales. Y eso lo modifica todo.
Hace unas semanas, por casualidades de viejo archivero, di con un resumen de media hora de aquella memorable final del Abierto de Italia que Rafa Nadal le ganó a Guillermo Coria. Me cuesta encontrar en la memoria cinco mejores partidos de tenis. Sólo les recuerdo que fue 7 a 6 en el quinto set y que Coria lo tuvo ganado varias veces. El resto pueden descubrirlo, recordarlo y admirarlo ahora mismo buscándolo en YouTube. Les juro que vale la pena.
Ese partido se jugó en mayo de 2005, es decir, casi un año después de la final de Roland Garros que el Gato Gaudio le ganó a Guillermo. Un año después del que muchos consideran el punto final de la carrera de Coria, el chico de Rufino todavía jugaba maravillosamente al tenis. Sólo de ese modo podías pelear cuatro horas mano a mano en polvo de ladrillo con el mismo Nadal que, un mes más tarde, ganó su primer Roland Garros.
Sin embargo, como la presunta sabiduría popular de Twitter y los foristas está ocupando el espacio de la memoria fiel o la investigación, nos quedamos con que su carrera se terminó en el mismísimo momento que salió derrotado del Philippe Chatrier.
Además, le ponemos el sello de fracasado a un tipo que ganó nueve títulos de ATP (dos Masters 1000), llegó a 11 finales (cinco Masters 1000) y fue número tres del mundo. Es la ventaja de simplificar todo en 140 caracteres. Hay que ser contundente, anónimo y falaz. Con eso alcanza. Esta referencia viene a cuenta de la mejor noticia de estos días, que es el regreso al circuito de Juan Martín del Potro.
Independientemente de lo que suceda en Sydney (un buen cuadro para jugar si la muñeca no lo daña), sus ganas de volver son una noticia superior a la de un partido ganado. Por encima de todo, la ausencia de Juan Martín ha dejado en evidencia que, después de los años dulces de la Legión, al tenis argentino, Del Potro le hace falta mucho más allá del asunto Davis.
Sin embargo, basta con leer un par de comentarios al pie de cualquier noticia relacionada con el grandote de Tandil para recalar, nuevamente, en la lógica torpe y reduccionista del que opina porque es gratis. Suelo pensar –mucho más que lo aconsejable, admito– en si estos tipos que solucionan su día gris insultando en las redes a un tipo conocido se animarían a hacerlo en persona. En un semáforo o a la salida de la cancha. Y si así fuera, si tan poco valor le dan a su vida y a su tiempo como para ponerlo en riesgo por tan poca cosa. Porque, con las variables y los matices del caso (por ejemplo, que el agredido te ignore), si te peleás con alguien los destinos más posibles son un hospital… o la cana. No entiendo demasiado bien la propuesta.
Tampoco tengo idea cómo se siente estar en boca de todos, que es lo que le pasa, por ejemplo, a cracks como el tandilense. Supongo que parte de su formación incluye ser inmune a estos comentarios. Sin embargo, es difícil que quien se encarga minuciosamente de ver qué fotos publicar o qué mensajes mandar vía Twitter y que convirtió a su cuenta de Facebook en la vía de comunicación más fluida con la gente, no sea susceptible a los comentarios que acompañan cada publicación.
Soy un convencido de que una de las cosas que aceleró la crisis tenística de Coria fue haber jugado para demasiada gente al mismo tiempo. Lo recuerdo en el Buenos Aires poco menos que pidiendo disculpas al público ante cada doble falta. Hace unos meses, durante una hermosa charla que mantuvimos para un ciclo de entrevistas de la Untref, Guillermo admitió que, durante uno de los cambios de lado de la final de París, cuando la mano venía de paliza y llevaba a Gaudio de las pestañas, se puso a pensar en que, luego del festejo, anunciaría su retiro en conferencia de prensa. Imposible jugar a nada con semejante polución. Menos a un deporte que exige el nivel de concentración, precisión y libertad emocional del tenis de elite.
No estoy poniendo a Coria y a Del Potro en un eventual mismo plano. Pero entiendo que el desafío que acaba de encarar Juan Martín necesita, sobre todo, de esa libertad emocional. No se trata sólo de que la muñeca izquierda no haga ruido ni de pegarle bien a la pelota. Ni siquiera de estar bien físicamente. El tenis que tan bien juega Del Potro exige volver a hacerse amigo de los momentos de estrés. De elegir dónde sacar break-point abajo o de no dejarse tentar ante un segundo saque del rival estando match-point arriba.
Es, también, el desafío de jugar exclusivamente por él mismo, eso que siento no logró hacer Coria en el cierre de su magnífica carrera. Siempre habrá tiempo para abrazarse con el viejo, saludar a los seguidores o celebrar con Palermo y Ciro. Y para ver cómo se dan vuelta los panqueques de las redes. Y de los medios. Así son. Y no tienen solución. A lo sumo, ahora que Candy Crush está de capa caída, por ahí le encuentren una vuelta a su mediocridad. Y se compren una vida.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.