Lo que no cierra es esto de manejarse como “un equipo chico” como descalificación.
La profunda división de la dirigencia del Racing Club ha dejado a la intemperie un concepto que no se termina de entender. Una acusación que carece de justificación histórica, una manera de ver el fútbol que mezcla lo que pasa dentro de la cancha con la gestión eficiente y honesta que debería tener cada dirigencia.
El vicepresidente Rodolfo Molina acusó al presidente Gastón Cogorno de manejar a la Academia como “un club chico, con amigos y violentos” y enseguida agregó que “a este paso vamos a terminar como Independiente o River.” Molina debe tener buenas razones para estar molesto con Cogorno y pareciera que busca argumentos en un armario de otras épocas.
Cogorno debe haberse equivocado y mucho, para generar tanto encono y tampoco parece haber encontrado remedio en sus colaboradores. Lo cierto es que Racing es un caos, con un déficit mensual que supera los tres millones de pesos y una campaña deportiva de las peores en los últimos treinta años.
Lo que no cierra y ya cansa, es esta historia de manejarse como “un equipo chico” como descalificación. ¿Desde dónde se esgrime ese comentario? ¿Por qué manejarse con humildad, limitaciones económicas y esfuerzos personales está mal? ¿Falta grandeza? ¿Jugar en la B les anuló su rica historia a los cuatro grandes que ya lo han hecho? ¿Desaparecieron San Lorenzo, Independiente y River? ¿Cuál es el problema de bancarse la mala?
Las preguntas son muchas y tienen pocas respuestas: ¿Vélez y Lanús son equipos chicos porque se manejan peor que Racing o porque tienen menos hinchas y menos títulos? ¿Haber sido equipos chicos en los años treinta o cuarenta los obliga a seguir siendo chicos? ¿Y Newell’s Old Boys o Estudiantes de La Plata? ¿Racing se maneja mejor que ellos?
El discurso también lo utilizan los periodistas deportivos que son hinchas de los cuadros más grandes. Los que tienen más hinchas y más títulos. Más repercusión mediática y más sponsors. Desprecian a aquellos que con esfuerzo se ganaron un lugar bien alto y que se animaron a más. Los ejemplos abundan. Es una mezcla de elitismo con liberalismo a ultranza. Son aquellos que les piden a los equipos más modestos que jueguen de igual a igual con clubes que tienen jugadores, presupuestos e infraestructura superior y cuando pierden por goleada (como sucede en Europa habitualmente) lo explican celebrando que “cayeron con la frente alta”.
Es decir que piden igualdad de posibilidades cuando no se partió desde la misma línea de largada. Es como el liberalismo vernáculo, que propone una paridad entre todos los habitantes, que nacieron y se desarrollaron de diferente manera y con suerte variada. Los clubes llamados grandes se lo supieron conseguir, tuvieron los apoyos económicos y políticos necesarios en el momento clave y también los mejores jugadores. Hoy, no pasan por un buen momento y están envueltos en crisis económicas profundas y futuros inciertos.
Creen que por derecho divino tendrían que salir campeones y jugar los torneos internacionales. Lo que sucede en España, Italia o Inglaterra, con los dueños históricos del fútbol encaramados como siempre bien arriba en la tabla de puntos y de dinero, no ocurre en la Argentina. La ausencia de cracks, la necesidad de vender lo mejor que tienen, la corrupción y falta de control societario, la escasa vigencia de nuevas ideas, ha convertido a los poderosos de siempre en simples competidores como los demás.
La historia exitosa, la cantidad de hinchas, los títulos nacionales e internacionales ya no alcanzan para justificar privilegios. Las ventajas, los temores de los rivales, se ganan en la cancha. Con trabajo metódico, con planes posibles y realizables, se puede volver a ser. Lo que está claro es que ser “equipo chico” hoy por hoy, no condena a nadie ni es una descalificación. Salvo que lo digan aquellos que creen que el fútbol de ahora es aquel de los años cuarenta. Conservadores, que le dicen.
Racing deberá pacificarse con o sin estos dirigentes. Si no hay manera de encontrar una solución razonable, las elecciones adelantadas parecen ser el único camino. El fantasma de la intervención, de la privatización, no puede volver. Aquel Racing tercerizado y sin dirigentes confiables no merece tener futuro. La lucha de egos tendría que parar. Aunque sea equipo grande o equipo chico.