GALLARDO VUELVE A PROBAR CON EXITO UNA FORMULA QUE RIVER APLICA DESDE HACE 25 AÑOS: QUE LOS ENTRENADORES HAYAN SIDO ANTES JUGADORES CONSAGRADOS DEL CLUB.
R iver salió campeón hace menos de 72 horas de una copa que empezó a jugar hace 101 días. El título, sin embargo, se empezó a amasar hace 25 años. La piedra filosofal la colocó Alfredo Davicce, por entonces presidente de River. Otro River. En la puerta del club había ollas populares y los bolsillos de los jugadores estaban vacíos. El flamante ganador de las elecciones se jugó una carta para ganar crédito con los futbolistas; eligió a Daniel Passarella como DT y le pidió mucho más que una vuelta olímpica: que convenciera a los jugadores de que les iba a pagar.
La figura iconográfica del capitán de River domó al plantel y, además, consiguió el título de la temporada ’89/’90, luego de asumir en la segunda ronda en lugar de Merlo. “La incorporación de Passarella fue por necesidad”, le reconoce a PERFIL Davicce, que buscó legitimidad en el reemplazante del DT que se fue por lealtad a Osvaldo Di Carlo, el anterior presidente. “Fue una apuesta mutua: a mí me servía Passarella y a él lo ayudé a agilizar los trámites en AFA para que pudiera dirigir”, dice. Passarella ni siquiera tenía el título de entrenador.
El plan hijo de la urgencia fue el padre de una criatura que en River ya es tradición: en las últimas dos décadas y media, hubo nueve técnicos nacidos o criados en el club como futbolistas. Y siete de ellos fueron campeones: Reinaldo Merlo, Passarella, Tolo Gallego, Ramón Díaz, Leonardo Astrada, Matías Almeyda (en la B Nacional) y Marcelo Gallardo; los únicos que no obtuvieron títulos fueron Néstor Gorosito (2009) y Juan José López (2010/11), que además fue el piloto de la tormenta que terminó en el descenso. Más allá de los eslabones perdidos de Carlos Babington, Manuel Pellegrini, Diego Simeone y Angel Cappa, River se asume con ADN propio. Es la nueva vieja política.
Identidad. Ya no jugaba en River y todavía no era el entrenador, pero Gallardo iba todos los días a River. “Hasta la puerta”, se reía en una entrevista concedida a El Gráfico en marzo de 2014. Muñeco acompañaba a su hijo Nahuel, que va al colegio y juega en la Séptima del club. Ese sentido de pertenencia es el valor intangible que rescatan en River. Apenas terminó el partido contra Atlético Nacional de Medellín, el DT se emocionó: “Principalmente me siento orgulloso por haber venido a este club, por haberme iniciado como jugador, por haber crecido como persona”.
Según Gallardo, los jugadores interpretaron cómo había que jugar. A principios del torneo local, el equipo sorprendió por su juego y efectividad. A Beto Alonso le llamaba la atención, pero a la vez confiaba: “Gallardo conoce muy bien el club”, le dijo a este diario, cuando apenas se habían jugado cinco fechas.
Nada es casual. En la red de conexiones que se remontan al pasado, también hay relaciones que se cristalizan en los títulos de hoy. Matías Biscay y Hernán Buján son amigos del DT desde los 13 años. “Una relación casi de hermandad, que nació en River”, le dijo Gallardo a El Gráfico. Los asistentes son parte del mapa genético.
Como Germán Pezzella, el jugador que Gallardo entiende como uno de los más comprometidos. El defensor fue el “nueve” que le empató a Boca, en el 1 a 1 del campeonato. Y el que inició y cerró la Sudamericana: marcó el primer gol (ante Godoy Cruz) y el último (el segundo ante Atlético Nacional). La perla para coronar una saga que se remonta al inicio de los 90. Cuando Davicce apostó a largo plazo por un técnico de la casa.