“Los heroes del mal usan armas doradas”

Hubo un tiempo en que los villanos lucían sobretodo y sombrero, como los que encarnaba Humphrey Bogart o el inmortalizado por Marlon Brando en El Padrino. No necesitaban armas para parecer rudos. Eran leales con sus amigos, implacables con los traidores y desconfiados de las mujeres fatales. Eran odiados y amados por igual. Con el tiempo, esa

Hubo un tiempo en que los villanos lucían sobretodo y sombrero, como los que encarnaba Humphrey Bogart o el inmortalizado por Marlon Brando en El Padrino. No necesitaban armas para parecer rudos. Eran leales con sus amigos, implacables con los traidores y desconfiados de las mujeres fatales. Eran odiados y amados por igual. Con el tiempo, esa figura estereotipada criminal que tenía sus propias leyes mutó. Hoy los héroes del mal son musculosos tatuados, visten sacos coloridos, usan armas doradas y se casan con concursantes de belleza.
Si quisieran, los colombianos podrían hacer un ranking de las mejores veinte narconovelas. En los últimos diez años se filmaron unas cincuenta. ¿Por qué el mundo del narcotráfico genera esa fascinación? Al parecer, los guionistas encuentran en los casos reales lo que se necesita para contar una buena historia: poder, traición, sexo, dinero, codicia, ambición, conflictos, acción, drama. Incluso algunos narcos asesoran a las productoras para que la ficción sea una copia sin fisuras de la realidad.
Las vidas de los narcos parecen pensadas por el mejor cineasta. Por ejemplo, cuentan que una vez un hombre de baja estatura entró en un restaurante de México con diez guardaespaldas. Les sacaron los celulares a todos los comensales y comieron en una mesa alejada. Cuando terminaron, devolvieron los teléfonos y dijeron: “Perdón por las molestias ocasionadas, están todos invitados” y se fueron rápidamente. Ese narco era el Chapo Guzmán.
Los narcotraficantes son inverosímiles. Se hacen cirugías para ser otros, mueven montañas de droga y dinero (unos 300 mil millones de dólares por año en todo el mundo), tienen zoológicos en sus casas (como Pablo Escobar Gaviria) y muchos son adorados por las barriadas donde construyen casas y reparten comida y trabajo a los más pobres.
Matan, roban, triunfan y pierden. Al mismo tiempo se enamoran, se casan y enternecen con sus hijos. Del otro lado de la pantalla, generan fascinación en el espectador, que consume las series con la misma pulsión con la que los bandidos viven sus vidas.

*Autor de Sin armas ni rencores, libro que reúne la versión de la banda que robó el Banco Río de Acassuso.