Por Marcelo Rodríguez | El Xeneize viene de un fracaso deportivo, echó a los idolos, la barra estalla en cualquier momento y a fin de año hay elecciones.
Alguien dice que Juan Forlín se va por problemas personales. Arantxa Escudero, su esposa, dice que no. Que Forlín se va por “una mala gestión”. Daniel Angelici se ofende: “Que aclare qué quiso decir”. El secretario de Actas, José Requejo, se queja. Es el mismo que a fines de diciembre afirmaba que el defensor se iba a quedar en Boca. Entonces, Forlín rompe los códigos maritales: desdice a su mujer y asegura que se va por cuestiones “personales”.
Que sí, que no, que quién sabe. El mundo histérico de Boca se precipita en el año más histérico de Boca en mucho tiempo.
El equipo no tiene margen de error. Ya no están los ídolos ni las joyas de inferiores ni los títulos; Boca completó dos años sin ganar nada. Nada. Encima, la sequía deportiva se impregnó de olor a plomo. La interna de la barra avisó: “Angelici, los muertos los pagás vos”.
El club que amenaza con guerras intestinas intenta recuperar identidad futbolística. Una forma de poner el pellejo a salvo de todo. Será en el año en que tanto el macrismo como el gobierno nacional se disputan ponerse la camiseta azul y oro.
Boca de urna. Los plazos son autoimpuestos. El protesorero, Marcelo London, dijo hace unos días en Radio Génesis: “Este año tenemos que ganar algo sí o sí”. Ganar es un verbo salvavidas para una conducción que había prometido vuelos, copas y kimonos. Esa estampa japonesa como iconografía de éxito internacional. “Preparen los pasaportes porque vamos a viajar de nuevo”, prometía Angelici.
Lo único que obtuvo Boca bajo su mandato fue la Copa Argentina en 2012. Hace 886 días que el club más ganador de Sudamérica en el siglo XXI no da una vuelta olímpica. Peor: hace 136 días echó al técnico más ganador de su historia. El colmo: River dejó de ser el villano malo y torpe y puso a Boca a la sombra de su éxito.
Para absorber la presión tampoco está Riquelme, el héroe que ponía los partidos bajo la suela. Ni las figuras que en algún momento blindaban el juego del diez. Ni los refuerzos. “Se nos hace difícil incorporar jugadores”, reconoció ayer Angelici. Lejos de asumir una postura autocrítica, disparó: “Del exterior se nos complica porque necesitamos autorización del Banco Central”. Palo para el gobierno nacional.
Con respecto a las caídas negociaciones de pases locales, se justificó: “A veces a algunos presidentes se les hace difícil vender jugadores a determinados clubes por temas políticos”. Se refería a Milton Casco, de Newell’s, y a Nicolás Tagliafico, de Banfield. Y al gobierno nacional, obvio.
A fin de año, las urnas de Boca otras vez estarán teñidas de partidismo, como en 2011. El que asoma como candidato cercano a la Casa Rosada es Víctor Santa María, el hombre al que parece no alcanzarle la minibío de Twitter para autodefinirse: secretario general del Suterh, director del Grupo Octubre, presidente del PJ Ciudad y presidente de Sportivo Barracas.
El asadito y un central. El jueves a la noche sucedió lo que parecía ciencia ficción: que se juntaran Rafael Di Zeo y Mauro Martín. Los enemigos íntimos quedaron exiliados de la Bombonera y el reencuentro fue donde alguna vez se hicieron amigos: el club Leopardi. Ahí, Di Zeo tenía un profesor de boxeo: Mauro Martín. Ahí Mauro Martín consiguió su pasaporte a La 12. Y ahí, hace tres días, se juntó un ejército de trescientos barras para comer carne y planear cómo derribar a los que no tienen derecho de admisión.
La barra, la otra, la que entra a la cancha, también se juntó. Dicen que había cuatrocientos hombres al mando de Fido Debaux, el jefe actual. Fue el viernes a la noche, en San Martín. “Estamos pasando un momento muy difícil con la barra”, reconoció Angelici. Y volvió a mirar hacia afuera: “Enviaremos una carta a Berni, el Estado debe tomar parte en esto”. Hablaba de las pintadas que lo involucraban en una pelea que puede estallar en cualquier momento.
Dicen que los expulsados de la tribuna no viajarían a Mar del Plata. A Di Zeo lo tienta una puesta en escena rocambolesca: recuperar la barra en la Bombonera.
Mientras, Boca quiere un central. Ya no Forlín, que se fue por la puerta de la duda. A quien quiere el DT es a Fernando Tobio, ex Vélez. O a Alexis Rolín, suplente en Catania. Curioso: el central titular de ese equipo italiano de la serie B es Gastón Sauro, que se fue de Boca en 2012 porque no tenía lugar. Un detalle. Una foto. Una más de este Boca al borde de un ataque de nervios.
En un contexto taquicárdico, deberá armar su equipo Arruabarrena, un técnico con apariencia zen que por ahora no desespera. Le toca comandar a un Boca que ni siquiera tiene garantizada su participación en la fase de grupos de la Libertadores de este año. Su año más histérico.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.