Por Edgardo Martolio | Los maltratos dirigenciales de nuestro tiempo quieren tornar al fútbol confuso y, por lo tanto, menos popular y poco divertido.
Edgardo Martolio
El ex crack de la Juventus, el francés Michel Platini, actual presidente de la UEFA, inspira a la FIFA en algunas decisiones (como el retorno –ya comentado en columnas anteriores–, de los derechos federativos de los futbolistas profesionales a propiedad de los clubes exclusivamente). Ahora, en su reciente libro ‘Hablemos de Fútbol’, propone otras cuatro posibles mudanzas al tan querido como maltratado fútbol. Platini tiene buenas intenciones pero esta vez tira de una hilacha que puede descoser uno de los últimos dobladillos que le quedan a la vieja ropa del fútbol.
Si bien es muy cierto, como dice un refrán anónimo, que “no hay leyes, tradiciones y reglas que puedan aplicarse universalmente… incluyendo ésta”, hay una que sostenía el antiguo presidente de la FIFA, el brasileño João Havelange, que comparto y me suena universal: “Los reglamentos se miran y no se tocan”. Los reglamentos son como las Sagradas Escrituras, aunque el Vaticano del Papa Francisco me desmienta últimamente.
Esto no quiere decir que todo esté obligatoriamente impedido de ‘aggionarse’ jamás. No, pero, depende de temáticas y circunstancias. Si tiene que ver con la seguridad, por ejemplo, debe cambiarse lo que sea necesario. A veces una actualización es imprescindible, pero cambiar por cambiar todo el tiempo desvirtúa el carácter original, pudiéndose transformar un deporte en otro. Y el fútbol ya sufrió mucho maltrato, de modo especial en los últimos años.
Cuando en la década del veinte la FIFA modificó la Regla 11, la ley del off-side, estableciendo que “un jugador está en posición de fuera de juego si está más cerca de la línea de meta contraria que el balón y el penúltimo adversario, a menos que se encuentre dentro de su propio campo”, significando que el jugador la evita siempre que tenga dos rivales entre él y la línea de fondo (hasta 1925 eran tres rivales –y en las Reglas de Cambridge, cuatro–) cambió la táctica de todos los equipos del mundo y, por tanto, la manera de jugarse. Esa fue, hasta hoy, la modificación más importante que registra el juego del fútbol, pero también la mudanza más necesaria, según los dirigentes y futbolistas de entonces, para que se convirtieran más goles.
Por primera vez se había advertido, en Inglaterra, que el juego empezaba a ser defensivo más allá de lo lógico (y menos divertido). Eso lo justifica todo, hasta porque el fútbol organizado en asociaciones era todavía nuevo, aún estaba en etapa de relativo estudio. Después, a la misma ley de fuera de juego, se la perfeccionó varias veces más, es cierto, pero –siempre– para tornar el juego más ofensivo y no para deshidratar su esencia. Eso no fue maltrato. Era crecimiento.
Platini, que disputaba el título de mejor del mundo con el Maradona del Nápoles a mediados de los ochenta, entre otras cosas hoy sugiere la posibilidad de incluir dos cambios más por equipo y por partido, aunque sólo en el intervalo, pudiendo así un equipo terminar con cinco jugadores distintos de aquellos once que iniciaron el juego… Me suena a locura. Primero, desde el inicio de los años cincuenta, sólo podía cambiarse al arquero y por lesión comprobada. A partir de 1965 se autorizó un reemplazo más por equipo, pensado también para casos de lesiones, cosa que enseguida se modificó permitiéndose el cambio táctico.
Luego se aumentó a dos jugadores de campo y el arquero, lo que duró sólo un año antes de que se autorice, en los noventa, a que se substituyan tres jugadores sin importar sus posiciones en la cancha. Se aumentó entonces el número de suplentes en el banco (que no existía poco tiempo atrás) a siete posibles sustitutos. Los planteles profesionales de los clubes, ya en crisis en muchos lados, casi automáticamente incrementaron el número de contratados y su nómina mensual tanto como sus deudas, aunque los intermediarios comenzaron a vender más jugadores y a cobrar mejores comisiones. Y algunos dirigentes a enriquecerse rápidamente.
Cuando no se efectuaban ‘cambios’ en medio de los partidos, los planteles eran menores y los equipos titulares, hasta por falta de opciones, se repetían fecha tras fecha. Todos sabíamos quienes jugaban en cada club, en qué puesto y cómo jugaban; se los conocía de memoria del uno al once. El asteroide de los cambios en poco tiempo alteró el ambiente del planeta fútbol sin que muchos lo percibieran. Como casi todas las poluciones pasa inadvertida para la mayoría de la gente. Ya no hay alineaciones titulares, fijas, salvo en contados casos, y parte de esa culpa la tienen los cambios. Parte de la deuda de los clubes, también.
Los dirigentes del ayer eran conservadores y estaba bien que lo fueran. Todo lo que es bueno o está bien debe conservarse. Los directivos están para eso en primer lugar y, sólo en última instancia para cambiar aquello que se demuestre equivocado o mal. No están para modificarlo todo simplemente porque tienen el poder para hacerlo. Su obligación es devolver, al fin de su mandato, sino mejor por lo menos lo mismo que encontraron al asumir, nunca peor. No lo están haciendo.
Desde que comenzó el actual siglo, en catorce años, se hicieron tantas modificaciones reglamentarias como en toda la centuria anterior, muchas inclusivas mal testeadas, sobre las que se retrocedió después de aplicarlas un par de años, como el bendito gol de oro, muerte súbita o evitar los empates definiendo por penales un ganador. No es lo normal, la FIFA, pues, casi siempre hace una experiencia en dos o tres torneos de divisiones inferiores o de ascenso de distintos continentes.
Las reglas son como las niñas: no se tocan. Y como las abuelas: se respetan. Si por 150 años se jugó de una manera, cambiar cualquier detalle de esa manera necesita de argumentos sólidos y de mucha prueba y error antes de legislar.
Es cierto, el fútbol nació sin redes ni travesaño en los arcos y sin áreas ni tiros penales, también sin saque de meta y goles olímpicos válidos, entre las muchas cosas que le faltaban y precisaba como la terna arbitral que llegó con los años, pero una vez corregidas (lo que no demoró tanto tiempo), se tornó tan simple como completo y por eso es el mejor de todos los deportes. La única regla que debiese establecer la FIFA es que cada diez años se permita hacer una única alteración al reglamento y no diez por año. Una sola. Y sanseacabó.
Cinco cambios por equipo por partido, no es buena idea, aunque el propio Platini restrinja su moción cuando advierte que “estos dos cambios sean efectuados solamente en el descanso, en el entretiempo, para no interrumpir tanto el juego”. Tal vez lo que debiese reglarse es que una de las actuales tres modificaciones se realice obligatoriamente en el intervalo para tener una interrupción menos durante el juego. Si no se concretara en esos 15 minutos luego sólo podrían efectuarse dos sustituciones.
El formidable jugador de los años ochenta también propone la creación de una tarjeta blanca, intermediaria entre la amarilla y la roja, que castigue con expulsiones temporales de 10 minutos a quienes protestan: el jugador deja momentáneamente a su equipo con uno menos y espera que se cumpla el plazo en el banco de suplentes: parecido a lo que sucede en el rugby. Luego se reintegra. Tampoco lo apruebo. Son muchas alteraciones para 90 minutos, si pensamos que un buen árbitro, con rigor de justicia, puede llegar a sancionar con tarjeta blanca a media docena de jugadores (o más) en ‘un partido nervioso’. Entre cambios y tarjetas habrá demasiado entra y sale. Muchas interrupciones para un juego que, a diferencia de otros, es atractivo por su dinámica. Hasta las tácticas –que parecen importar cada vez menos–, perderán sentido definitivamente porque todas esas mudanzas desconcentrarán a los jugadores. Es fútbol no es básquet.
Platini, además, pide eliminar la ‘triple pena’ que hoy condena al jugador que comete penal como ‘último recurso’: sufre el penal en contra, es expulsado y luego suspendido. El neo-dirigente propone que no exista expulsión en caso de ser penal, sólo se le muestre tarjeta amarilla si el foul es dentro del área y roja apenas cuando el infractor incurre en tal falta fuera del área. Está tiene cierta lógica. Finalmente propone que los nuevos referees asistentes instalados sobre la línea de gol, junto a los arcos, tengan la posibilidad de entrar al campo si es necesario. Aunque soy contrario a la inclusión de esos dos jueces extras, si están me parece pertinente que participen. Pero, y en contrapartida, digámosle no a los cinco cambios y a las tarjetas blancas…
El fútbol superó a cualquier otro deporte porque eran solamente 13 reglas y doce de ellas muy fáciles, cualquier hincha analfabeto las entendía. Y una regla, la otra, la del off-side, no la entiende casi nadie porque casi nadie la entiende cuando el fallo lo perjudica. Ese sentido de la interpretación y la subjetividad, inherente a la dinámica del juego y en base a la simplicidad del todo y la complejidad de una única instancia, es lo que le da sorpresa y alimenta la discusión que consagró al fútbol como el deporte rey. Vuelvo a Havelange que decía: “Si no hay discusión no hay fútbol” (discusión no es protesta).
Los maltratos dirigenciales de nuestro tiempo vertiginoso y modificador quieren tornar al fútbol confuso y, por lo tanto, menos popular y poco divertido. Todo el mundo rechaza lo que no comprende y nadie va a ver aquello que lo aburre. ¡Basta! Basta de malos tratos.
IN TEMPORE: Lo que este fin de semana le pasó al renunciante DT Salvador Pasini en el vestuario de Deportivo Italiano, después del mejor triunfo de su equipo en todo el año, no es menos absurdo que la última tapa de la revista Barcelona de Buenos Aires. Los argentinos, en el juego de la Oca universal, y sin ayuda de Platini, todos los días retrocedemos un casillero aunque ahora, cándidamente, nos creamos conquistadores del espacio sideral.