Después de su retiro, en 2015, se radicará en Nueva York y visitará periódicamente al país, al que adora por sus afectos.
Que Paloma Herrera protagonice un evento de danza en Buenos Aires ya lo vuelve extraordinario y atractivo. Si bien la exquisita étoile argentina siempre ha buscado hacerse espacios en su ajetreada vida entre Nueva York y el mundo, en su última actuación, en diciembre de 2011, hizo El corsario en el Teatro Colón. Ahora protagoniza Giselle, siendo la primera vez que baila localmente luego de anunciar, en mayo pasado, que se retirará de la danza en 2015. La Herrera habrá cumplido sólo 39 años, en plena forma para brillar sobre los escenarios.
La esbelta bailarina se convertirá hoy, el 8 y el 11 de octubre en Giselle, ese ser de amor que habita con sus compañeras, las Willis, la oscuridad de los bosques. En el Colón, será acompañada por Juan Pablo Ledo, en el rol del confundido enamorado Albrecht; por su parte, la integrante del Ballet Estable Nadia Muzyca hará el rol principal en otras funciones (los días 5 y 9) compartidas con Federico Fernández y Edgardo Trabalón. La coreografía de esta Giselle es de Lidia Segni, sobre la original de Marius Petipa; la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires ejecuta la música de Adolphe Adam con dirección de Emmanuel Siffert; y la producción de escenografía y vestuario son creaciones del Teatro Colón.
—¿Qué te significa volver a bailar en el Colón?
—Vengo muy seguido a la Argentina y vengo porque es mi sueño, me encanta mi país, soy feliz acá. Para mí es un placer estar acá y bailar en el Colón, un teatro divino, maravilloso; es un placer estar con la compañía, trabajar, disfrutar… Dentro del teatro hay mucha gente que conozco desde hace muchos años. Como vivo afuera, cuando vengo a Buenos Aires trato de mantener el contacto con los chicos de mi generación. Si vengo de vacaciones, nos vemos, salimos. Ahora, que vengo a trabajar, la rutina es que ensayamos durante el día y después tengo muchas responsabilidades, todos los días tengo entrevistas… y además estoy con mi familia, porque toda mi familia vive acá: mamá, papá, muchos tíos, primos, mi hermana, dos sobrinos.
—¿Quiénes son tus amigos en el Teatro?
—Tengo un grupito, un montón de nombres. Pero también pasa que uno empieza una carrera y son muy pocos los que quedan en el Teatro. Muchos empezaron conmigo y hoy hacen cualquier otra cosa, en cualquier parte del mundo. Esto pasa porque en el ballet muy pocos quedan, o porque no les gusta más, o porque se aburren, o el ballet les encanta pero no tienen talento, o no tuvieron la suerte de tener una compañía que les gustara, o no tienen la disciplina, o no tienen ese ángel que se necesita para ser bailarín… tantos empiezan y tan pocos llegan…
—¿Cómo caracterizarías al Ballet Estable del Teatro Colón?
—Es una compañía tradicional, y me encanta ser parte de eso. Varias veces vine acá a mostrar un poco lo que hago afuera; vine a hacer Bayadera, El Quijote, un repertorio con Paquita, Raymonda… Vuelvo a la Argentina porque me formé en el Colón, con Olga Ferri; aquí hay excelentes maestros, hay muchísimo talento.
—Ante esa descripción tan positiva, ¿cómo se entiende que vos, así como Herman Cornejo, Marianela Núñez, Ludmila Pagliero y tantos más se hayan radicado en compañías extranjeras?
—La Argentina tiene muchísimo talento y muy buenos maestros, es la perfecta combinación, pero hay compañías que son increíbles por la cantidad de funciones que dan, por el repertorio. Para mí, el American Ballet siempre fue mi sueño: un poco por [Mikhail] Baryshnikov [quien fue director de la compañía], por [Natalia] Makarova [una de sus emblemáticas bailarinas, décadas atrás], un poco por la ciudad de Nueva York. Y se me dio la oportunidad y así fue. Pero eso no niega que aquí haya realmente muy buenos bailarines, que permiten lucir esta producción de Giselle.
—¿Cómo ves las relaciones entre la Argentina y Estados Unidos en medio del conflicto por los fondos buitre?
—Trato de no meterme en política, trato de sacar lo positivo para mí. Por un lado, Estados Unidos y la compañía me dieron muchísimas posibilidades; soy ciudadana estadounidense. Por otro lado, yo adoro a mi país, hablo maravillas de mi país, a pesar de que cuando vengo la gente dice: “Pero no… pero ¿viste…?”. Cosas feas hay en todos lados: en Estados Unidos, y acá tal vez tampoco todo sea maravilloso. Trato de ver lo positivo, de no mirar.
—¿Cómo surgió y pensás tu retiro?
—Lo avisé con tiempo, para que yo lo pueda digerir y también para que lo sepa el público… Tuve una carrera desde los 15 años, tuve miles de funciones. Prefiero hacerlo así. Entré a la compañía súper, súper joven, me quiero quedar con eso. Soy parte de una generación y me quiero quedar con ella; soy parte de un momento, de una era del ballet, con bailarines increíbles.
—¿El ABT te brindaría algo así como una jubilación?
—La verdad, ni idea. Me voy a asesorar cuando tenga tiempo. De todas maneras, creo que en el ballet no puede haber estabilidad de por vida. Un bailarín no puede estar hasta los 60 y pico, como pasa en el Colón. En el extremo opuesto, en el American Ballet los contratos son por año. Creo que tiene que haber un equilibrio, algo en el medio entre los bailarines que se retiran y los que sólo tienen contrato anual. De todas maneras, por mi situación en el ABT, la jubilación nunca fue lo que me importaba sino que era la compañía de mi sueños.