Por Lautaro Androszczuk | Se cumplen treinta años del triunfo del Rojo ante el Liverpool. El recuerdo de los protagonistas.
Con un documento datado en Puerto Stanley (Puerto Argentino) a las 21 del lunes 14 de junio de 1982, el general Mario Benjamín Menéndez firmaba la rendición de las tropas argentinas en el enfrentamiento bélico ante Inglaterra por la soberanía de Malvinas. La derrota provocó la renuncia de Leopoldo Galtieri, el presidente de facto, y así se dio un gran paso hacia el fin de la dictadura. La tristeza y el ego argentino dañado hicieron que la negación tomara un papel preponderante. A los ex combatientes se los escondió y casi que fueron tratados como delincuentes. Hasta en el plano musical salió a flote un patriotismo fundamentalista. La Ley 22.285, que regulaba el uso del idioma en radios y televisión, fue la herramienta que utilizó el Comfer para censurar la música anglosajona. El anteriormente silenciado rock nacional tomaba lugar.
El fútbol, para muchos, tuvo revancha cuatro años más tarde de la mano (nunca mejor dicho) de Diego Maradona, pero precisamente antes de esa “mano de Dios” estuvo la del Diablo. Independiente, campeón de América, y Liverpool, campeón de Europa, debían enfrentarse en Japón por la Intercontinental. Argentinos e ingleses se veían las caras, de manera oficial, con una pelota de por medio, por primera vez después de tanto dolor.
La previa del partido que jugaron en Tokio el 9 de diciembre de 1984 fue casi una cuestión de Estado. El presidente argentino por aquellos años, e hincha de Independiente, Raúl Alfonsín, recibió al plantel antes del viaje y le pidió que no se tomara el partido como una revancha, aunque fue imposible frenar que el hincha argentino mezclara las cosas. Años más tarde, Alfonsín declaró: “Todo estaba enmarcado por numerosos eventos externos precedentes al partido. Era difícil abstraerse”.
El comentarista inglés que transmitió la final para el público del Liverpool decía al aire: “Les guste o no a los jugadores, ellos llevan una responsabilidad adicional por estar ahí, pero deben cuidarse porque una mala conducta deportiva podría interpretarse de una manera diferente”.
“El amor propio por todo lo que había pasado estaba ahí, latente. Todos los argentinos lo teníamos y lo tenemos porque lo de Malvinas fue fuerte; el que dice lo contrario miente”, comenta José Percudani, el entonces joven de 19 años que, con su gol, definió el partido. Mandinga vivió su momento de gloria cuando, como él define, convirtió “el gol del mundo”, pero no sólo por la gloria deportiva.
Había más… “Ese mismo año me tocó el servicio militar en City Bell, justo durante la Libertadores. Por suerte tenía un comandante que era hincha del Rojo, que me dejaba salir un poco más y hasta me dio la baja antes, pero estando ahí hablé con muchos que habían sufrido bastante. La guerra para los que estuvieron, obviamente, fue una herida más difícil de cerrar que para el resto. Además, tengo amigos de Bragado a los que les había tocado ir al barco General Belgrano, por eso había que ganar como fuera. Siempre digo lo mismo: ese día, con un tiro, los maté a todos”.
El goleador jura que nunca un amigo suyo de los que habían combatido le dijo nada previo al partido. “Ellos estaban dolidos, pero entendían que esto era fútbol y jamás me dijeron nada; eso sí, en el regreso todo el mundo me agradeció, los de River, Boca y hasta Racing”.
Tanta efervescencia previa se notó en el partido. Carlos Enrique tuvo un duelo particular en los primeros minutos con Craig Johnston. “Por suerte el partido no terminó a las piñas, porque el Loco lo mató al inglés, le ponía la cara del Increíble Hulk. Lo que sí me gustaría destacar es que aunque se jugó fuerte, hubo lealtad, ellos no hicieron ni una referencia a Malvinas”, destaca Percudani.
Una vez que la copa fue abrazada por Enzo Trossero, en los corazones argentinos se sentía al menos un alivio, sin revancha, pero algo con un gusto especial.
El destino quiso que, en 2013, un ex combatiente de Malvinas como Omar De Felippe se hiciera cargo de la dirección técnica del Rojo, uniendo otra vez la historia del club con aquella guerra. Ese mismo destino que quiso que un chico de 19 años que pasó un año vestido de soldado fuera quien con su pie le diera la gloria mundial a un equipo de argentinos, justo frente a uno de ingleses.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.